Después del sigilo, la desfachatez: la nueva corrupción
Por Mariano Grondona
El verbo castellano "corromper" está ligado al verbo latino rumpere , "romper", "descomponer", "pudrir", pero es sólo cuando se le antepone el prefijo latino cum - (o nuestro castellano "con-"), que se obtiene el verbo "co-rromper"; "romper junto con otro". El que "corrompe" o "se corrompe" participa entonces de una acción compartida. Hacen falta dos para bailar el tango. También hacen falta por lo menos dos para que haya un acto de corrupción, porque no es una acción individual sino "colectiva". El homicidio puede ser un delito individual, en el que uno es la víctima y el otro el victimario. Desde el momento en que es una acción que se consuma entre dos o más, la corrupción implica, al contrario, complicidad . No me corrompo: sea quien haya sido el tentador y quién el tentado, nos corrompemos.
Aquí reside la extraordinaria peligrosidad social de la corrupción: en que ella atrae cada vez a un jugador más a su siniestro juego. Comenzando por el tentador, ella arrastra al tentado y tiene así un carácter expansivo . El tentado, que era inocente hasta el momento en que cayó en la tentación del tentador, puede convertirse después en un nuevo tentador que arrastrará a un nuevo tentado. La corrupción genera una serie de complicidades sucesivas hasta convertirse en una red de conductas convergentes, en una hidra de muchas cabezas que, aunque algún esforzado caballero corte aquí o allá a alguna de ellas, termina por proyectarse hacia la entera sociedad hasta configurar ya no actos aislados de corrupción sino un verdadero estado de corrupción, un proceso infeccioso que deja maltrecha a la nación.
Cuando el círculo de las complicidades se extiende lo suficiente, la nación cae en el pozo de un estado de corrupción, bajo una hidra de muchas cabezas de cuya acción maléfica un número creciente de funcionarios y empresarios ya no quedan exentos.
¿Qué "rompe" entonces el estado de corrupción? Rompe nada menos que el mayor capital social de una nación: la confianza entre sus miembros. Como el plus de coimas, trampas y favores que obtienen los miembros de una red de corrupción es ilegal y clandestino, la nación entera empieza a vivir en un estado de "sospecha" ( suspicio significa literalmente "miro hacia abajo, de reojo" al otro) en medio del cual se destruye la relación de confianza entre sus miembros. La corrupción, cuando se generaliza, disuelve el nexo mismo que nos une como conciudadanos, generando, más que una sociedad, un campo de batalla que amenaza con justificar el famoso lamento de Enrique Santos Discepolo, que quedemos "en el mismo lodo, todos manoseaos".
¿Dónde está Edipo?
Según la leyenda, a Tebas la asolaba un monstruo maligno, la Esfinge, que, después de proponer a sus transeúntes un enigma, los devoraba en el caso de que no supieran resolverlo hasta que Edipo, develando el fatal acertijo, la destruyó. Si la corrupción es la Esfinge de los argentinos, ¿quién será nuestro Edipo?
Con razón o sin ella, los argentinos comenzamos a percibir a la Esfinge a nuestras puertas en tiempos de Menem. Por eso en 1999 votamos a De la Rúa y la Alianza, porque habían prometido liberarnos de la corrupción. Pero el escándalo de los sobres en el Senado disipó esta ilusión.
Los "sobres", después, no hicieron más que crecer hasta volverse "bolsas" con Miceli y una enorme valija aerotransportada por un empresario venezolano y varios funcionarios venezolanos y argentinos, con motivo de la reciente visita de Hugo Chávez a nuestro país. Después de asomar detrás de las acusaciones contra Amira Yoma y de volver con Southern Winds, la valija se ha impuesto otra vez entre nosotros como el contenedor preferido de los envíos sospechosos. Edipo, mientras tanto, sigue ausente
¿Cómo tendría que proceder en todo caso un gobernante que estuviera dispuesto a destruir a nuestra Esfinge? Sabedor de la intensa inquietud que genera entre nosotros el triunfo recurrente de la corrupción en medio de esta campaña electoral, el presidente Kirchner se subió de inmediato al atril para anunciar con inesperada audacia que Edipo, después de todo, es él.
Llegó a afirmar así que su presidencia es la primera en combatir de veras la corrupción. Para demostrarlo ha comenzado a aplicar un remedio aparentemente drástico, que ha sido la expulsión del Gobierno de funcionarios imputados por sospechas de deshonestidad.
Kirchner ha despedido así a Fulvio Madaro y Néstor Ulloa para calmar el escándalo del caso Skanska. Aquí, todavía, no había bolsas ni valijas. Cuando éstos empezaron a multiplicarse, Kirchner echó a Miceli y, ahora, a Claudio Uberti.
Estas actitudes, ¿lo ponen a Kirchner en el camino de Edipo, o demuestran solamente que la corrupción de algunos de sus colaboradores ha dejado de ser sigilosa para convertirse simplemente en desfachatada porque esperaban la impunidad? Para aceptarle a Kirchner su reclamo, deberían cumplirse algunas condiciones. Otros funcionarios que han caído bajo imputaciones similares, por lo pronto, no han sido sancionados. Tal es el caso de Romina Picolotti, ampliamente denunciada por los desmanejos en la Secretaría de Medio Ambiente. Y en cuanto a Nilda Garré, la ministra de Defensa, fue protegida de inmediato por el Consejo de la Magistratura, que reactivó súbitamente el juicio político al juez Tiscornia, quien la había imputado.
Por otra parte, los funcionarios que han sido echados del Gobierno, ¿han recibido en verdad una severa sanción? ¿Cuál de ellos ha sido formalmente acusado o, incluso, detenido? ¿No se sospecha además que, en algunos casos, hay funcionarios de incierta conducta que han pasado a ocupar otra posición más discreta en el Estado? ¿Han sido sancionados o están protegidos?
Si Kirchner pretende ser nuestro Edipo, ¿cómo se justifica que aquel a quien se señala en el vértice de las sospechas, el ministro De Vido, continúe al lado del Presidente? Y si esto sigue así, ¿podrá liberarse finalmente el propio Kirchner, un presidente que todo lo controla, del clima de sospecha que ahora rodea a su Gobierno?
El engranaje
Jean-Paul Sartre imaginó, en su obra El engranaje , que un país del Tercer Mundo atravesaba una serie de revoluciones en cada una de las cuales un nuevo "liberador" derrocaba al anterior, denunciándolo por no cumplir las promesas de liberación que había difundido para justificar su golpe hasta que un tercer liberador lo derrocaba a su vez por no haber cumplido la misma promesa, y así hasta el infinito. Era el "engranaje" de los fingidos Edipos. En Brasil, Collor de Mello accedió a la presidencia con la solemne promesa de aniquilar a los "barones" de la corrupción hasta que a él mismo lo destituyó el Congreso por haber caído en el mismo vicio que había denunciado.
En las puertas de nuestro país, la Esfinge de la corrupción ya se hizo presente al comienzo de nuestro propio engranaje. De la Rúa y la Alianza fueron votados en 1999 a cambio de la promesa de eliminar a la Esfinge de la corrupción hasta que aparecieron los sobres en el Senado. En 2003, Kirchner se presentó y fue creído como el nuevo y verdadero liberador moral. Mientras se suman en rápida sucesión casos como el de Skanska, bolsas como la de Miceli y la valija venezolano-argentina que acompañó a Chávez, los argentinos parecemos condenados a seguir esperando a Edipo.