Chavez y sus satélites ocupan con tal frecuencia los titulares, hacen tanto "ruido" que terminan por dar la impresión de que América latina gira en torno de una revolución, de un nuevo modelo de organización política y económica encarnado en gobiernos como el del propio Chávez en Venezuela, el de Morales en Bolivia, el de Correa en Ecuador y hasta el de los Kirchner en la Argentina.
¿Es éste entonces el poderoso cauce hacia el cual se sentirá atraído, tarde o temprano, el resto de América latina? Lo que acaba de ocurrir en Colombia permite, al menos, dudarlo. Allí, el presidente democrático Alvaro Uribe, que cuenta con un 80 por ciento de aprobación popular, acaba de asestarles un duro golpe a las FARC, la cruenta guerrilla que por décadas tuvo en vilo a los colombianos, mediante la espectacular liberación de Ingrid Betancourt y sus compañeros de la selva-prisión donde habían estado cautivos, en condiciones inhumanas, durante seis años o más; al mismo tiempo les abrió a cientos de otros rehenes una luz de esperanza.
Si el cauce de la política latinoamericana es chavista y antioccidental como quieren hacernos creer el gobierno de Venezuela y sus secuaces, ¿cómo encajaría en él la proeza que, con la conducción de Uribe, acaban de consumar las fuerzas armadas colombianas sin derramar una sola gota de sangre? ¿Nos hallamos ante esta proeza, acaso, sólo ante a una sonora excepción, pero excepción al fin, a la radicalización ideológica que propone Chávez, o estamos al contrario ante la existencia de otro modelo para el desarrollo latinoamericano, de signo opuesto al de Caracas?
Más que configurar una mera excepción, lo que viene logrando Uribe parece plantear una propuesta alternativa a la que plantean los chavistas. Mientras el presidente de Venezuela trata ahora de "despegarse" rápidamente de las FARC apelando a su innegable cintura política, será difícil olvidar no sólo que, según las fatídicas revelaciones de la computadora del abatido Reyes, financió a los guerrilleros como lo ha venido haciendo con otros de sus gobiernos-clientes (entre ellos, el kirchnerista), sino también que pretendió capitalizar la esperada liberación de Betancourt en una maniobra que obtuvo el ostensible apoyo del ex presidente Kirchner en su frustrada aventura por la selva colombiana y de la presidenta Kirchner en la reunión de Santo Domingo, donde trató de inclinar la balanza diplomática contra Uribe y en favor de Chávez.
Modelos en contrasteSi el reciente éxito de Uribe no es simplemente una excepción, sino una propuesta alternativa a la de Chávez, entonces podríamos hablar ya no de uno sino de dos modelos para América latina. Uno, el de Chávez, reúne las siguientes características: en lo político, el liderazgo de un caudillo mesiánico que pretende la reelección indefinida; en lo económico, la atribución total del poder al Estado y a una corte de amigos; en lo internacional, la resistencia a las democracias de Occidente y, en particular, a los Estados Unidos; en lo institucional, la violación primero esporádica y después creciente de los derechos humanos.
El otro modelo implica, en cambio, en lo político, la rotación en el poder entre dos o más partidos que rechazan la tentación del reeleccionismo por más de dos períodos; en lo económico, un sistema mixto que, sin renegar de un Estado activo, también concede una amplia área de acción y de seguridad jurídica a los capitales privados; en lo internacional, la ampliación del comercio sin perjuicio de un prudente aunque declinante proteccionismo para asegurar la elaboración de tratados de libre comercio (una elaboración contra la cual atenta, paradójicamente, el proteccionismo antiagrario de los gobiernos europeos y el proteccionismo a secas de algunos candidatos presidenciales norteamericanos); en lo institucional, el respeto escrupuloso de los derechos humanos del cual ha hecho gala el propio Uribe en el rescate de Betancourt.
Apenas hemos enumerado estas condiciones, nos damos cuenta de que Colombia, lejos de ser una excepción, se agrega a la democracia latinoamericana de algunos países como Brasil, Chile, Uruguay y potencialmente de otros como México y Perú, a los que sólo falta la firme constitución del bipartidismo. Pero a Colombia aún le falta el categórico rechazo del reeleccionismo porque la emergencia terrorista ha puesto a Uribe al borde de la tentación de un tercer período. Como dijo alguna vez Fernando Henrique Cardoso, "tres períodos consecutivos es monarquía". Más que una frase feliz, lo que acuñó el ex presidente de Brasil es un principio .
El estatismo y la clausura económica hacia el exterior, las manifestaciones cada día más alarmantes de autoritarismo, el reeleccionismo son, al contrario, los rasgos esenciales del modelo chavista, al cual han venido a sumarse entre nosotros como una aparente excepción que en realidad no es tal el reeleccionismo matrimonial.
¿Cuál futuro nos llama?La existencia de ciertos valores como la libertad, la democracia, la república, el desarrollo económico y la equidad social en uno de estos dos modelos y su inexistencia o peligrosa debilidad en el otro nos inclinan naturalmente hacia Brasil, Chile o Uruguay y no hacia Venezuela. Pero, habida cuenta de que aquello a lo que aspiran los pueblos latinoamericanos es la plena actualización de sus potencias en dirección de un futuro que ya campea en las democracias occidentales desarrolladas, la opción será finalmente insoslayable.
Si tenemos en cuenta además que las naciones latinoamericanas necesitan recorrer un largo camino de algunas décadas hasta la cima que ocupan las naciones política y económicamente desarrolladas, un argumento decisivo viene a sumarse a nuestras preferencias. En efecto: si a los latinoamericanos nos hace falta aún una larga continuidad para cruzar esta exigente meta, si en definitiva queremos llegar al nivel de España o Italia, ello no sería posible sin la implantación de verdaderas políticas de Estado para que un gobierno tras otro persigan el mismo rumbo, ¿de qué otra manera podríamos lograrlo si no mediante la alternancia democrática? De ninguna otra porque, mientras los caudillos y los dictadores son, al fin y al cabo, política o físicamente mortales, sólo las repúblicas democráticas son inmortales. Lo que ellas ofrecen, al revés de los líderes mesiánicos, no es el continuismo sino la continuidad.
Si hay dos modelos en competencia en nuestra región, ello es posible sólo porque cada nación de las nuestras es un modelo o un antimodelo para las demás. ¿Qué tiene de particular en tal sentido América latina? Que, aparte de la evidente afinidad histórica y cultural entre sus naciones, ellas, apretadas como están unas con las otras, forman algo así como un vecindario, hasta podría decirse un "conventillo" de naciones. En el legendario conventillo, cada ocupante estaba particularmente atento a lo que pasaba en el cuarto de al lado. A medida que los latinoamericanos se espíen saludablemente para emular los modelos o para evitar los antimodelos que perciban a su lado, el resplandor del futuro admirable que los llama se volverá evidente, asegurando de este modo que el camino del progreso que algunos de ellos ya han iniciado se completará.