A partir de la derrota del Gobierno en el Congreso, los hilos de la política se han entrecruzado hasta formar un ovillo que, en aras de la claridad, urge desenredar. El primero de estos hilos es ahora el más grueso, porque a él se han venido a sumar las expresiones hasta ayer diversas de lo que podríamos llamar genéricamente el antikirchnerismo, cuyo signo común es el rechazo cada día más evidente del estilo autoritario de la pareja presidencial, un rechazo al que se suma un número creciente de ex kirchneristas.
Los signos de ese estilo autoritario no han hecho más que multiplicarse en los últimos tiempos. Basta citar entre ellos la desmesura de las últimas apariciones públicas del ex presidente, sea en la Plaza de Mayo, en sus agresivas conferencias de prensa o en la plaza del Congreso, y el hecho recurrente de que, cada vez que habla en público, la Presidenta parece necesitar el aplauso unánime de una nutrida corte de funcionarios a la cual ninguno de ellos puede faltar, lo cual obliga a preguntarse cuánto tiempo les queda a los ministros, gobernadores y legisladores oficialistas para trabajar si deben dar el presente ante cada una de las apariciones prácticamente diarias de la jefa del Estado.
A esta obligación cotidiana de "fichar" en torno de Cristina, habría que sumar los mensajes iniciales o finales de funcionarios como los jefes de Gabinete Sergio Massa y Alberto Fernández, en los cuales sobresale el deseo común de declarar una adhesión incondicional, sin matices, al matrimonio presidencial, en tanto que el nuevo secretario de Agricultura, Carlos Cheppi, pese a recibir una buena acogida de parte de los representantes rurales, cometió por su parte el desaire de no invitarlos a su acto de asunción y de aprobar el retiro de los stands oficiales de la nueva Exposición Rural, a cuya inauguración tampoco asistirá; mantendrá abiertas, de este modo, las cicatrices que dejó la derrota de los Kirchner en el Congreso. Cheppi agregó a estos gestos un nuevo intento de dividir al campo al anunciarles a los representantes de las entidades que no los recibiría conjunta, sino separadamente, una maniobra divisionista que resulta pueril cuando se advierte que la Federación Agraria de Buzzi acompañará a la Sociedad Rural de Miguens en la inauguración de la Exposición Rural por primera vez en la historia.
Salvar a CristinaPero el arco opositor a los Kirchner, aparte de ampliarse cada día, agrega a su convergencia un rasgo por demás significativo cuando intenta cargar las tintas por los errores del Gobierno sobre el ex presidente Kirchner, mientras enfatiza al mismo tiempo las posibilidades de éxito que aún tendría su esposa con sólo cambiar de estilo en la dirección dialoguista que había anunciado durante su campaña electoral.
Antes de responder a la pregunta de si ese cambio es factible, si no responde más a una expresión de deseos que a un análisis descarnado de la realidad, habría que resolver primero una aparente contradicción. Si la oposición política y social, del campo y de la ciudad, está irritada con el Gobierno, ¿cómo anida pese a ello la ilusión de mejorarlo? Si los ministros más cuestionados, como De Vido y Jaime, empezaron por sentarse al lado de Massa cuando éste se presentó ante la prensa y si el Gobierno ha resistido lo más que pudo los embates contra personajes tenidos por funestos como Moreno y D´Elía, ¿es realista creer todavía en la inminencia de un cambio favorable?
La explicación más plausible de esa expresión de deseos a la que hasta ahora no acompañaron los hechos es que ella proviene del inmediato pasado. Sea kirchnerista o antikirchnerista, ningún argentino de buena voluntad desea, por lo pronto, volver a 2001. Venimos de conocer el abismo. Aun los más irritados por la soberbia y el autoritarismo oficial sienten todavía el dolor y la angustia de aquel año crucial, que los induce a detenerse espantados ante el fantasma de su reiteración. Según las encuestas, el Gobierno de los Kirchner ya no tiene el apoyo de cuatro de cada cinco argentinos. Pero es tal la angustia que acomete incluso a quienes lo critican con mayor irritación, que muchos de ellos tienden a imaginar, aunque parezca improbable, un cuadro de redención. ¿Cómo lo dibujan entonces? Suponiendo que el malo de la película es Néstor Kirchner y que la buena es su esposa porque aún conserva, aunque sea a escondidas, las semillas de la rectificación.
Después de todo faltan todavía tres años y medio para que Cristina termine su mandato. Nadie quiere que se siga debilitando en dirección de una nueva crisis. Contra lo que sospechan los Kirchner, si algo nuevo tiene la Argentina de hoy cuando se la compara con la de ayer, es el rechazo universal del golpismo. Aun cuando ello implique soportar por tres años y medio más una gestión que podría volverse calamitosa si el Gobierno insiste en sus errores, una inmensa mayoría de argentinos preferiría padecerla antes que regresar a lo que ya pasó.
"El Empecinado"Cuando un hombre de gobierno mantiene sus convicciones pese a los avatares del destino, pero está dispuesto a revisarlas cuando así se lo requiera un análisis maduro de la realidad, decimos de él que reúne dos cualidades superiores. De un lado la firmeza , porque no vacila ni cambia de rumbo ante la menor dificultad. Del otro lado la flexibilidad , porque también aprende las duras lecciones de la experiencia. Pero si pretende cobrar los premios de la flexibilidad aunque ella sea insincera, de él decimos que es un oportunista. Cuando rechaza sistemáticamente esos invalorables momentos en que sus consejeros bien intencionados y su propia conciencia le dicen que ha llegado el momento de cambiar, cuando queda fascinado por el espejismo de su supuesta infalibilidad, es entonces cuando lo llamamos empecinado.
Curiosamente, el mote "empecinado" está en los diccionarios porque se le aplicó en la historia a un guerrillero español del siglo XIX, Juan Martín Díaz, quien, después de luchar por la independencia de su patria contra la invasión napoleónica, siguió luchando y batallando por la causa que fuera, de las más nobles a las más ridículas, hasta que murió ajusticiado. Juan Martín Díaz fue llamado desde entonces "el Empecinado" porque, como los que recibirían después de él su sobrenombre, nunca supo cambiar.
Lo característico de los empecinados como Díaz es que desconocen el valor de las distinciones. Cada vez que deben optar, en consecuencia, lo hacen a todo o nada sin reparar en si su causa es gloriosa o infantil. Lo crucial según ellos es sólo doblegar o no ser doblegados. No son flexibles, pero tampoco son firmes porque para ellos, como para todos los jugadores compulsivos, la vida es sólo una sucesión de apuestas.
Sin embargo, hasta los Juan Martín Díaz de este mundo podrían cambiar. Suponer lo contrario sería sostener que a cada persona la determina un destino inexorable. Pero hay otras dimensiones abiertas a la libertad humana, como el aprendizaje y la reflexión. Algunos suponen que Cristina, para iniciar el camino del diálogo que necesita la Argentina, podría alejarse políticamente de su esposo. Otros imaginan que el propio Néstor, que es nuestro Empecinado, podría superarse un día en el ejercicio de su propia libertad. El país, pese a todo, aún los espera.