No bien el Senado, gracias al desempate del vicepresidente Cobos, rechazó en la madrugada del último jueves la elevación a la condición de ley de la resolución 125 del 11 de marzo pasado, que había aprobado por estrecho margen la Cámara de Diputados, una pregunta crucial empezó a sobrevolar la política argentina: ¿seguiría doblando el Gobierno su apuesta con la intención de vencer finalmente al campo o cambiaría de rumbo en dirección del diálogo?
Cuando el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, anunció, el viernes por la tarde, que se derogaba la ya famosa resolución, si bien el Gobierno dio así un paso en dirección de la distensión, los considerandos del decreto de derogación incluyeron ingredientes que mantienen el suspenso de la pregunta inicial, porque en ellos el Poder Ejecutivo volvió a justificar ideológicamente la resolución cuya muerte anunciaba, agredió nuevamente al campo y ratificó su supuesta jurisdicción en materia de retenciones al derogar por sí y ante sí la resolución 125, ignorando de este modo el rol institucional que acababa de cumplir el Congreso.
Cuando Shakespeare escribió a comienzos del siglo XVII su tragedia Macbeth , le agregó un rasgo inusual en este tipo de obras porque, en vez de concentrarse como era habitual en el protagonismo de una sola persona, elevó a dos de ellas, el rey Macbeth y su esposa, lady Macbeth, al centro de los acontecimientos, convirtiendo de este modo el diálogo íntimo entre dos personajes y no ya el soliloquio de un Hamlet, por ejemplo, en el nudo de la tragedia.
Este ilustre antecedente permite advertir que la pregunta sobre qué hará el Gobierno de ahora en adelante no debiera traducirse necesariamente como algunos lo han hecho en la pregunta sobre qué hará la presidenta Kirchner, sino en otra distinta sobre qué harán los Kirchner como pareja del poder. El drama que atraviesa el Gobierno es en definitiva dual, aunque no tenga por qué terminar mal, por supuesto, porque, en tanto que las tragedias tienen un final anunciado, los dramas tienen un final abierto.
Fin del primer actoEl proceso que están viviendo hoy los Kirchner y el país podría representarse, en este sentido, como un drama en tres actos. En el transcurso de casi todo el primer acto, cuyo telón acaba de caer, los Kirchner habían logrado imponerse a los demás actores de la vida nacional por medio de una estrategia autoritaria. Si un Gobierno interpreta sus encuentros con los demás actores de la vida nacional como una apuesta a todo o nada, a doblegar o ser doblegado, en cada uno de ellos vence o es vencido sin que quepan soluciones intermedias. Habiendo llegado al poder después de un tiempo de anarquía que abatió a los demás actores, los Kirchner se encontraron durante cinco años con que nadie osaba confrontarlos.
Hacia el final de este primer acto, empero, el campo se atrevió a desafiarlos. Durante cuatro meses y medio a partir del 11 de marzo, el país asistió a esta pulseada entre un campo resistente y un gobierno omnipotente con la sospecha de que, al igual que otros actores de 2003 en adelante, el campo también resultaría vencido. Hacia junio, sin embargo, diversos síntomas empezaron a apuntar en dirección contraria. El campo se movilizó todo a lo largo del país en defensa de sus reclamos. En Rosario, una manifestación espontánea y popular como nunca se había visto empezó a arrojar dudas sobre la presunta invencibilidad de los Kirchner. El 16 de junio estalló un cacerolazo también inédito a todo lo largo del territorio nacional. Cercados por esta vasta expresión de descontento, los Kirchner acudieron entonces al Congreso, enviándole las famosas retenciones del 11 de marzo con la esperanza de que las aprobara a libro cerrado, para debilitar así la protesta popular. Pero después de que el proyecto oficial pasara raspando por Diputados, el martes último, en vísperas del debate del Senado, una inmensa manifestación espontánea ahogó en el Monumento de los Españoles el tibio despliegue que el Gobierno intentaba en la plaza del Congreso. Pocas horas después el Senado y Cobos completaban lo que casi nadie había imaginado: la primera derrota política e institucional de la pareja presidencial.
La gente del campo había dejado de estar sola porque miles y miles de ciudadanos sin hectáreas habían decidido acompañarla en sus manifestaciones. El país ya no se pronunciaba así sólo contra las retenciones, sino también contra el estilo autoritario del Gobierno.
En el segundo actoNos hallamos ahora en el segundo acto. En su primera escena, el Gobierno ha ensayado dos movidas contradictorias porque, como vimos, derogó las retenciones acudiendo al mismo lenguaje hostil que había empleado para sostenerlas. Este contraste revela que, sorprendidos y confundidos por la respuesta popular, los Kirchner vacilan ahora entre dos caminos. Según terminen optando por uno o por el otro, así se desarrollará el segundo acto.
Cuando aún defienden retóricamente lo que ya no pueden sostener efectivamente, Néstor y Cristina apelan al modelo de país que habrían forjado. El sociólogo suizo-italiano Wilfredo Pareto distinguió entre las "racionalizaciones" y las auténticas "razones" de los actores políticos. Las racionalizaciones están destinadas a encubrir las verdaderas razones. Por eso las racionalizaciones procuran ser convincentes, mientras que las razones son, a veces, inconfesables. La racionalización de los Kirchner es que las retenciones están destinadas a mejorar la distribución de la riqueza. ¿Cómo explicar, empero, la actual concentración de la riqueza y el aumento de la pobreza?
Pero poner al descubierto la verdadera razón que late por debajo de la retórica oficial, ¿no sería acaso más grave aún para el Gobierno? Esta razón no es otra que la expansión del clientelismo. Después de haber concentrado en forma "unitaria" los ingresos del Estado hasta obtener un cuantioso superávit, el gobierno de los Kirchner puso a los entes públicos y privados ante el dilema de obedecer a sus dictados, convirtiéndose en sus clientes políticos, o ser arrojados fuera del calor oficial.
Para gobernadores, intendentes y legisladores, para organizaciones sociales y empresarias, el choque de valores que precipitaba este modelo implicaba elegir entre el sometimiento y la dignidad. Quizá los Kirchner no anticiparon debidamente que muchos argentinos, no sólo del interior, sino también de las grandes ciudades, escogerían la dignidad.
La opción que enfrentan los dos gobernantes en el segundo acto del drama podría traducirse entonces así: acentuar las presiones en favor del clientelismo o reconocerle su lugar a la dignidad. Al rechazar las cuentas de colores de las compensaciones, el campo se puso al frente de la lucha por la dignidad y, al hacerlo, terminó por convocar a millones de argentinos sin hectáreas.
El segundo acto del drama de los Kirchner se abre de este modo a dos argumentos mutuamente excluyentes. O giran, encaminándose al diálogo, o insisten en su "modelo" a todo o nada. Ninguna de estas dos vías alternativas les será fácil. Según sea su opción en el segundo acto, empero, así les resultará, catastrófico o exitoso, el tercer acto, cuando sobre los Kirchner caiga el telón final después del cual los juzgará la historia.