Ya existe una solución para el conflicto con Uruguay
Por Joaquín Morales Solá
Dos problemas se derrumbarían sobre Néstor Kirchner si su esposa no fuera la próxima presidenta. Lo golpearía en el plexo solar una derrota llegada de sopetón, pero, además, debería dar marcha atrás con algunas cosas que no hizo y que, por fin, decidió hacer.
Beatriz Paglieri se está yendo del Indec porque Guillermo Moreno no puede rendirse antes de que concluya una batalla irremediablemente perdida. Un boceto de solución al largo diferendo con Uruguay surgirá, en la semana que se inicia, cuando argentinos y uruguayos se encuentren en Nueva York. La solución ya está, admitieron en ambos lados del río.
Las circunstancias lo empujan al Presidente con su propia dinámica. La virtual intervención en el Indec provocó remezones de protesta desde Wall Street hasta Hugo Moyano, pasando por el consumidor común, que, a estas alturas ya sospecha que vive en dos países: uno está en las estadísticas oficiales y otro se oculta en las góndolas de los supermercados. Por su lado, la relación entre Kirchner y Tabaré Vázquez se parece a la de esos matrimonios que se amaron y se divorciaron. La contumaz desconfianza reina donde antes hubo afecto.
Fríos y aprensivos, los dos mandatarios han coincidido a la distancia en una conclusión: no podrían dejar al rey Juan Carlos abandonado al desaire y a la indiferencia, después de que ellos mismos le imploraron al monarca que los acercara.
Madrid y Nueva York. La extravagancia es un recurso incalculable en el sur de América. Argentinos y uruguayos, separados por un puñado de kilómetros y por siglos de amistad, sólo están dispuestos a reunirse en esas ciudades lejanas. Esta vez le tocará a la capital financiera de los Estados Unidos. Los españoles han decidido presionar con los gestos más que con las palabras. En la reunión del próximo sábado en Nueva York estará presente el propio canciller español, Miguel Angel Moratinos, resuelto con la vocación de un torero a resolver el escándalo del Río de la Plata.
La cancillería española dio también por finalizada una polémica en este lado del mundo: ¿iban o no iban a Nueva York "los Fernández", Alberto y Gonzalo, hombres de confianza de los dos presidentes? El gobierno argentino había dicho que sin ellos la reunión no tendría sentido. Desde Madrid se informó, por último: irán "los Fernández".
Los borradores de la solución ya se están escribiendo. La Argentina aceptará el monitoreo conjunto de la planta de Botnia y el gobierno uruguayo postergará hasta fin de año la autorización para que la fábrica comience a producir. El rey derrochó optimismo en los últimos días ante Tabaré Vázquez. No lo podemos decepcionar , dijo el mandatario uruguayo desde Madrid.
Botnia le dio argumentos al gobierno uruguayo para la postergación: la cantidad de accidentes durante la construcción de la planta es superior al promedio escandinavo, según la elegante fórmula de un diplomático europeo. Por eso, habrá un claro mensaje para tranquilizar a Gualeguaychú y, sobre todo, al resto de la ribera del río Uruguay. Monitoreo conjunto es un término que suena mal entre los diplomáticos argentinos, porque los asambleístas entrerrianos lo consideran una capitulación. Estos no quieren ninguna fórmula propuesta por Uruguay. ¿Uruguay es entonces el enemigo por batir? La extravagancia se convierte en irracional.
El problema argentino consiste, en cambio, en que el tribunal de La Haya podría dictaminar que la contaminación no es tan alta como dicen los entrerrianos. Podría decir eso aun cuando aceptara que Montevideo no respetó el Tratado del Río Uruguay. ¿Qué haría la Argentina en caso de que la justicia internacional fuera benévola con Uruguay y no hubiera chequeo sobre la producción de Botnia? Sólo le quedaría, en tal caso, encomendarse a Dios. Esa es la opinión que dio vuelta la posición del gobierno de Kirchner.
Un protocolo verde para el río Uruguay se está diseñando. Un anexo podría escribirse para el Tratado del Río Uruguay. La escritura deberá ser sutil y esquivar cualquier posible mala interpretación. Montevideo podría escudarse en esa nueva redacción para argumentar que el tratado vigente no es lo suficientemente claro y que por eso lo incumplió.
Sin embargo, legislar sobre el río Uruguay permitiría reconciliar la vieja amistad de argentinos y uruguayos y encapsular el conflicto entre Gualeguaychú y Fray Bentos. El conflicto no se apagará del todo hasta la resolución final del tribunal de La Haya. Pero cualquier fallo, bueno o malo, tendría menos repercusiones si existiera antes un acuerdo entre ambos países.
¿Cuándo se firmaría ese acuerdo? Un obstáculo no desbrozado aún se refiere a una pregunta fundamental: ¿qué aportes a la solución harán Botnia, Finlandia y la sociedad de Gualeguaychú? Botnia y Finlandia callan. Los asambleístas se alborotan. Kirchner se tendrá que hacer cargo, de alguna manera, de la sublevación del Litoral. Uruguay no puede ignorar los cortes de los puentes.
A su vez, el rey Juan Carlos espera algo, aunque más no sea un gesto, para el 8 de noviembre, cuando se reunirá en Santiago de Chile la cumbre de países iberoamericanos. Es probable que entonces no esté el acuerdo. Sin embargo, debería estar acordada una fecha o un plazo: ¿podrían firmarlo Tabaré Vázquez y Cristina Kirchner el 10 de diciembre? Quizás. Es una idea que uruguayos y argentinos han echado a rodar. Faltan las elecciones. Por ahora, el gobierno argentino pondera la capacidad de construcción política de un uruguayo: el embajador en Buenos Aires, Francisco Bustillo.
Dicen que Cristina Kirchner quiere reinsertar el país en el mundo y que tiene certezas menos acomplejadas que su esposo sobre la relación con los principales países del mundo. Necesitará, entonces, arreglar con Uruguay. ¿Cómo explicarle al mundo la confiabilidad propia si hay problemas sin resolver con el vecino más cercano?
El proyecto de la candidata ya es enorme, si existiera, porque la Argentina se aisló culturalmente del mundo durante los últimos seis años. Coincidió con el período más intenso en el proceso de globalización de la humanidad. Un ejecutivo de las finanzas internacionales subrayó que hasta sus representantes en la Argentina, que nada tienen que ver con el Gobierno, fueron los más rezagados del planeta en advertir los cambios de la economía mundial por la volatilidad de los mercados. La Argentina decidió vivir con sus cosas, ensimismada en sus pobres querellas, ciega y sorda a las nuevas corrientes del mundo.
Decidió, incluso, cambiar otra vez las reglas del juego que había estipulado un mismo gobierno. Eso es lo que pasó cuando la administración intervino el Indec por sospechar que allí había corrupción para beneficiar a los acreedores con bonos indexados por la inflación. La corrupción siempre es posible. ¿Por qué no hizo en tal caso una denuncia penal y convocó a un concurso para llenar los cargos del principal organismo de estadísticas? Moreno decidió, en cambio, actuar con los reflejos de viejo mandón que tanto mal le han hecho: intervino el Indec con las formas de un boxeador. Puso allí a una economista conocida, Paglieri, y ordenó que ningún documento del organismo tomara estado público sin pasar antes por sus manos y por sus ojos.
Los acreedores creen que les han metido las manos en el bolsillo. Moyano disparó que nadie le cree al Indec. La oposición hace campaña con los desatinos de las estadísticas. El Gobierno argumenta que el aumento más fuerte de precios fue el que registraron los comestibles, pero que eso no les quita autenticidad a los datos oficiales. Muestra encuestas paralelas con cifras parecidas a las del Indec. El problema que tiene es político: su credibilidad en materia de inflación es nula y Moreno se convirtió en víctima de su propio personaje.
Noviembre. En ese mes el Gobierno meterá manos en el Indec, aseguran, porque no puede reconocer antes de las elecciones que se equivocó. En noviembre, Kirchner firmará también un programa de actualización de las tarifas de servicios públicos; es la condición para que haya nuevas e imprescindibles inversiones en infraestructura.
Noviembre, también para las pasteras. Kirchner tendrá que vérselas con los asambleístas después de los comicios. Noviembre será, si gana la senadora, un mes de dos presidentes, apurados ambos para arreglar cuentas con la historia que no han escrito.