Entrevista:O Estado inteligente

domingo, setembro 02, 2007

Ni radicales ni peronistas: continuistas


Por Mariano Grondona

Domingo 2 de setiembre de 2007

En los países anglosajones es frecuente el uso de la palabra incumbent para designar al gobernante que pretende ser reelegido. Aunque poco usados, el verbo incumbir o el sustantivo incumbencia también existen entre nosotros para designar a aquel a quien "le incumbe" tanto su cargo público que aspira a retenerlo; a aquel que, siendo el titular de la presidencia, una gobernación o una intendencia, intenta conservarla mientras le sea posible. La palabra incumbencia proviene del indoeuropeo keu , que significa "atar", y del latín cub , vinculado a "cubrir el lecho", a "cubículo" y hasta a "concubina". Esta última acepción es significativa en cuanto a que el que mantiene "atada" a una concubina también tiene con ella una relación pocas veces confesada. Nuestros incumbentes "atan" muchas veces sus cargos más allá de los plazos que son habituales en las repúblicas bien ordenadas, que suponen, al contrario, la rotación frecuente de los funcionarios, y por eso esconden hasta último momento, con secreta vergüenza, su íntimo deseo de continuar donde están.

Todo gobernante aspira, naturalmente, a continuar en su tarea. Pero hay dos maneras de lograrlo. A una de ellas, propia de las repúblicas bien ordenadas, la llamamos continuidad y es de naturaleza institucional. Hay continuidad, por ejemplo, cuando al gobernante saliente, que no ha pretendido forzar sus plazos, lo continúa otro que mantiene sus "políticas de Estado", de modo tal que la república sostiene por décadas la obra de sus gobernantes, continuadores unos de otros y ya pertenezcan o no al mismo partido. En las repúblicas bien ordenadas, los hombres y los partidos rotan en los cargos en persecución de un proyecto común que los excede. Ya se llamen España, Chile, México, Uruguay o Brasil, éstas son las repúblicas que avanzan en el mundo contemporáneo.

Cuando el gobernante no aspira a que continúe su tarea mediante el cambio de hombres, sino mediante su propia perpetuidad, ya no es un "continuador" sino un continuista que quiere perpetuarse en el gobierno porque ya no piensa en la proyección de las instituciones sino en la suya propia. Pero aquellas conductas que en vez de fortalecer a las instituciones favorecen el personalismo de sus portadores sólo perciben el poder como un botín personal en la guerra de todos contra todos. Mientras que la continuidad genera hombres de Estado, el continuismo crea caudillos. En vez de estadistas, dictadores.

El "territorialismo"

Los políticos que están compitiendo en las elecciones de este año ¿son "continuistas" o "continuadores"? La pregunta es válida porque, por lo que hemos observado hasta ahora, están ganando casi sin excepciones los "incumbentes". En algunos distritos como Tierra del Fuego y la Capital, el poder cambió excepcionalmente de manos. En otros como San Juan y Tucumán, ganaron los "incumbentes" locales, aliados a la pareja que aspira a retener la incumbencia nacional. Hoy, en Córdoba se dará probablemente el caso de una incumbencia "indirecta" de manos del gobernador De la Sota a su sucesor Schiaretti, ambos aliados a la incumbencia nacional. La duda en Santa Fe es si el opositor Binner podrá vencer al kirchnerista Bielsa. Gracias al excepcional "no reeleccionismo" republicano que exhibe con orgullo esta gran provincia, la pretensión de la incumbencia kirchnerista será en ella indirecta, del gobernador saliente Obeid al escogido por él y por Kirchner. Otras incumbencias ganadoras, como la de Alberto Rodríguez Saá en San Luis y la "indirecta" de Jorge Sobisch en Neuquén, si bien han continuado la tendencia ganadora en el nivel local, la han logrado contra el kirchnerismo, en abierto desafío a la incumbencia nacional.

Donde más se nota el poder del continuismo es en el gigantesco Gran Buenos Aires. Aquí, casi todos los intendentes que manejan distritos de dimensiones provinciales se han sucedido una y otra vez a sí mismos. Estos caudillos, después de pertenecer al duhaldismo hasta 2003, se han pasado en masa al kirchnerismo. La identificación política de los intendentes bonaerenses con los sucesivos referentes nacionales, ya se llamaran Menem, Duhalde o Kirchner, agrega una clave a nuestra topografía del poder: que, con algunas notables excepciones, lo que tiende a prevalecer en la Argentina actual es la alianza entre el gobierno nacional y la mayoría de los gobiernos provinciales y municipales. Lo que prevalece en la Argentina actual, en suma, es una telaraña de poderes territoriales.

La nuestra, entonces, no es una democracia pluralista y diversa, como en las verdaderas repúblicas. La nuestra es una red continuista de poderes. Cada intendente domina su municipio. La mayoría de los gobernadores se entrelaza por debajo con sus intendentes y por arriba con el poder nacional. Entre unos y otros, circula el generoso lubricante de la caja fiscal. El que está ya por estar tiene la delantera. En lugar de ser el país de las rotaciones republicanas, la Argentina se ha convertido en el país de las incumbencias territoriales. El que está casi siempre vuelve a estar. La Argentina de hoy es democrática en la forma pero feudal en la realidad.

El pacto de vasallaje

Como lo ha notado Carlos Pedro Blaquier en su reciente Manual de Historia Argentina , entre nosotros casi siempre prevalecieron los caudillos. Pero varios de ellos, como Irigoyen y Perón, y más tarde Alfonsín y Menem, ejercieron una atracción directa sobre las mayorías. Lo que tenemos ahora es diferente. La pareja que ejerce el caudillismo nacional no lo difunde a través del carisma nacional, sino a través de un sinnúmero de pactos fiscales con caudillos subordinados de gravitación local. El impulso que mueve al kirchnerismo, más que emocional, es contractual. Si algún miembro del esquema de poder se debilita en su provincia como le pasó al misionero Rovira, se lo expulsa de inmediato de la telaraña.

Decimos que esta topografía territorial del poder es "contractual" porque los Kirchner no necesitan enamorar al país con un carisma que no tienen; les basta con disciplinar a sus asociados mediante pactos bilaterales. Los intereses recíprocos son aquí más fuertes que las emociones populares.

En la Edad Media prevalecía un edificio de poder cuyos ladrillos eran los llamados "pactos de vasallaje". El rey mantenía la lealtad de los grandes señores y éstos la de los pequeños. Mediante el llamado "pacto de vasallaje", cada poder ofrecía protección a su subalterno a cambio de un tributo. La Edad Media anudó así una red de apoyos recíprocos finalmente económica. Feudo proviene de la voz indoeuropea peku , asociada a "pecuario" y a "pecunia", los dos bienes móviles que transportaban en sus correrías los invasores bárbaros. También de peku proviene "peculado".

El poder feudal, fragmentándose en los diversos hilos de una inmensa telaraña dio protección a los europeos de las invasiones bárbaras. Fue efectivo y salvador en un tiempo anárquico. Difícilmente podríamos compararlo empero con el orden republicano, en el que impera la libertad de los ciudadanos. Un orden que tuvo su apogeo en la democracia ateniense y en la República Romana, y que hoy vuelve en las democracias avanzadas. Un orden que, todavía, nos está faltando.

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