Entrevista:O Estado inteligente

domingo, setembro 16, 2007

Joaquín Morales Solá

Kirchner y el regreso de los viejos fantasmas


Domingo 16 de setiembre de 2007

Angela Merkel pareció sor Teresa de Calcuta cuando los Kirchner vieron irrumpir a Eduardo Duhalde y a Hugo Moyano. Nada de lo que pudo decir la popular canciller alemana -y dijo algunas cosas- fue peor que la impronta desafiante de esos políticos argentinos de hombros anchos y caminar altivo. Uno más cerca que el otro de Kirchner, los dos dejan siempre en el paladar presidencial el regusto de la desconfianza. Moyano se metió en el escenario empujado por la inflación y la ambición. Duhalde es el enfermero más eficaz del peronismo herido.

Duhalde eligió el momento de la posguerra, cuando los golpeados abundaban, para ponerse al volante de la ambulancia cargada de peronistas desahuciados. La posguerra fue el momento posterior a la confección de las listas de candidatos para las elecciones de octubre en la monumental Buenos Aires. El mismo 28 de octubre se harán los comicios para todos los cargos bonaerenses. Kirchner mezcló en algunas listas a viejos barones del conurbano con amigos nuevos, o los sometió a aquéllos al martirio de la convivencia con listas diferentes de puro cuño kirchnerista. La estructura creada por Duhalde, la más importante maquinaria electoral del país, crujió entonces.

Duhalde no regresará para ponerse al frente de una elección nacional o provincial. Si lo hiciera, rifaría en un domingo pendular su lugar en la historia. Sea cual sea el concepto social que hoy tiene su figura, lo cierto es que el ex presidente se hizo cargo en su momento de la peor crisis que le tocó vivir a la Argentina moderna. Removió, hurgó y trastornó el viejo orden para doblegar el enorme conflicto que le tocó. Llevan su firma las decisiones que limpiaron de maleza el posterior camino de Kirchner y las que terminaron estabilizando la inestable política nacional. En el instante en que las firmó, él también vacilaba entre el acierto, imperceptible entonces, y el probable dramatismo del error.

Pero Duhalde pertenece a la generación que pertenece. La crisis de 2001 se llevó muchas cosas, entre ellas a casi todos los dirigentes que la precedieron o que la protagonizaron. Duhalde no se ha salvado. Su importancia radica, sin embargo, en la influencia que aún puede tener en la estructura del justicialismo. Duhalde es el más emblemático de los peronistas que se postran ante el partido que levantó Perón. Una de sus principales rabietas de ahora, por ejemplo, consiste en que los peronistas actuales se olvidaron de buscar a los pobres.

Duhalde conjetura, además, que Scioli podría necesitar en la turbulenta Buenos Aires de una estructura más sólida que la alianza caótica y multicolor que le ofrecerá el Presidente. La futura estabilidad de Scioli suele ser un tema recurrente en sus conversaciones más íntimas. Por eso, decidió empezar de nuevo. Cuando habla de la reorganización del justicialismo está hablando, por ahora, del peronismo bonaerense. Ya verá luego cómo sigue, si es que sigue.

Duhalde habría firmado hasta el armisticio si Kirchner lo hubiera llamado alguna vez para pedirle una gestión internacional con Brasil, con Uruguay o con Chile. Nunca lo llamó. Más contento se habría puesto si el Presidente hubiese llamado alguna vez a su esposa para requerirle un consejo sobre el conflicto social. Nunca la llamó. Esperó y aguantó durante cuatro años. El 11 de diciembre próximo se sentirá liberado para hacer y decir , anticipan a su lado. El tiempo de Cristina Kirchner, si ese tiempo llegara, podría coincidir con el de un Duhalde parlanchín.

Kirchner lo ningunea en sus conversaciones, pero alguna preocupación dejó traslucir en sus declaraciones y en las de sus ministros. De cualquier forma, el destino de Duhalde está irremediablemente atado a la suerte del Gobierno en las próximas presidenciales. Su recuperación sería una misión casi imposible si una buena elección convirtiera a Cristina Kirchner en la próxima presidenta.

La única diferencia que plantea Duhalde es que él habla en un mundo de pánicos y de silencios. Me agarré a los golpes con Herminio Iglesias para democratizar el peronismo; ¿por qué le voy a tener miedo a Kirchner? , dice. Kirchner lo espera: intuye que una mayoría social estará de su lado en ese duelo.

A Hugo Moyano no lo esperó. Lo invitó. Moyano venía derrapando entre los elogios y las críticas a Cristina Kirchner. Al jefe de la CGT se le fueron algunos gremios que lo consideran demasiado autoritario en la conducción de la central obrera. Kirchner duda: ¿Moyano quiere mejores salarios o más poder? Prefiere creer que se trata de una cuestión de poder más que de salarios. Los aumentos salariales por encima de la inflación fogonean la inflación. Pero no deja de hablar con los gremios que quisieran ver a la otrora poderosa UOM desplazando a Moyano del liderazgo gremial.

Kirchner tiene una relación extraña con los dirigentes gremiales. Como buen caudillo de provincia, no está acostumbrado a tratar con esos hombres en condiciones de indisciplinarle el espacio público. Eligió no eludir el trato con ellos, pero también conservar cierta distancia. Les ha dado algunos negocios; eso les gusta a los dirigentes gremiales. En rigor, llenó de recursos las cajas de los gremialistas y convirtió al propio Moyano en sindicalista y empresario.

La opción del Presidente es ardua por donde se la mire: o arregla con esos dirigentes ambiciosos o termina en manos de los gremios y comisiones obreras en manos de la izquierda rupestre. A ésta la está padeciendo ya en las huelgas de los subterráneos y, asegura, en los porfiados alborotos de su propia provincia. Un informe de los servicios de inteligencia avisó a Kirchner de la última literatura del Partido Obrero, que está mezclado con muchas protestas sindicales; en ella promueve el foquismo violento . Romper con Moyano es un lujo que, así las cosas, no se puede dar.

Moyano le habló a Kirchner de la inflación descontrolada de las últimas semanas, que se siente sobre todo en los precios de los alimentos. La inflación ya no cierra ni siquiera la boca del prudente presidente del Banco Central, Martín Redrado, célebre por su cintura de político más que por su arte de economista, que también lo tiene. En Berlín, Cristina Kirchner escuchó preguntas de empresarios sobre los estropicios hechos en el Indec. Contestó con sus conocidas metáforas sobre los libros sagrados, calcadas de las que expuso ante empresarios argentinos.

Es, sin duda, su respuesta más débil para un problema que preocupa, por razones distintas, desde Berlín hasta Villa Lugano. Aun cuando esbozó algunas defensas, la senadora debió percibir también en Alemania que Hugo Chávez nunca será una buena compañía para deslizarse por los palacios que gobiernan el mundo. Políticos y empresarios alemanes le preguntaron por la alianza de su gobierno con ese pintoresco caudillo latinoamericano.

La cuestión Moyano será, con todo, una de las pocas cosas que no terminarán para Kirchner el 10 de diciembre. Seguirá lidiando con él y con los caudillos del conurbano. A Cristina Kirchner le agrada, puntual y protocolar, al revés de su marido, reflexionar con Angela Merkel, con Rodríguez Zapatero o con Hillary Clinton.

Hay deleites incompatibles. A nadie en su sano juicio le puede gustar departir al mismo tiempo con Merkel, con Moyano y con los barones del cordón bonaerense, módicos para divagar, poderosos para mandar sobre las cosas que se tocan.

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