Córdoba, o el reino de la impostura
El viernes, Néstor Kirchner no quería ver un cordobés ni de cerca ni de lejos. Dos días antes, el presidente Lula llamó por teléfono a su viejo amigo José Manuel de la Sota con una preocupación que su simpatía no podía disimular: ¿Qué está pasando ahí? , le preguntó. El propio Kirchner se sinceró poco más tarde: El daño de la elección cordobesa es enorme en el exterior . Un aura de sospecha degradó por primera vez a una elección importante. Entretanto, Juan Schiaretti y Luis Juez protagonizaban un espectáculo más propio de cuarteteros que de líderes de una provincia con prestigio cultural y político.
No hay dos dirigentes más distintos en el peronismo activo que Kirchner y De la Sota. Al Presidente, informal y audaz, le gusta mostrarse como un hombre desafiante frente a los sectores poderosos; muy pocas veces se le ha visto un gesto de seducción hacia ellos. El gobernador es, por el contrario, prudente y medido; usa su condición de buen orador para seducir al auditorio que le toca en suerte.
En los últimos años, los dos han librado a la distancia un duelo notable. De la Sota decía en Córdoba discursos antikirchneristas, sin nombrar a Kirchner, mientras se manifestaba seguidor del Presidente en sus declaraciones a la prensa nacional. Kirchner simulaba que le creía estas últimas palabras de compromiso, mientras estaba seguro de que en aquellos discursos de hereje se escondía el De la Sota verdadero. Ambos sabían sólo una cosa: ninguno podía prescindir del otro.
Con todo, hay otra distinción que los hace más diferentes aún. Se refiere a la manera de concebir la política, la identidad partidaria y la construcción de un espacio propio. Kirchner tiene dosis parecidas de exactitud y de alboroto para edificar su proyecto de poder. Llegó a susurrar que De la Sota debió poner a un radical como candidato a vicegobernador de Schiaretti dentro de un universo presidencial donde caben todos los colores.
No lo conoce al gobernador. Lo primero que hizo De la Sota, cuando la bronca lo desbordó, fue criticar la fórmula de Cristina Kirchner. Debió ser más peronista , dijo públicamente. ¿Se quejaba del radical Julio Cobos o de la impronta neoperonista de la senadora? De la Sota desliza, pero no precisa. Enamorado de la estructura del peronismo, a la que conoce del derecho y del revés, De la Sota nunca entendió esa corriente progresista extraña y heterogénea que propone Kirchner.
El viejo duelo ha tenido estocadas memorables en las últimas horas. Silencio de Kirchner sobre la elección cordobesa en contraste con su inmediato llamado a Hermes Binner para felicitarlo como ganador de Santa Fe. ¿A Kirchner le gusta más Binner que Schiaretti? Sí. Esto también es cierto. De la Sota ironizó entonces, sin decirlo en serio, que los problemas de su provincia le restarían tiempo para trabajar por la candidatura de Cristina. Kirchner salió luego recordando que él también había ganado la intendencia de Río Gallegos por sólo 111 votos; un guiño a Schiaretti. De la Sota aclaró de inmediato: se inclinaba ante Cristina.
Ni Kirchner estaba seguro de su señal a Schiaretti ni a De la Sota lo entusiasma la candidatura de una mujer que no le habla con frecuencia al peronismo. La impostura se había reinstalado en sus vidas.
De la Sota no será candidato presidencial en 2011; lo será en 2009, un día después de un eventual triunfo como candidato a senador nacional. Una derrota en esos comicios senatoriales derrumbaría otra vez su ambición de llegar al poder nacional. Kirchner lo sabe, y cerca de él suponen que el centro y la derecha del peronismo urden su resarcimiento detrás de De la Sota. Quiere ser el Aznar de la política argentina , conspiran cerca del Presidente.
Por ahora, el gobernador deberá reconstruir su liderazgo en la capital de Córdoba. Lo que sucedió el domingo de pavor en esa provincia fue el enfrentamiento entre una capital furiosamente antidelasotista y un interior hechizadamente delasotista. Schiaretti y Juez fueron simples peones de esas pasiones y, también, las útiles piezas del silencioso ajedrez entre el Presidente y el gobernador. Reducir el escándalo de Córdoba a una pelea entre dos ministros nacionales, Alberto Fernández y Julio De Vido, es desconocer el modo de gobernar de Kirchner.
El Presidente se sentía antes, no ahora, más cerca de Juez que de Schiaretti, pero éste le abrió sus listas a los candidatos cordobeses del jefe del Estado, entre ellos al polémico secretario de Transporte, Ricardo Jaime. Jaime, que no necesita pasar por De Vido para llegar al Presidente, no debería integrar ninguna lista mientras su nombre esté presente en muchos expedientes judiciales que investigan supuestos hechos de corrupción. Una candidatura es el resultado de una carrera de méritos y no una aparente madriguera para eludir a los jueces.
No hay inocentes en Córdoba. Schiaretti y Juez se han equivocado con el mismo esmero. Hubo un hecho llamativo: se conocieron antes los datos del interior y después los de la capital cordobesa. Schiaretti barrió en el interior y Juez arrasó en la capital. Esa demora -y la insoportable lentitud del escrutinio- creó muchas suspicacias. Schiaretti cometió también el error de salir de inmediato a proclamar un triunfo por 7 puntos que nunca existió. La política cordobesa se convirtió de pronto en una carrera de obstáculos; todos se apuraban para llegar a ninguna parte.
Juez lanzó bellas frases ("Me han robado un sueño"), pero hasta ahora están faltando pruebas concretas del hurto. ¿Cuántas mesas fueron impugnadas por los fiscales de Juez? ¿Qué hacían los presidentes de mesa, designados al azar, mientras se consumaba el robo? ¿Es posible que 6000 fiscales y presidentes de mesa se hayan dejado estafar por los fiscales de De la Sota y Schiaretti? Sólo cuando Juez pueda responder esas preguntas su discurso sonará consistente.
Néstor Kirchner decidió el viernes deshacerse de Juez y de Schiaretti. No puede hacer suya la denuncia de Juez porque, al fin y al cabo, Córdoba forma parte del país que el Presidente gobierna. Nunca le gustó Schiaretti y, encima, ahora De la Sota lo vapuleó indirectamente como nunca antes lo había hecho otro dirigente nacional del peronismo. El escándalo político de Córdoba es, a la vez, un mal precedente para la campaña electoral de su esposa. Después de tener tantos amigos en Córdoba, Kirchner se quedó, en rigor, sin ninguno. El exceso cultiva la penuria.
Son las malas consecuencias de apostar a varias bandas en todas partes. Mezcló amigos peronistas, viejos, nuevos y reciclados, con radicales arrepentidos y socialistas extraviados en listas diferentes. Horas antes de que se cerraran las nóminas de candidatos a legisladores nacionales, la Casa de Gobierno era un muestrario de esos entreveros: antiguos duhaldistas departían cómodamente con kirchneristas de pura estirpe. Radicales conversos se daban la mano con peronistas de cualquier pelaje. A todos ellos sólo les importaba ingresar en las listas de candidatos en lugares ganadores.
Nadie reparaba en Córdoba. En una de las más grandes y prestigiosas provincias argentinas se había dado un debate inédito en casi 24 años de democracia. Estaba en duda la limpieza del acto original del sistema político, que consiste en el respeto a la decisión de una mayoría social. Es la única duda que la democracia no puede permitirse sin perder su razón de existir.