En el kirchnerismo reina un clima de euforia por la aprobación de la reforma del Consejo de la Magistratura en la Cámara de Diputados. Cuando empezó la discusión, el kirchnerismo sólo contaba con 113 votos propios de los 129 que necesitaba para sancionar la polémica ley. Le faltaban 16 votos. Al fin logró 149 votos. Le sobraron 20. ¿Cómo no va a estar eufórico ante esta contundente victoria?
Pero el kirchnerismo no logró una sino dos victorias en esta ocasión. La primera es obvia: consiguió, con la nueva ley, reducir la independencia del Consejo y, a través de él, del Poder Judicial, ya que los 900 jueces con los cuales cuenta hoy la Nación saben que de ahora en adelante, si su desempeño no complace al Poder Ejecutivo, éste tendrá una influencia preponderante en el Consejo para promover su destitución. En la vereda opuesta, los jueces cuyas sentencias favorezcan al Ejecutivo serán invulnerables ante cualquier impugnación. Cuando se trate de nombrar nuevos jueces, además, aquellos candidatos que se cobijen bajo el manto oficial tendrán más posibilidades de ser designados que los candidatos independientes.
La segunda victoria del kirchnerismo es menos obvia pero, en el fondo, más importante. Lo que ha conseguido Kirchner con sus 149 votos, en efecto, no es simplemente la aprobación de una ley duramente cuestionada por los juristas. Lo que ha conseguido es domesticar a la Cámara de Diputados. Y esta segunda victoria no es ocasional sino permanente, ya que le abre un panorama de futuras victorias en el Congreso. Ya tiene amplia mayoría en el Senado. Ahora ha logrado una mayoría suficiente en Diputados. De ahora en adelante, el Congreso le pertenece.
El "príncipe civil"
Para medir el alcance de esta segunda victoria vale la pena recorrer un breve capítulo de El príncipe, de Maquiavelo, cuyo título es "Del principado civil". En él, el florentino divide los príncipes en tres clases: los hereditarios, los "príncipes militares" que lograron el poder por la fuerza y los príncipes civiles que fueron elevados por el consenso de la sociedad.
Cuando se concentra en esta última categoría, Maquiavelo hace notar que la sociedad se divide a su vez en dos partes: el pueblo y los grandes. ¿En qué parte de la sociedad debe apoyarse el "príncipe civil" para mandar?
Debe apoyarse por lo pronto en el pueblo porque, como éste es permanente, "el príncipe siempre estará forzado a vivir con él". Pero puede pasarse en cambio sin los grandes, "puesto que está en condiciones de hacerlos y deshacerlos cada día". Sería insensato, empero, que embistiera a todos los grandes al mismo tiempo. Debe distinguir, entonces, entre los grandes susceptibles de subordinarse a él por pusilánimes o por corruptibles, y los grandes que conservan sus propios principios. Mientras encolumna a aquéllos, el príncipe "deberá guardarse de éstos y temerlos como si fueran enemigos declarados" procurando, en cuanto le sea posible, destruirlos.
¿Cómo le será posible al príncipe civil distinguir, sin embargo, entre aquellos grandes que podrían someterse a él y aquellos otros a quienes deberá considerar "enemigos declarados"? Poniéndolos frente a una prueba a resultas de la cual tanto los grandes "negociables" como los "no negociables" queden al descubierto. Si los obligara, por ejemplo, a arrodillarse ante él, aquellos que le obedecieran no podrían reponerse nunca de la indignidad consiguiente y serían de ahí en más, políticamente, sus esclavos. Al margen quedarían en cambio, listos para una embestida final, aquellos que, en lugar de la sumisión, escogieran la dignidad.
El proyecto del Consejo de la Magistratura cumplió a las maravillas esta condición porque es tan flagrantemente indefendible por anticonstitucional que los 149 "grandes" que lo votaron, o ya se habían pasado al kirchnerismo y lo hicieron por "obediencia debida", o pagaron el precio de la consiguiente humillación a cambio de ser admitidos como nuevos reclutas del poder triunfante. Del otro lado sólo quedaron entonces los opositores e incluso aquellos hasta ese momento tenidos por kirchneristas, como Bielsa, Juez y sus compañeros de bancada, que optaron por la dignidad.
No nos es posible saber si Kirchner, al someter a los grandes de la Cámara de Diputados a esta prueba reveladora, lo hizo después de haber leído a Maquiavelo. Si lo hizo sin haberlo leído, confirmó en todo caso que hay dos clases de maquiavélicos: los eruditos y los intuitivos.
El pueblo, ¿soy yo?
¿Deberíamos recriminar a Kirchner por haber seguido, consciente o inconscientemente, el consejo de Maquiavelo? No deberíamos recriminarlo, deberíamos alabarlo, si fuera un "príncipe civil" como el que tenía en cuenta Maquiavelo en el pasaje aludido. Pero en ese pasaje el florentino se refería a un "príncipe" y no a un magistrado republicano. Maquiavelo no trata de las repúblicas en El príncipe, sino en otra obra, los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, donde estudia a la República Romana. La figura del "príncipe civil" no entra en ellos, porque el gobernante republicano nunca es un príncipe sino un magistrado, aun cuando fuera, como en el caso de nuestro presidente, un primer magistrado. La diferencia es que, en tanto el príncipe aspira a concentrar la totalidad del poder, el magistrado republicano, por más poder que tenga, debe compartirlo con los demás magistrados. Con los legisladores y los jueces, por ejemplo.
Pero Kirchner, siendo el primer magistrado de nuestra república, tiende a comportarse como si fuera un "príncipe civil", acudiendo entonces, consciente o inconscientemente, al Maquiavelo equivocado.
Esta transposición de un régimen republicano a otro monárquico, Kirchner la confirma cuando deja traslucir no sólo su actitud ante los "grandes" sino también ante el "pueblo". Al dirigirse a los diputados para que le dieran su voto, el Presidente los exhortó a "terminar con las ataduras" de las corporaciones y a alinearse junto al pueblo. ¿Pero quién puede hablar en nombre del pueblo? Nuestro presidente, ¿tiende a pensar que al pueblo lo representa únicamente él? Los demás, ¿o se encolumnan con él y por lo tanto con el pueblo o se dejan ligar por las "ataduras" de los "grandes" que se le oponen?
De ahí que Kirchner, al ejercer el poder, resulte "duro" o "blando" según el caso. "Duro" con los grandes a quienes condena, ya sean los militares, los policías, Macri, Carrió, Castells o Patti. "Blando" con toda expresión que, aunque sea ilegal, se revista de un aire popular, ya sean movilizaciones de piqueteros adictos, el asalto a una comisaría por parte de D´Elía, su flamante funcionario, o incluso los cortes populares pero ilegales de los puentes sobre el río Uruguay.
En esta Argentina cuyo presidente podría pensar que es un "príncipe civil" capaz de decir "el pueblo soy yo" y no solamente un "primer magistrado" sometido a controles, ¿queda alguna reserva en favor de la Constitución? Sí, queda: la Corte Suprema. A ella llegarán varias demandas de inconstitucionalidad contra la reciente reforma del Consejo de la Magistratura. ¿Qué hará, cuando lleguen, nuestra Corte? ¿Qué clase de "grandes" mostrarán ser, cuando deban votar, los magistrados que en ella se sientan?
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