LA NACION
Cuando Alberdi diseñó la Constitución que aún nos rige, mezcló en ella dos tradiciones. De la tradición liberal recogió la idea de que no debería haber un solo poder sino tres capaces de controlarse recíprocamente para alejarnos del absolutismo. De la tradición española y virreinal recogió la idea de que uno de esos tres poderes, el Ejecutivo, debía ser fuerte y enérgico para protegernos contra la anarquía.
Este delicado equilibrio puede romperse de dos modos. Uno, si el caballo más fuerte de esta troika alberdiana flaquea. El otro, si el caballo más fuerte se dispara. Desde Alberdi el equilibrio institucional argentino enfrentó así dos amenazas paralelas: la anarquía proveniente del desfallecimiento presidencial y el autoritarismo proveniente del abuso presidencial. Esta doble amenaza provenía a su vez de una ambigüedad histórica llamada el s índrome anárquico-autoritario, que nos acompaña desde España porque, hijos que somos de ella, también a nosotros nos ha costado enormemente encontrar la fórmula que pueda salvarnos tanto del defecto como del exceso del poder presidencial.
Profundo conocedor de este dilema "español", fue precisamente el español José Ortega y Gasset, quien nos advirtió en La rebelión de las masas que "la función de mandar y obedecer es la decisiva en toda sociedad. Como ande en ésta turbia la cuestión de quién manda y quién obedece, todo lo demás marchará impura y torpemente". En medio de la inquietante situación que estamos viviendo los argentinos, ¿no adquieren un aura profética sus palabras?
De Néstor a Cristina
Cuando Néstor Kirchner subió a la presidencia en 2003, heredó la extrema debilidad del poder presidencial que le venía de Fernando de la Rúa. La ciudadanía aceptó entonces de buen grado que a un presidente casi inexistente lo sucediera un presidente mandón porque había que librarse cuanto antes de la anarquía. Al finalizar Kirchner su mandato cuatro años después, empero, empezó a cundir una nueva preocupación: que el sucesor constitucional de De la Rúa nos estuviera llevando al otro extremo del síndrome anárquico-autoritario. La nominación de su mujer a la presidencia trajo consigo, así, cierta esperanza de que ella, aportando un estilo femenino en sustitución de la agresividad masculina, restableciera el equilibrio del poder presidencial "gobernando" a los argentinos en vez de "retarlos".
A seis meses de su inauguración, empero, la Presidenta ha venido a agregar dos elementos al dilema secular entre el exceso y el defecto de la autoridad presidencial. Su nuevo "defecto" consiste en que en verdad no manda. Su nuevo "exceso" es que, cuando parece mandar, lo hace a través de un marido que, "absuelto" ya de todo freno institucional, acaba de declararles la guerra a todos los que no piensan como él, mientras el resto de los peronistas y los partidos no justicialistas quedan relegados al deslucido papel de un coro tan tímido que apenas se lo oye.
Si con Néstor cabía preocuparse así por su exceso de poder, con la combinación Néstor-Cristina cabe preocuparse no sólo por la reiteración de este exceso, sino también por el extremo debilitamiento del poder formal de la presidencia, porque tenemos un hombre excesivamente fuerte que, sin embargo, no es el presidente y a su lado una mujer excesivamente débil que, sin embargo, es la presidenta. Es como si convivieran en la misma fórmula el exceso y el defecto del poder.
El pueblo, ¿dónde está?
Alberdi pensaba que el poder presidencial es la suma de la jefatura de la administración pública y del poder militar, entendiéndose por éste la subordinación estricta de las Fuerzas Armadas al poder presidencial. Hoy, el poder militar, después de haberse insubordinado medio siglo con gravísimas consecuencias institucionales, ha dejado de existir. Pero en su lugar ha surgido un nuevo protagonista: el poder popular.
Si en los tiempos revueltos de 1930 a 1983 el poder militar funcionó como el árbitro de nuestro sistema político, ahora lo reemplaza el poder popular. En tiempos normales, el poder popular determina el poder presidencial mediante elecciones libres. Pero la hecatombe institucional de 2001 demostró que también puede haber inestabilidad sin militares mediante movilizaciones masivas e incontrolables. De 2001 en adelante, los "escraches", los asaltos a los supermercados, los cortes de rutas, los cacerolazos, las manifestaciones masivas parecen ocupar el papel que antes ocupaban las asonadas militares. ¿Cómo hará el poder presidencial para contenerlos?
Dos factores se suman al estado de desorden en el que hoy vivimos los argentinos. De un lado, la estrategia aniquiladora de sus adversarios que despliega Néstor Kirchner, rodeado por el menguado ejército de sus incondicionales. Más sutil pero igualmente grave es de otro lado la retórica que emplea la Presidenta. Cristina no parece darse cuenta de que sus exhortaciones públicas, que propaga casi cotidianamente rodeada por un coro de incondicionales a quienes les indica imperiosamente cuándo aplaudir y cuándo callar, no hacen más que echar leña a la hoguera de una sociedad en estado de irritación.
Al contemplar tanto las discretas maniobras de intención aniquiladora del ex presidente como las palabras altisonantes de su esposa, es imposible no preocuparse por el nivel al que ha bajado la convivencia entre los argentinos. Decía Maquiavelo que hay tres clases de gobernantes: los que saben, los que no saben pero saben que no saben y los que no saben pero creen que saben. Esta última actitud es el privilegio de los ignorantes. Cuando se afirma que la actividad agropecuaria está exenta de riesgos con una vasta sequía a la vista o que los productores son tan ricos que sólo así podrían movilizarse tanto tiempo sin trabajar, se exhibe una profunda ignorancia sobre la actividad y la conducta de los hombres y las mujeres del interior. ¿No es evidente para nuestros gobernantes que los miles y miles de argentinos que se han agolpado al borde de las rutas ya no responden al anacrónico estereotipo de "la oligarquía vacuna"? Si hay en verdad sectores minoritarios que se aprovechan de una indebida concentración de la riqueza, ¿dónde habría en todo caso que buscarlos? ¿En la tierra yerma y de trigo y de vacas, o en los círculos que se expanden al calor oficial?
¿A quiénes les pasa inadvertido por otra parte que en esta sociedad convulsionada el campo acaba de tomar conciencia de sus derechos y de su poder? Así, el campo : he aquí la fuerza telúrica con la que nadie contaba. Este frente espontáneo tiene fundamentos para creer que las ya famosas retenciones móviles del 11 de marzo le han arrebatado no ya una rentabilidad extraordinaria sino, simplemente, la rentabilidad. ¿Esto no lo ven o no lo quieren ver nuestros gobernantes? Su capacidad de negar la realidad, ¿hasta dónde puede llegar? Un antiguo refrán dice que "Dios ciega a los que quiere perder". Nuestra esperanza, nuestra convicción, es que este tipo de ceguera que anticipa el desastre no prevalecerá entre nosotros porque, después de un doloroso aprendizaje que todavía no cesa, los argentinos podríamos realizar a través del diálogo aquella magna tarea que nos propuso Alberdi: descubrir, entre todos, "la inteligencia de nuestros intereses".
Entrevista:O Estado inteligente
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