La pugna entre el Gobierno y el campo, que era bilateral, pasó a ser esta semana trilateral porque se sumó el Congreso. Si la creación de un tercer ámbito de discusión abrió la posibilidad de un acuerdo, también complicó el análisis no sólo porque ahora hay cientos de legisladores involucrados, sino también porque surgió un fenómeno hasta ayer impensable: la aparición de grietas en la intimidad del kirchnerismo.
Estamos ante un conflicto polivalente por la cantidad de intenciones que se cruzan unas con otras de las más diversas formas, como en un vertiginoso caleidoscopio. En la medida en que una multitud de personajes se definen y se redefinen según las cambiantes circunstancias que los envuelven, a veces hasta se hace difícil seguirlos. Este ha sido el caso, por ejemplo, con la súbita renuncia de Roberto Urquía a la presidencia de la comisión de Presupuesto del Senado, pero la confusión se acentuó cuando el propio Néstor Kirchner, que había citado a los legisladores de su partido con la intención de "disciplinarlos", decidió anular la convocatoria pocas horas después de haberla notificado.
Pero esta última referencia sobre el comportamiento del ex presidente ya no es cuantitativa sino cualitativa porque al decir la palabra "Kirchner" ya no aludimos a muchos sino a un solo personaje o, a lo sumo, a dos. ¿Cómo está funcionando en medio de esta crisis el ánimo, el "interior" del ex presidente? La referencia a su persona pasa a ser, a partir de aquí, insoslayable.
La voluntadPor eso se multiplican en estos días las referencias al carácter personal de Néstor Kirchner. El profesor René Balestra viene de sugerir en LA NACION, por ejemplo, que uno de los rasgos determinantes del carácter del ex presidente podría ser la nostalgia o la culpa por el nulo papel que jugó en la lucha de los montoneros durante los años setenta pese a la identidad ideológica con ellos que hasta hoy no ha dejado de proclamar. ¿Está tratando Kirchner de "compensar" ante los demás, e incluso ante sí mismo, lo que no hizo en los años setenta?
La de Balestra es una de las múltiples suposiciones que ahora se hacen sobre el carácter del ex presidente. Algunas de ellas procuran explicar que su conducta, si bien "dura", en definitiva es "normal", pero otras despliegan con audacia diversas interpretaciones "psicológicas". Si dejamos esta tarea en manos de los expertos, aun así habremos de coincidir en que hay algo llamativo en el carácter de Kirchner cuando se lo compara con el carácter del común de los políticos. Lo que tiene de único en este sentido el hombre llamado Kirchner, la singularidad absoluta que ha exhibido en nuestra vida política, es su dominante motivación "agonal".
Lo primero que se enseña en Ciencia Política es que dos motivaciones campean en el ánimo de los hombres políticos. A una de ellas la llamamos arquitectónica porque apunta a construir con los demás lo que su autor presume que es el bien común. Si queremos un ejemplo, el gobernador Binner se nos aparece, en medio de su serenidad, como un político eminentemente "arquitectónico". Pero el otro lado que todo político también necesita tener es un lado agonal (del griego agonía, "lucha" pero no cualquier lucha sino una dramática, en la que va la vida) en virtud del cual busca no sólo construir sino también vencer. Sin este lado "agonal", ni el más arquitectónico de los políticos podría perdurar.
A partir de esta tipología, Kirchner se nos aparece como un político en el que domina sin atenuantes la dimensión agonal. Por eso, para él, de lo que se trata por lo pronto es de vencer, de doblegar, de dominar. Para aquellos que critican esta visión unidimensional de la vida política, Kirchner sería como el capitán de un barco a quien, más que avistar el puerto hacia el cual debe navegar, le interesa disciplinar a su tripulación, desde el piloto hasta el último grumete, en la obediencia estricta a sus mandatos y por eso acude al látigo más que al timón.
Los otrosEsta voluntad que pretende ser omnímoda impacta extraordinariamente en los que rodean al gobernante agonal porque los deja en la dramática disyuntiva de rebelarse o acatar. Si acatan, además del premio político reciben el premio financiero de la "caja". Si se rebelan, son excomulgados. Los resortes psicológicos a los que apela este tipo de gobernante son entonces dos: la codicia y el temor.
El político "agonal" termina rodeado, como consecuencia, de una corte de adulones. Esto, a su vez, le hace daño a él mismo porque, desde el momento en que sus colaboradores sólo saben decirle "sí", el conductor agonal, huérfano de un sincero asesoramiento, termina por perder contacto con la realidad.
El kirchnerismo circulaba por las aguas mansas del incondicionalismo hasta que lo sorprendió la protesta del campo frente al nivel confiscatorio de las nuevas retenciones porque los chacareros, que estaban convirtiéndose en una pujante clase media por el alza de los precios agrícolas, se resistieron a volver a la pobreza.
Esta nueva realidad empezó a golpear desde entonces las murallas hasta ese momento invictas del kirchnerismo. En un primer momento, el ex presidente y su esposa se negaron a reconocer lo que estaba ocurriendo. Habían empezado por negar la existencia de la inflación. Siguieron por negar manifestaciones evidentes del disenso del nuevo país, como los 100 días de la protesta rural, la adhesión de las ciudades al campo y el multitudinario acto de Rosario. Unicamente, el ruido ensordecedor de las cacerolas terminó por despertarlos. Recién ante esta manifestación psicológicamente insoportable, la Presidenta convocó al Congreso con la intención inicial de imponer en él lo que la sociedad le estaba negando, sólo para recibir una nueva sorpresa: la súbita condicionalidad de muchos de sus legisladores hasta ayer incondicionales.
El problema del político agonal es que, creyéndose invencible, no prevé ninguna vía intermedia. Cuando ésta se vuelve necesaria y el líder, sin embargo, la resiste, decenas y decenas de colaboradores y legisladores oficialistas, hasta ese momento "soldados" de la causa agonal, empiezan a dudar como lo está haciendo, junto con otros, el diputado Bonasso.
Pero si el origen del conflicto han sido las retenciones del 11 de marzo y si la precaria calma de la que hoy gozamos proviene del hecho de que se las está discutiendo, ¿es lógico promover en el Congreso como lo han hecho los Kirchner el retorno de la causa del trastorno? Si hasta el ministro Aníbal Fernández acaba de retirar prontamente su disparatado proyecto de controlar a los jueces mediante las fuerzas de seguridad, ¿sería tan doloroso para los Kirchner imitarlo? ¿Duele tanto rectificarse? ¿Sabrán el ex presidente y su esposa aprender ahora de ese ministro que figuró hasta ayer a la cabeza de los incondicionales? Casi todo Río Cuarto acaba de votar contra el kirchnerismo en las elecciones del último domingo. ¿Qué más necesita el matrimonio presidencial para entrar en razón? ¿Una derrota en el Congreso o en las urnas? ¿Un nuevo cacerolazo? Aun el gobernante más agonal que hemos tenido, ¿no tendrá que rendirse al fin ante la evidencia? Y si tarde o temprano va a tener que hacerlo, ¿por qué no lo hace ahora?