¡Traidores! Serán unos traidores los que no voten las retenciones tal como están. Néstor Kirchner gritó con furia y fiereza cuando diputados oficialistas le llevaron la mala nueva: los números no alcanzan para aprobar el núcleo duro de las retenciones del 11 de marzo. Luego llamó a algunos diputados incondicionales para pedirles que transmitieran un mensaje de pánico: a los legisladores disidentes les aplicará la ley de defensa de la democracia y hará todo lo posible, y hasta lo imposible, para meterlos presos. A otros les deslizó con una mirada de hielo: Hay que decir que los traidores están cobrando con la green card, en una alusión implícita a eventuales sobornos. Puede ser que hayan sido sólo actos para intimidar (aunque los diputados que lo oyeron dijeron creer en esas amenazas), pero lo cierto es que al ex presidente le cuesta constatar que el miedo se terminó. Kirchner ya no es lo que fue.
Más de 40 diputados disidentes (más de 30 peronistas y unos 12 radicales K), con el ex gobernador Felipe Solá a la cabeza, preparan un dictamen alternativo al del oficialismo para presentarlo en la reunión plenaria de la Cámara. El dictamen divergente contiene una fuerte caída en el nivel de las retenciones a la soja, que es lo que Kirchner no quiere cambiar. Otros diputados peronistas adelantaron a los diarios que directamente votarán en contra del proyecto oficial. Así, el número total de peronistas que se opondrán a la decisión del Gobierno puede ser aún mayor que el que se prevé hasta ahora.
Las cosas están trabadas. Sólo un dictamen único entre la oposición y los disidentes del peronismo, o una improbable flexibilización del oficialismo en el nivel de las retenciones, podrían construir una mayoría en la Cámara de Diputados. Alguien tendría que sacarle dramatismo al espectáculo y reducirlo a lo que es: una simple negociación entre dos poderes independientes por una decisión del Estado.
Es la primera vez en la historia que un Poder Ejecutivo levantó carpas para presionar al Poder Legislativo . La afirmación fue dicha por un senador del oficialismo y se refería a la rocambolesca kermés en que se convirtió la plaza del Congreso. La mayoría de esas carpas pertenecen, en efecto, a grupos políticos, algunos ex piqueteros, que responden directamente a las órdenes de Néstor Kirchner. Una carpa, entre siete u ocho, es de agrupaciones rurales y es, también, otro despropósito. Hay, en definitiva, un estilo inexplicable de hacer política de parte de muy altas autoridades de la República y consiste en convertir el espacio público en un permanente campo de batalla.
Miles de ciudadanos de la Capital son prisioneros de las calles casi todos los días. Marchas y contramarchas han hecho de sus vidas un calvario. Kirchner dijo una vez que no entendía al electorado porteño. Ahora se sabe hasta qué punto no lo conoce o, lo que es más exacto, lo desprecia.
De todos modos, las presiones no se limitaron a esas carpas de estragos: tanto el ex presidente como el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, llamaron personalmente a muchos diputados para conminarlos a la disciplina. Esos mensajes fueron duros y violentos en algunos casos. Parrilli se llevó algunas respuestas de órdago. Nunca las instituciones fueron tan maltratadas en la Argentina como en los últimos días. O nunca como ahora el maltrato surgió de las propias instituciones de la Constitución.
Muchas de las cosas que sucedieron en la semana que pasó se podrían haber evitado si el Gobierno hubiera debatido con los principales referentes parlamentarios la iniciativa de enviar las retenciones al Congreso. La primera noticia que habría recibido es que los legisladores no estaban en condiciones de aprobar las retenciones a libro cerrado y, menos aún, de no abrir la cuestión a un debate público con los ruralistas. El Congreso hubiera sido incendiado si nos quedábamos encerrados y disciplinados , advirtió un diputado peronista. Era, en verdad, menos costoso negociar un acuerdo con las entidades rurales que sobrellevar el desgaste de ese escándalo público e interminable.
La necesaria consulta con los sectores afectados se hizo con la compostura de un zafarrancho. El Congreso se convirtió en una asamblea popular en la que Alfredo de Angeli terminó hablando de las reservas del Banco Central y Hebe de Bonafini destiló llamaradas de odio en un escenario demasiado cargado de llamas ( A los enemigos, ni agua , llegó a provocar quien se define como defensora de los derechos humanos). El odio es un mensaje muy presente en los discursos de la Argentina actual y tiene sus principales exponentes en la propia Bonafini y en Luis D Elía, jefe de las fuerzas de choque del kirchnerismo.
Los dirigentes rurales crecen ante la opinión pública independiente cada vez que los atacan Bonafini o D Elía. No obstante, el problema es más serio que un juego en una tabla de ajedrez. Ocurre que todos los actos y las palabras de la política, muchas de ellas salidas de bocas oficiales, sólo producen malos presagios.
El propio Néstor Kirchner llamó a la clase media a unirse con los pobres para desafiar a la oligarquía, que en este caso vienen a representar, patéticamente, De Angeli y Eduardo Buzzi. No fue un mensaje de unión nacional entre los distintos sectores sociales que conviven en el país, sino un llamado a la confrontación entre ellos. Hacía mucho tiempo que un ex presidente, con inmenso poder actual no convocaba de esa manera al enfrentamiento dentro de la misma sociedad. Las palabras violentas preceden a los hechos violentos.
Nadie llama a Julio Cobos. ¿Cuál ha sido la culpa del vicepresidente? Debió consultar lo que iba a hacer , le contestan desde el Gobierno al propio Cobos. ¿Alguien me consulta a mí lo que ustedes van a hacer? , preguntó el vicepresidente. La conversación terminó ahí. La nación política está al borde mismo de una monumental crisis institucional. No renuncie , le pidieron a Cobos algunos dirigentes agropecuarios. Cobos no renunciará. Se limitará a buscar consensos, resistiendo sentado con la paciencia de un Buda.
La distancia con Cobos agrava aún más la situación del Gobierno en el Senado: tampoco ahí están cerrando los números necesarios para aprobar las retenciones. Santafecinos, entrerrianos, mendocinos, pampeanos y rionegrinos del peronismo o del radicalismo K, entre otros, han tomado distancia del proyecto oficial, que sólo admite cambios cosméticos. La política se indisciplina más cuando lee las encuestas. Mediciones telefónicas registraron un fuerte crecimiento de los rebeldes (Cobos, Solá, Reutemann, Schiaretti) y una pronunciada caída de los disciplinados (Scioli y Capitanich, por ejemplo).
El kirchnerismo no puede ver lo que es evidente. Cambió la situación política y, al mismo tiempo, se modificó crucialmente la naturaleza del conflicto. Al revés de la intensa polémica de otrora por los superpoderes, quizá más grave en términos institucionales, el actual debate por las retenciones compromete la vida política y cotidiana de muchos legisladores en sus ciudades y pueblos del interior.
Otra consecuencia se ha visto entre los legisladores. El kirchnerismo nunca tuvo el encanto de la seducción política. Separó brutalmente la escena entre amigos y enemigos. Los primeros contaron con los opulentos recursos del Estado, que ahora ya no son opulentos, y los segundos sufrieron el castigo de un látigo implacable. Ni los unos ni los otros fueron nunca seducidos. No me contestaron el teléfono durante tres meses y ahora me llaman para ordenarme cómo debo votar. Votaré en contra , le respondió una legisladora peronista a la Casa de Gobierno.
El Gobierno habla de desestabilización no sólo para aferrar a los indecisos. Cree en la conspiración. Sus errores políticos, a partir de esa equivocada certeza, convertirían en una enorme derrota cualquier modificación del nivel de las retenciones. Eso explica muchas cosas, incluso que haya decidido perder por ahora la mejor oportunidad internacional que tuvo la economía argentina desde la Segunda Guerra. Los chinos han hecho célebre un axioma según el cual toda crisis es una oportunidad. La Argentina, siempre creativa y diferente, dio vuelta el apotegma: toda oportunidad es para ella una crisis.