Fue un intenso fin de semana en América latina. Lula y Bush restablecieron en San Pablo, en torno del formidable emprendimiento del biocombustible, la amistad preferencial, el eje que ya había unido al gigante norteamericano y al gigante lusoamericano en otros momentos de su historia. Chávez, por su parte, confirmó en Buenos Aires su pretensión de liderar el movimiento antinorteamericano.
Chávez busca sorprender. Casi siempre lo consigue. Esta vez, al invitar al presidente boliviano, Evo Morales, al acto de Ferro, si bien no logró al fin traerlo a tiempo desde Japón, el caudillo venezolano dio la señal que quería dar: que en la Argentina se siente tan a gusto que puede darse el lujo de invitar a otros mandatarios extranjeros como si él, y no Kirchner, fuera el dueño de casa.
Tanto el eje brasileño-norteamericano como el liderazgo venezolano en nuestra región, que se manifestaron con mayor intensidad que nunca en este fin de semana, pueden ser criticados o elogiados, pero habrá que reconocer que, por lo pronto, existen. Equivocados o no, tanto los Estados Unidos como Brasil y Venezuela tienen una política latinoamericana .
Cada uno con su estilo y con sus metas, en este fin de semana los presidentes americanos aceleraron un tiempo común a todos ellos: el tiempo de las definiciones. Al pasar Bush por sus países, presidentes como el brasileño Lula, el uruguayo Tabaré, el colombiano Uribe y el mexicano Calderón miraron, más allá del atribulado presidente norteamericano que los visitaba, en dirección de la única superpotencia económica y militar que quedó en el mundo y que seguirá ahí de aquí a dos años, cuando Bush se vaya.
Bush, que no tuvo una política latinoamericana en sus seis años de gestión, ahora empieza a diseñarla para que la haga madurar su sucesor. Lula, que vaciló un tiempo ante el gigante norteamericano, ahora encuentra en él su gran socio en dirección de los biocombustibles. Chávez, por su parte, busca reemplazar a Castro como el caudillo antinorteamericano. Después de muchas incertidumbres, presidentes como Calderón, Alan García y Tabaré Vázquez optan por el acompañamiento norteamericano. Otros como Morales y el ecuatoriano Correa miran en dirección contraria.
Podríamos decir entonces que nos hallamos frente a un movimiento general de alineaciones en nuestra región. Cada país atiende su juego. Pero una excepción confirma esta regla. ¿Dónde se ubica, hoy, la Argentina? ¿Con los Estados Unidos y contra Venezuela? ¿Contra los Estados Unidos y con Venezuela? ¿Cuál es nuestra definición? Por ahora, nuestra definición es la gambeta .
Brasil está
Corrían los años iniciales de la década del sesenta, con Frondizi en Buenos Aires y Kennedy en Washington. Aquél quería mediar entre Kennedy y el flamante Castro. Me tocó en esa ocasión conversar con el historiador Arthur Schlesinger, quien asesoraba por entonces al presidente norteamericano. Traté de explicarle que su gobierno no debía sorprenderse ante la mediación de nuestro presidente porque era un esfuerzo, en última instancia, amigable. Schlesinger me propinó esta dura respuesta: "Contrariamente a lo que usted supone, la Argentina no nos sorprende. Ella ha sido siempre imprevisible. También lo es frente a la crisis cubana. Con Brasil y con México tenemos grandes diferencias, pero también sabemos que, cuando las papas queman, Brasil y México están . Contamos con ellos. La Argentina nos ha confirmado una y otra vez que, cuando las papas queman, no está ".
En ese momento pasaron por mi mente aquellas instancias en las que la Argentina "no estuvo". No estuvo con los Estados Unidos en 1889, cuando Washington quiso formar la Unión Panamericana y no lo consiguió porque se le oponía la Argentina. No estuvo al declararse neutral en las dos grandes guerras mundiales del siglo XX, ni al proteger como lo hizo en tiempos del primer Perón a los nazis que huían de Europa. Tampoco estuvo cuando éste proclamó "Ni yanquis ni marxistas, peronistas". No lo estuvo cuando Martínez de Hoz, en tiempos de Videla, se negó a boicotear las exportaciones de trigo a Rusia, como se lo pedía el gobierno norteamericano. Tampoco estuvo, por supuesto, al lanzarse a la guerra nada menos que contra el Reino Unido, los Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para satisfacer su centenaria pasión por las Malvinas.
La Argentina, ¿no está?
La única vez que la Argentina quiso estar con los Estados Unidos fue en la Guerra del Golfo de 1991 contra Saddam Hussein. Fue entonces cuando el canciller Di Tella pronunció una frase para la historia: "Con los Estados Unidos nos unen relaciones carnales ".
¿No era demasiado? En su momento se explicó la tirada retórica de Di Tella como un gesto destinado a cambiar de cuajo nuestra imagen en Washington, de la que había hablado Schlesinger.
Y era demasiado, hoy se ve, porque ni Brasil ni México tuvieron nunca "relaciones carnales" con los Estados Unidos. Imaginar a la Argentina como un país "amante" de los Estados Unidos contradecía una vieja tradición, ya que los conservadores, los radicales y los peronistas nunca los amaron. Brasil compite con ellos en su carácter del más grande país latinoamericano, pero mandó sus tropas a pelear en Italia durante la Segunda Guerra Mundial cuando "las papas quemaban". México no olvida que le quitaron un millón de kilómetros cuadrados en el siglo XIX, pero se integró con ellos en el Nafta hace quince años.
Lo que ha distinguido entonces a la Argentina de México y de Brasil es que, no amando ninguno de ellos al coloso del Norte, éstos aceptan con realismo las convergencias que sirvan a sus propios intereses mientras nuestro país se sigue dando el gusto de despacharse retóricamente contra él para satisfacer su encono, pero sin medir fríamente dónde reside lo que alguna vez Alberdi llamó "la inteligencia de nuestros intereses". Porque no se trata de amar u odiar a los Estados Unidos. Se trata de aprovecharlos.
Hoy, el presidente Kirchner parece seguir un juego de "gambetas" con Venezuela y los Estados Unidos. En las barricadas, sigue a Chávez. Cuando el desafío chavista a Bush se vuelve inquietante, como en las relaciones con Irán y con el pueblo judío, Kirchner, discretamente, retrocede. La pregunta entonces es ésta: la "gambeta" de Kirchner, ¿corresponde a "la inteligencia de nuestros intereses"?
Algunos dirán que sí, porque de Chávez estamos recibiendo concesiones económicas que no nos ofrecen los Estados Unidos. Pero la Argentina que se obstinó tanto tiempo en una política de neutralidad, ¿tiene ahora la misma gravitación que antes? Maquiavelo analizó si la neutralidad les conviene a las naciones menores. No, dijo, porque el neutral, para evitar el castigo de los perdedores, se queda sin el premio de los ganadores. La Argentina pudo estar de pleno derecho, por ejemplo, en el gran convenio brasileño-norteamericano de los biocombustibles. No lo estuvo porque Kirchner cedió una y otra vez a la tentación de la retórica antinorteamericana. La Argentina no era pro norteamericana porque se consideraba europea. La Argentina que sobrelleva, a la inversa de Brasil, siete décadas de pérdidas de posiciones, ¿puede resignarse ahora a no ser pro norteamericana porque se considera venezolana?
Por Mariano Grondona
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domingo, março 11, 2007
Mariano Grondona Dos ejes y una gambeta en América latina
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