¿Eclipse u ocaso del feudalismo?
La palabra "feudo" proviene del indoeuropeo peku , propiedad "mueble" o móvil en contraposición a la propiedad "inmueble" o inmóvil a la que los indoeuropeos distinguían drásticamente de los bienes muebles que cargaban con ellos cuando, como el pueblo nómade que eran, erraban por la inmensa planicie euroasiática. De peku derivan tanto el dinero o "pecunia" como el ganado "pecuario"; ambos, bienes "muebles".
Cuando los indoeuropeos se asentaron en regiones tan distantes entre ellas como Europa y la India hacia el año 3000 a.C. (de ahí que se los llame "indo-europeos"), no sólo se volvieron sedentarios; inauguraron además un sistema de propiedad inmueble que respondía a su propia tradición; esto es, como un escalonamiento de poder que descendía de los grandes jefes a los jefes menores para llegar finalmente a los simples guerreros.
Así nació la palabra "feudo" en alusión al "contrato de vasallaje" que celebraban un jefe mayor y otro menor, en virtud del cual éste comprometía su lealtad a su superior a cambio de protección, pagándole por ello un tributo "pecuniario" en monedas o en reses. Una vez que los bárbaros se asentaron en Europa después de haber devastado el Imperio Romano, el feudalismo renació como un sistema donde el poder, en lugar de estar concentrado como lo estaba en Roma, se fragmentaba en un sinnúmero de posesiones subordinadas unas a las otras mediante un calidoscopio de contratos de vasallaje, hasta que las nacientes monarquías europeas lograron reunificar otra vez el poder en territorios "nacionales" como España, Francia o Inglaterra a partir del siglo XV.
Pero el feudalismo no ha sido exclusivo de la historia europea. También entre nosotros surgió un nuevo feudalismo cuando, no bien nos habíamos emancipado de España, nuestro territorio quedó a partir de 1820 en manos de señores feudales a los que se les daba el nombre de gobernadores y que respondían a apellidos tan diversos como López, Bustos, Ramírez o Güemes. En cualquier lugar y en cualquier época, por lo visto, cada vez que se fragmenta el poder renace el feudalismo.
Sólo a partir de la batalla de Caseros en 1852, cuando derrotó al gobernador Rosas, el gobernador Urquiza comenzó como presidente la reunificación del país, que culminaría pocos años después con Mitre en el marco de la nueva Constitución nacional.
Pero una lección nos había quedado: que, cada vez que el poder central se fragmenta, resurge la raíz feudal. Lo que cabe preguntar ahora es si la Argentina democrática de 1983 no ha dado lugar, también, al renacimiento del feudalismo ancestral.
Los gobernadores
Todos vinculamos 1983 con la exaltación de Raúl Alfonsín, pero también es verdad que a partir de 1983 nacieron gobernadores como Menem, Kirchner, Rodríguez Saá, Romero, los Romero Feris, los Juárez, los Saadi y otros que, aunque después seguirían distintos caminos, comenzaron por dominar a sus respectivas provincias.
¿Era un nuevo regreso al feudalismo? Algunos de estos gobernadores, sin pretender extender su imperio al territorio nacional, terminaron por ser reemplazados o limitaron por cuenta propia el poder local. Su feudalismo resultó así temporalmente limitado y políticamente defensivo, volviéndose eventualmente compatible con el poder nacional.
Pero hubo dos gobernadores que usaron sus provincias como una plataforma para conquistar el poder nacional. El primero fue Menem, que vertebró la presidencia continua más larga de nuestra historia constitucional, de 1989 a 1999. El segundo es Kirchner, que llegó a la presidencia en 2003 después de haber gobernado por doce años Santa Cruz.
¿Llamaremos a estos gobernadores, a estos nuevos y exitosos señores feudales, no ya "defensivos" sino " ofensivos"? El hecho es que, de los 24 años de democracia que llevamos, 14 han sido dominados por gobernadores "ofensivos" y el segundo de ellos aspira a permanecer en el poder por lo menos 4 años más. Si se cumple este pronóstico, la Argentina democrática de 2011 habrá vivido 18 de sus 28 años bajo gobernadores "ofensivos": las dos terceras partes de su breve historia.
De Menem a Kirchner
Los gobernadores "ofensivos" han tenido dos rasgos que explican tanto su éxito inicial como su dificultad final. Menem y Kirchner pudieron imponerse de entrada a sus competidores porque habían ensayado en el "pago chico", como en laboratorio, el método que trasladarían al poder nacional. Para Menem, la Argentina era una "La Rioja grande". Para Kirchner, ese papel anticipatorio lo cumplió Santa Cruz.
La dificultad para ambos ha sido, en cambio, que, cuando tomaron el poder, lo hicieron sin tener en cuenta que el orden nacional es más plural y que hay que compartirlo con otros actores hasta un punto que no es necesario en el orden local. Esta dificultad se expresó finalmente en el hecho de que, habiendo aprendido a "subirse" al poder, no habían aprendido que, en el orden "nacional", tarde o temprano también es necesario "bajarse" de él.
Ni Menem ni Kirchner previeron cómo habrían de bajarse del poder nacional. Menem pretendió la "re-reelección" como un camino al poder vitalicio que no consiguió. El camino de Kirchner, todavía inconcluso, fue indirecto. Al apoyar la reelección indefinida de Rovira en Misiones, buscó un precedente que eventualmente le permitiría seguir el mismo método en el orden nacional. Pero en Misiones el pueblo les dijo que no tanto a Rovira como a él.
La otra gran diferencia entre ambos es que, en tanto que Menem mantuvo su influencia en La Rioja hasta el final, cediéndola sólo ante el nuevo poder "ofensivo" nacional de Kirchner, a éste es su propia provincia la que se le ha rebelado. La historia de Kirchner marca entonces una notable asimetría. Su poder nacional nació en Santa Cruz. Pero es esa misma Santa Cruz la que se volvió contra él, obligándolo a gobernarla mediante el sistema opuesto al que él mismo ha proclamado en el orden nacional: la renuncia a la represión, en nombre de los derechos humanos.
Si bien el feudalismo ha permitido en provincias largos períodos de poder, resulta evidente que, a pesar de su ventaja inicial, ninguno de los gobernadores "ofensivos" ha encontrado la manera de perdurar indefinidamente sin compartir el poder en el orden nacional. Los ejemplos de Rodríguez Saá, Romero o Sobisch, que han abandonado la idea de la reelección indefinida, parecen en este sentido el único método disponible para convertir un poder inicial absoluto en un poder sucesorio relativo. ¿Es éste el camino que debiera seguir Kirchner? ¿Lo dejarían en todo caso la legión de todos aquellos a quienes ha herido con su punzante estilo? Si no lo hicieran, serían culpables de no darle una salida civilizada a la situación actual. Pero ¿será el propio Kirchner, a su vez, capaz de moderar el poder nacional que hoy detenta en forma absoluta, en busca de una salida intermedia en dirección de 2011?
Tanto aquellos que aplauden como aquellos que censuran al Presidente deberían comprender que este "aterrizaje suave" desde una altura insostenible en una democracia es lo único que aún nos queda para dejar atrás, definitivamente, la euforia y la depresión que siempre acompañan, como inseparables gemelas, a las ambiciones ilimitadas de poder.
Por Mariano Grondona