Entrevista:O Estado inteligente

segunda-feira, junho 11, 2007

Mariano Grondona



Los dos modelos de país que se enfrentarán el 24

 
 
 
 

Cuando voten el domingo 24, los porteños optarán entre la fórmula Macri-Michetti y la fórmula Filmus-Heller. Una particularidad de estos comicios es que los dos candidatos a vicejefes de gobierno no son como otras veces meros apéndices de los candidatos titulares, porque han demostrado tener su propia personalidad.

Gabriela Michetti hizo un aporte considerable en dirección del alto e imprevisto 46 por ciento de los votos que logró Mauricio Macri en la primera vuelta. En el curso de la campaña, Michetti fue desarrollando una imagen que no vacilaríamos en calificar de carismática. En cuanto a Carlos Heller, ha demostrado no ser un kirchnerista "puro", es decir, sumiso, porque exhibió rasgos de independencia infrecuentes entre los que acompañan al Presidente.

Podría decirse entonces que el 24, cuando voten, los porteños no tendrán en cuenta dos sino cuatro candidatos en contraste. Pero de aquí a dos semanas no escogerán solamente entre cuatro y no dos candidatos porque optarán, además, entre dos visiones no sólo de la ciudad de Buenos Aires, sino también del país que la mira y la circunda.

Lanzado a una campaña en la que se desempeñó más como un jefe de partido que como el presidente de todos los argentinos, Kirchner ha dicho que el 24 habrá que optar entre dos "modelos de país": uno, el de los años noventa, que imputa a Macri, y el otro, que él encarna. En contraste con el Presidente, en cambio, Macri -paradójicamente tuvo mucho menos que ver con la década del noventa que el propio Kirchner- cree que lo que está en juego, esencialmente, es el destino de una ciudad de Buenos Aires mal administrada durante los años noventa y los dos mil, entre otros por el propio Filmus, cuyo menemismo reciente es tan indudable como inconfeso.

Al margen de esta paradoja sobre el "noventismo" de cada cual, habría que preguntarse si el 24 estará en juego, de veras, un "modelo de país". Kirchner lo afirma. Macri lo niega. Ambos tienen y no tienen razón. Kirchner la tiene al sostener que no sólo la ciudad, sino también el país diseñarán su destino a partir del 24. Pero Macri también la tiene al negar que la opción entre los dos modelos de país sea la que propone Kirchner.

El modelo económico

Al avanzar en su tesis de los dos modelos de país, Kirchner parte de un planteo económico y social. En los noventa, sostiene, se desarrolló un modelo capitalista de extranjerización económica y de exclusión social. Este sería el modelo que él pretende suplantar.

Pero este supuesto contraste entre el capitalismo de ayer y el anticapitalismo de hoy, ¿es retórico o es real? ¿No continúa siendo acaso nuestra economía, más que capitalista o estatista, mixta? ¿Ha habido un verdadero "cambio de estructuras" en la Argentina de Kirchner? ¿No continúa siendo el nuestro un "capitalismo de amigos", en el que los que más prosperan son aquellos empresarios privados que se abrigan al calor del poder político? ¿No seguimos atacados tanto o más que antes por el virus de la corrupción? ¿No siguen viviendo millones de argentinos bajo la línea de la pobreza?

El "gran cambio" que pregona Kirchner, ¿no es en este sentido sólo cosmético, más el resultado de la nueva coyuntura internacional que tanto favorece a nuestras materias primas que el producto de una verdadera reforma de nuestro aparato económico en dirección de la competitividad en auténtica defensa de nuestro mercado interno y hacia la conquista de los mercados mundiales? La bonanza que experimentamos sin beneficiar a una inmensa masa de pobres disimulada detrás de los falsos índices del Indec, ¿es hija acaso de una verdadera reforma económica y no de la revolución mundial de la soja?

¿Quiere decir esto que ningún nuevo modelo de país irrumpe con Kirchner? No, porque hay en efecto entre nosotros un nuevo modelo de país. Lo que ocurre es que este nuevo modelo no es económico sino político.

El modelo político

Quienes analizan con un criterio profesional la supuesta nueva economía de los argentinos harían bien entonces en recordar el famoso argumento de El Gatopardo, cuando un oligarca de la Italia meridional proclamó que es preciso fingir que todo cambia para que nada cambie.

Pero es en el campo político, al contrario, donde Kirchner representa la marcha de nuestro sistema de vida en dirección del personalismo autoritario. Esta intención presidencial de reducir las instituciones a su mando personal choca a su vez con otro modelo político también en gestación: el paso de una democracia autoritaria a una república democrática.

El sistema político que procura imponer Kirchner puede llamarse "democracia autoritaria" porque, habiendo partido de la democracia en las elecciones libres que lo consagraron, está girando hacia la concentración del poder en un solo hombre. La diferencia entre la democracia autoritaria de hoy y los gobiernos militares de ayer tiene que ver en este sentido con el origen del poder político, que ya no es autoritario sino democrático, pero no con su ejercicio porque en la democracia autoritaria el mandatario, que no llega al poder por golpe sino por elecciones, después de ellas pretende operar con las atribuciones ilimitadas de un gobierno militar.

Es algo, pero no alcanza. Lo que la Argentina necesita ahora ya no es cambiar el origen sino el ejercicio del poder, en busca de un auténtico pluralismo. Esto no está ocurriendo, por cierto, en torno de la Casa Rosada, pero sí en el plano de los gobiernos provinciales.

Véase, si no, lo que está pasando en provincias tan distantes entre ellas como Neuquén, Salta, Córdoba y San Luis, donde los caudillos de ayer están cediendo el paso a nuevos protagonistas mediante la aplicación también revolucionaria del principio de la no reelección, cuya irrupción en nuestra vida política se anunció en Misiones. Si Macri-Michetti triunfan de aquí a dos semanas, la ciudad de Buenos Aires podría sumarse a esta amplia y callada revolución. En las provincias mencionadas y en otras como Santa Fe, que nunca cayó en la tentación del reeleccionismo, lo que avanza es una concepción opuesta al personalismo autoritario: la rica diversidad de los liderazgos locales.

Quizá los gobiernos fuertes que el país ha tenido en la nación y en las provincias en los últimos años vinieron a reflejar la concentración del poder que necesariamente sustituye a las situaciones anárquicas. Esto explica por qué los ciudadanos argentinos aprobaron el advenimiento de Kirchner después de la anarquía casi inmediata de De la Rúa, así como habían aprobado el advenimiento de Menem después de la anarquía final de Alfonsín porque, sabiendo como sabemos desde los escritos de Thomas Hobbes que la anarquía es el peor de los males, lo que urge es remediarla. Pero una vez que la emergencia se desvanece, la gente vuelve a pensar ya no en términos autoritarios sino en términos republicanos. La revolución republicana es, en este sentido, ese otro modelo de país opuesto a la concentración del poder en un solo hombre que los argentinos andan buscando. Un modelo que, porque apuesta a la rica policromía de las ideas y las situaciones políticas, va cubriendo sin estruendo la ancha geografía de la patria.

Por Mariano Grondona

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