La crisis en medio de la impotencia política
Estábamos a un paso del acuerdo. Faltaban sólo centímetros y no se dieron cuenta. Así hablaban el viernes en empinados despachos de la Casa de Gobierno. Un velo de agobio cubría esos escenarios. El conflicto agropecuario lleva ya 60 días. Estamos aún en medio del sismo. Falta todavía hacer el balance de los daños , decía un gobernador importante aludiendo a la microeconomía de las ciudades del interior. En esos lugares la vida se ha detenido de pronto. Incertidumbre, desconfianza, malhumor. Eso es lo que ha reemplazado a la seguridad y a la confianza que había en la Argentina profunda.
Más céntrico, el Banco Central debió actuar con rapidez, y lo hizo, para frenar el embrión de una corrida bancaria, el lunes último. Ha invertido ya 1000 millones de dólares en los últimos 20 días para defender el valor del peso y la consistencia del sistema bancario. El rumor sin sentido y las indefiniciones oficiales, también sin sentido, crearon la consecuente psicosis social.
La nación política ha perdido la costumbre de hacer política. Cristina Kirchner se enteró en el helicóptero, en el viaje desde Olivos hacia Almagro, que debería hacerse cargo del micrófono y del discurso. Néstor Kirchner le comunicó ahí, de sopetón, que había decidido no hablar. Venía anticipando que prefería el silencio porque sus palabras, pacíficas o belicosas, sólo ayudarían a la confusión. En el helicóptero se sinceró: No hablaré. Creo que la oportunidad es tuya , le dijo a su esposa. El ex presidente ha sido criticado con asiduidad en los últimos tiempos. Debe reconocérsele ahora que tomó, en medio del bamboleo aéreo, una decisión acertada.
Las encuestas empiezan a golpear al Gobierno en el cordón bonaerense. Es el sector geográfico y social que le dio el poder y la ratificación a la administración de los Kirchner. Ahí no los está afectando la discusión con los ruralistas por las retenciones. Es la inflación la que desgasta al Gobierno en la región más pobre y poblada del país. El conflicto con el campo es, a pesar de todas las apariencias, el más fácil de resolver.
Luego vendrá la faena más dura: combatir la inflación y reconstruir la confianza social en la economía. La inflación ya estaba antes del conflicto actual. Pero inflación y conflicto terminaron por instalar un nocivo clima de desconfianza en la economía. Los últimos cinco meses han sido más duros que los cinco años de Néstor Kirchner , se sinceró un legislador que sirvió a los dos Kirchner.
Los dirigentes del campo toman decisiones entre multitudes de ruralistas ofuscados y ofendidos. Es el error que han cometido. En tales contextos, la decisión no puede ser otra que seguir detrás de la marea. Es cierto que los dirigentes sólo contaban con un discurso elíptico de la Presidenta y no tenían ninguna garantía de que los problemas comenzarían a resolverse. Arrastraban, además, una larga historia de negociaciones interrumpidas y de promesas incumplidas.
¿Debieron los ruralistas aceptar la implícita convocatoria al diálogo de Cristina Kirchner? Probablemente sí. Pero el principal obstáculo fue la falta de política en su ejercicio más noble. Esto es: no se les advirtió a las entidades agropecuarias, con mensajes reservados, claros y directos, que el discurso estaba dirigido a ellas y que el Gobierno había decidido solucionar el problema cuanto antes. ¿Estaba tomada esa decisión? Hoy se hubiera resuelto el problema , aseguraron el viernes muy cerca de los Kirchner. Jugar al desgaste del campo significaría, en cambio, hacer equilibrios sobre una soga muy peligrosa.
El campo no es el único ni el mayor culpable de la crisis. El conflicto empezó cuando se decidió aplicar un sistema confiscatorio de retenciones. Martín Lousteau, Guillermo Moreno y Javier de Urquiza, secretario de Agricultura, aseguraron entonces que la resolución no caería tan mal. El propio jefe de Gabinete, Alberto Fernández, suele hacer ahora una autocrítica. Me equivoqué. Debí haber indagado más , asume.
El ejercicio político también escaseó entre los ruralistas, aunque en la intimidad aceptaron que son pocas las condiciones para volver a dialogar. Sólo hace falta que alguien importante garantice que se hablará de los problemas en serio. Esto ya no da para más , resumió uno de ellos. Gobierno y dirigentes campesinos confiesan ambicionar el retorno a la normalidad. ¿Qué los traba, entonces? La impotencia de la política.
Sectores influyentes del Gobierno se han notificado de que el amplio descontento social no se refiere al enmarañado sistema de retenciones a las exportaciones. Es la inflación, la inseguridad, el desorden público y cierta arrogancia del poder lo que alejó a vastos sectores sociales de la simpatía o de la cercanía con el oficialismo. Pero es la inflación, sobre todo. Según todas las encuestas en manos del Gobierno, la suba constante de precios ha pasado a ser el primer problema de los argentinos.
El Gobierno se dejó confundir hasta ahora por los números mágicos de Guillermo Moreno. Lousteau le comunicó a la Presidenta, en una de las últimas reuniones que tuvieron, que la inflación estaba muy lejos de las estimaciones de Moreno. ¿Tomará ahora Cristina Kirchner las decisiones que ya tiene estudiadas, corregidas y terminadas? Los Kirchner se niegan a cualquier solución que signifique un empate. Siempre, también, esquivan las decisiones que pueden ser impopulares. Pero no existen fórmulas amables con todo el mundo para enfrentar la inflación.
Cuando sucedieron los primeros brotes inflacionarios, Néstor Kirchner se negó a aceptar esa realidad y lo mandó a Moreno a maltratar a los empresarios. Kirchner tenía en aquellos tiempos cerca del 70 por ciento de aceptación popular. Tenía, entonces, capital político como para enfrentar la inflación y hacer algunos sacrificios. No lo hizo. ¿Lo hará ahora la Presidenta, cuando su popularidad ronda sólo el 25 por ciento? La consecuencia de la inacción sería un freno en seco de la economía.
La Argentina en estado de asamblea es otro error político. El estadio de Almagro fue la repetición hasta el infinito de una liturgia inútil. La liturgia de Almagro fue, además, peligrosa. Cuando el peronismo junta en el espacio y en el tiempo a los sindicalistas, a los piqueteros y a la clientela política del conurbano el resultado es la violencia. Hubo violencia.
Las cosas son como parecen y, en efecto, apareció la violencia. La patada al presidente de la Sociedad Rural, Luciano Miguens, por parte de piqueteros oficialistas, o los propios escraches violentos de productores en las casas particulares de intendentes, funcionarios o legisladores oficialistas no hacen más que recordar los métodos que inauguró el nazismo. Hubo violencia en Almagro y Luis D´Elía advirtió que sus piqueteros no le permitirán al campo sublevado desplazarse hasta Rosario el 25 de Mayo, donde habrá un acto de todas las organizaciones rurales. D Elía profería amenazas cuando Cristina convocaba a dialogar sin rencores. Las contradicciones forman parte del conflicto.
Doscientos dirigentes de la Sociedad Rural rechazaron el viernes una propuesta para cambiar el acto de Rosario. D´Elía se está metiendo con personas más curtidas y valientes que la clase media de la Capital.
La política tiene todavía medios eficientes como para fijar un límite entre la discordia y la violencia. Un abismo se abre entre esos dos destinos.