Entrevista:O Estado inteligente

domingo, novembro 11, 2007

Mariano Grondona

El ingrediente ideológico de las retenciones



Tal como se había previsto, no bien pasaron las elecciones, el Gobierno aumentó fuertemente las retenciones a la exportación de granos y sus derivados. Decimos "fuertemente" porque esta nueva embestida fiscal contra el campo es más grave de lo que aparece a primera vista. El Gobierno anunció que las retenciones a las exportaciones de soja, por ejemplo, subirán "sólo" del 27,5 al 35 por ciento, aparentemente un 7,5 por ciento. Pero el aumento no hay que calcularlo sobre 100, sino sobre el 27,5 que ya existía. Este cálculo elemental da un aumento real superior al 27 por ciento.

El mismo cálculo es aplicable, con variaciones menores, al aumento de las retenciones al trigo, el maíz y el girasol; se extiende además a los aceites y las harinas, esto es, a la porción más industrializada de las exportaciones agrarias. El año pasado, el fisco ingresó 4150 millones de dólares de retenciones. El próximo año, según lo estima LA NACION del último jueves, la cifra podría subir a 7400 millones, alrededor de un 78 por ciento. Cuando votó el 28 de octubre, la gente de campo preveía que le aplicarían una nueva exacción inmediatamente después de los comicios. Lo que quizá no previó fue su alcance virtualmente confiscatorio.

La Argentina es el único de los países exportadores de alimentos cuyo gobierno castiga en forma reiterada y creciente su producción agropecuaria en vez de alentarla. ¿Cuáles son las razones detrás de esta extraordinaria discriminación?

Historia, política

Las principales razones que explican la discriminación contra el campo son tres. La primera de ellas es histórica . A poco de llegar al poder en 1946, Perón le atribuyó al campo una nueva misión. Comprendía, como el propio Pellegrini al terminar el siglo XIX, que la Argentina debería sumar un nuevo potencial industrial a su tradicional potencial agropecuario. Según todos los grandes países emergentes, comenzando por los Estados Unidos, ya lo estaban haciendo, la nueva política industrial debería comenzar por una dosis importante de proteccionismo. Pero en la idea de Pellegrini, ese proteccionismo inicial debería ser suavemente descendente hasta que cada sector industrial se volviera competitivo en el nivel internacional. Fue por este camino que los grandes países agropecuarios emergentes llegaron a ser también, con el paso del tiempo, grandes países industriales.

Perón, en cambio, optó por un modelo de industrialización "instantáneo" en lugar de "evolutivo". Protegió a la industria de inmediato, sin excepciones ni gradualismo. Pero ni la industria ni el enorme sector público al que también alimentó sin límites podían pagar los sueldos que pagaban los países industrialmente maduros. ¿Cómo podría resolverse este dilema? Sencillamente, llamando al campo a una nueva función: no ya la de promover el crecimiento general a través de las exportaciones, sino la de generar alimentos baratos que suplieran la insuficiencia salarial. A partir de Perón, la prioridad del campo ya no fue exportar, sino proveer de alimentos al alcance de los obreros y empleados públicos urbanos para disimular la falta de competitividad de la industria y, naturalmente, del inmenso Estado burocrático que se estaba creando. Lo notable aquí es que, gracias a un avance tecnológico sin paralelo, el propio campo se encargó de engordar la generosa vaca que le estaban ordeñando.

A sesenta años del primer Perón, Kirchner sigue insistiendo en la discriminación contra el campo porque, en términos generales, las fallas de 1945 permanecen aún entre nosotros. Mantener baratos los alimentos en lugar de pagar salarios altos al personal de las ciudades es por ello la primera razón de la permanencia y el agravamiento de las retenciones a la exportación agropecuaria que estamos experimentando.

La segunda razón detrás del nuevo aumento de las retenciones es política. Hay que reconocerle a Kirchner que fue el primer mandatario de la democracia en advertir que las cuentas públicas no sólo deben ser equilibradas, sino que deben rendir, además, un importante superávit. Pero en lugar de aplicar el superávit al desarrollo general de la Nación, lo que ha hecho Kirchner es concentrarlo en sus propias manos. Por eso estas retenciones, como las anteriores, no irán a aliviar los precarios presupuestos provinciales, sino a alimentar aún más la desproporción entre las provincias que no las percibirán y el Estado nacional, del cual, como consecuencia de esta flagrante desigualdad, ellas dependen cada día más. Y es así, mediante este financiamiento de la Nación con los recursos que a ellas les corresponden, como las provincias giran cada vez más en torno de la galaxia K.

En el curso de 2007, Kirchner aumentó sin medida el gasto público para asegurar la victoria electoral de su esposa mediante el empleo de la "Caja Rosada". Pero el superávit, como consecuencia, se estaba esfumando. ¿Qué hizo entonces? Aumentó las retenciones, no por una razón económica o social, sino por una razón política, para restablecer la caja en la cual se asienta su poder.

e ideología

El nuevo aumento de las retenciones manifiesta, al lado de las dos razones enunciadas, una tercera razón que hasta ahora había permanecido oculta. La razón ideológica . Ella emergió cuando el Gobierno sugirió que el nuevo nivel de las retenciones no perjudica al campo porque refleja el aumento de los precios que han experimentado sus productos en el mercado internacional. Si los precios estaban, digamos, a un nivel 27 por ciento superior que hace algunos meses, ¿en qué se perjudicaría el campo si las retenciones sufrieran un aumento similar?

Aquí aparece un concepto de naturaleza ideológica, atribuible al genio de Carlos Marx: la plusvalía. El autor de El capital observó que el hombre es el único ser capaz de generar un sobrante entre lo que produce y lo que necesita. Al pájaro le basta cada día, como sugiere el Evangelio, "su propio afán", porque las aves del cielo no guardan granero, confiadas en la Providencia. Pero el hombre construye y acumula cada día más de lo que necesita para subsistir. Ese sobrante es la "plusvalía".

¿Qué propuso entonces el genial alemán? Confiscar esa plusvalía que los propietarios se estaban guardando y dársela al Estado, cuya misión sería redistribuirla entre los proletarios. Esta distribución nunca ocurrió, ya que el Estado marxista-leninista fue el más grande acumulador que se haya conocido, pero invocarla sirvió para justificar el despojo de los propietarios.

Cuando el Gobierno calcula las retenciones como la exacta contrapartida de la plusvalía del aumento de los precios agropecuarios, lo que está haciendo es confiscarla como lo haría Marx en nombre de una supuesta distribución social que no está ocurriendo, pero cuya invocación le sirve para disimular sus propias necesidades políticas de dominación. Como no piensa en el largo plazo, descuida una consecuencia que ya se siente en la Argentina: que los empresarios, ya sin perspectiva "acumuladora", buscan las playas de Brasil, México o Chile para seguir invirtiendo. Esto es lo que insinuaron tímidamente algunos empresarios en la reciente reunión de IDEA, hasta que Guillermo Moreno les aplicó la misma mordaza que emplea en el Indec.


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