Entrevista:O Estado inteligente

domingo, novembro 04, 2007

Joaquín Morales Solá

La política argentina que podría venir


Domingo 4 de noviembre de 2007

Manuel Quindimil ha perdido. A los 83 años amenazaba con eternizarse en el gobierno de Lanús; ahora fanfarronea con regresar a los 87. Podría tratarse de un hecho aislado y anecdótico, pero también podría ser el síntoma de un embrionario proceso de cambios en la política argentina. ¿Cristina Kirchner sorprenderá al país con un cambio real el 10 de diciembre? ¿Elisa Carrió aprovechará su táctico paso al costado para dar lugar a nuevas caras y a nuevas propuestas? ¿Lavagna y el radicalismo usarán los tres millones de votos que consiguieron para construir algo más duradero que una limitada experiencia electoral? Las respuestas a esas preguntas encierran gran parte de la Argentina que nos tocará más pronto que tarde. Intentemos un bosquejo de ellas.

José Pampuro, presidente provisional del Senado, es un buen hombre y un buen funcionario, pero por primera vez se le conoció públicamente una obra de bien: lo mandó a descansar a Quindimil y le manoteó la municipalidad vitalicia de Lanús. El caso es un ejemplo también de que las aseveraciones sobre un supuesto fraude decisivo carecen de argumentos comprobables. Quindimil debía hacer el fraude en Lanús y perdió Lanús. Aníbal Fernández fue el responsable político de las elecciones más desordenadas y traumáticas desde 1983. Debió ser el jefe fáctico del fraude nacional, pero perdió su bastión de Quilmes, donde fue intendente y caudillo local hasta el domingo.

Juan Carlos Romero, el duro líder del peronismo de Salta, perdió Salta. El vicepresidente electo de la Nación, Julio Cobos, perdió la provincia que gobernaba, Mendoza. El propio Kirchner volvió a perder la intendencia de Río Gallegos a manos de un radical. Las elecciones fueron caóticas y hubo algunas, o muchas, travesuras, pero no estuvieron en condiciones de modificar el resultado final de ninguna elección. Sólo la destilación de rencor de ciertos sectores sociales puede deslegitimar las elecciones y damnificar, por lo tanto, el propio sistema. Parte de la sociedad argentina debe aprender todavía que la política de la democracia es una argamasa hecha de derrotas más que de victorias.

Alberto Fernández, el funcionario de mayor confianza de la presidenta electa, venía con ganas de regresar a casa. Hace un mes, Néstor Kirchner lo convenció de que el disco rígido del gobierno que se va estaba sólo en la cabeza de ellos dos. No nos podemos ir los dos y yo estoy obligado a irme , le deslizó. Julio De Vido ha hecho trascender que podría quedarse y Aníbal Fernández aspira a retener la cartera de Interior o trocarla por otra. La presidenta electa no ofrecería ni siquiera la imagen pasajera de un cambio si en diciembre asumiera al lado de los dos Fernández y de De Vido, los más expuestos en los últimos años.

Quienes conocen a Alberto Fernández dicen, además, que está cansado de asumir las balaceras de combates ajenos. Es casi imposible que Alberto siga en un gobierno en el que debería continuar defendiendo casos como el de Skanska o el Indec, aseguran esas fuentes. Para decirlo sin tantos remilgos: es improbable que el jefe de Gabinete acepte convivir en otro gobierno con De Vido y con Guillermo Moreno.

Moreno les contó a algunos empresarios que ya tiene preparada una casa rodante para perderse en la Patagonia a partir del 11 de diciembre. Moreno no es, entonces, el problema. La conclusión es simple: en el gobierno de Cristina estará Alberto Fernández o estará De Vido. Uno de los dos se llevará fuera de la administración las rencillas de cuatro años y medio.

En cambio, es casi seguro que continuará el ministro de Economía, Miguel Peirano. Mario Blejer es un interlocutor confiable del gobierno, pero podría ser convocado para otras funciones en una segunda etapa de la era de Cristina. La presidenta electa suele destacar la formación industrialista de Peirano y el hecho de haberse convertido en el negociador con el Fondo Monetario y con el Club de París. No se cambia un negociador en medio de una negociación , se oyó decir. Peirano confía en recuperar la Secretaría de Comercio, que se llevaron Moreno y De Vido. Existe entre los empresarios la esperanza de un trato mejor.

A pesar de los vaticinios en contra, también Nilda Garré podría retener el Ministerio de Defensa, aunque su permanencia es menos segura que la del canciller Jorge Taiana.

Carrió, líder de la segunda fuerza electoral, dice que tomará distancia, pero, en verdad, nunca se irá de la política. Sus retiros son siempre sólo tácticos. Según la definición que hizo la presidenta electa, Carrió es también un animal político . Sus disidentes internos están condenados a la queja solitaria y estéril. Ella resolvió que no llevará el principal embate contra Cristina Kirchner y decidió archivar su pasado como constante acusadora.

En realidad, a Carrió le gustaría que Alfonso Prat-Gay liderará las elecciones legislativas de la Capital en 2009 y que fuera él quien se hiciera cargo de la candidatura presidencial en 2011. Prat-Gay tuvo el carisma necesario, en las pasadas elecciones, como para darles seguridades a sectores sociales que no veían un plan económico en el proyecto de la líder opositora. Con Prat-Gay, con Santiago del Sel y con Margarita Stolbizer, Carrió empezó a incubar una nueva generación de dirigentes políticos.

La sociedad hizo en las urnas lo que Carrió y López Murphy se negaron a hacer formalmente: los coaligó, aunque ese hecho social destruyó la candidatura del líder de Recrear. Los opositores simplemente optaron por la candidatura que les parecía más sólida y con más posibilidades de apurar una segunda vuelta, que al final no existió.

Otra conclusión fue que la presidenta electa sacó casi exactamente los votos que le daban las últimas encuestas. Más del diez por ciento de indecisos no había decidido por qué candidato opositor votar. Por eso, ni Carrió ni Lavagna hicieron las elecciones desastrosas que les pronosticaban. Los indecisos optaron por ellos. Lavagna y el radicalismo deben demostrar ahora que pueden seguir juntos. La separación lo dejaría muy solo al ex ministro y muy debilitado al radicalismo.

La reforma política, imprescindible después del domingo de órdago. La inflación, que no resiste más la presión de los sindicatos ni la fiesta fiscal. La segura inseguridad, que deberá atravesar, para empezar, una complicada negociación entre el gobierno nacional y Mauricio Macri. El presupuesto no puede seguir siendo manejado como un coto exclusivo del Poder Ejecutivo sin participación del Congreso. Y el Indec tendrá que dejar de ser una fábrica de ilusiones oficiales, manoseado a diario. Los cambios no deberían ser sólo de figuras.

La presidenta electa empezó tomando prolija nota de algunos problemas. Puso palabras de tolerancia donde hubo una excesiva crispación. Pidió un presupuesto para el año próximo con mayor superávit que el que planificó su esposo. Anunció el voto electrónico, que la mostró, al menos, asumiendo la necesidad de no repetir el calvario ciudadano del domingo.

La seguridad en la Capital no es un asunto, en cambio, que le sacarán fácilmente al gobierno nacional, sobre todo porque Macri perdió feamente en el distrito que había ganado hace apenas tres meses. El gobierno federal está hablando de un plazo de dos años y de retazos de la policía y de los recursos para la Capital. Demasiado tarde, demasiado poco.

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