Entrevista:O Estado inteligente

segunda-feira, outubro 15, 2007

La cigarra que Esopo no imaginó Por Mariano Grondona

El Diccionario de la lengua española define la fábula como "un breve relato ficticio, con intención didáctica manifestada en una moraleja final, en el que pueden intervenir personas y animales". Quien difundió la fábula como género literario en Occidente fue el griego Esopo, cuya vida transcurrió alrededor del siglo VI a.C. Ya más cerca de nosotros, el francés La Fontaine (1621-1695) y el español Samaniego (1745-1801) también imaginaron fábulas tan ingeniosas como aleccionadoras.


Se dice que Esopo se inspiró en fábulas que venían de Oriente. En el ejemplar de sus Fábulas, se pueden leer 358 narraciones de las cuales me interesa particularmente la del número 356, "La cigarra y las hormigas", por la sencilla razón de que muchos argentinos creen haberla refutado.

Este es el breve relato de "La cigarra y las hormigas": "En invierno las hormigas secaban el grano mojado. Una cigarra hambrienta les pidió comida. Las hormigas le dijeron: «¿Por qué durante el verano no recogiste comida también tú?». Esta dijo: «No holgaba, sino que cantaba melodiosamente». Ellas, riéndose, le dijeron: «Pues si en verano cantabas, baila ahora» (Esopo. Fábulas . Alianza Editorial).

La moraleja de esta fábula que exalta el ahorro y condena el "consumismo" está en la base del desarrollo económico que hoy exhiben los países avanzados, precisamente por haberle hecho caso a Esopo. Pero el griego, en su sabiduría, quizá no imaginó que milenios más tarde aparecería una cigarra atípica: la cigarra argentina.

Contra las hormigas

Hoy, los argentinos, incitados por el Gobierno, vivimos sin freno la pasión del consumo, olvidándonos del ahorro y la inversión que lo volverían sustentable. Pero hay que decir en nuestra defensa que no hemos acogido alegremente el espíritu de la cigarra porque, hasta la crisis de 2001, el nuestro era un país de hormigas que había acumulado decenas de miles de millones de dólares en depósitos a plazo fijo, además de acoger otras decenas de miles de millones de dólares en inversiones extranjeras. Cuando, al no poder sostener financieramente esta acumulación por todos elogiada, el binomio De la Rúa-Cavallo apeló desesperadamente al "corralito", millones de argentinos sufrieron el despojo de lo que habían ahorrado durante muchos "veranos" y, en tantos casos, durante toda una vida.

Esas mismas clases medias que por entonces golpeaban enfurecidas las puertas herméticas de los bancos a los que habían confiado su capital, hoy compran al contado o en cuotas los más diversos bienes de consumo porque también, vagamente temerosas de que la inflación reaparezca con fuerza, se apresuran a vivir la bonanza que les negó la recesión de los años anteriores, antes de que el congelamiento de los precios al que aspira el Gobierno pueda disiparse como un sueño de verano.

En los años posteriores al horror de la Revolución Francesa y de las guerras napoleónicas, el primer ministro Guizot les dijo un día a los franceses: "¡Enriqueceos!". El presidente Kirchner les dice ahora a los argentinos: "¡Gastad!". Ellos siguen su consejo y parte de ellos van a votar además, dentro de dos semanas, por su esposa y sucesora. Pero enriquecerse no es gastar. Enriquecerse es acumular.

Después de haber sufrido la dramática experiencia de 2001, ¿quién podría culparnos de confundir el desarrollo con el consumismo? Cuando éramos chicos, la Argentina de las hormigas que encarnaban nuestros padres nos regalaba libretas de ahorro en nuestros cumpleaños. Ahora, el Estado, que quiere congelar los precios, y los supermercados, que fingen obedecerlo, nos regalan cuotas sin intereses y rebajas del cinco por ciento. Y es así como, después de haber sido hormigas que ahorraban, hemos empezado a sentirnos cigarras que cantan. No somos por cierto los únicos culpables de esta metamorfosis. ¿Padeceremos a cambio la culpa de no haber previsto lo que finalmente podría pasarle a una Argentina que exalta el consumo y desprecia la inversión, que vive para hoy y no para mañana? ¿Sufriremos entonces algún día el castigo que según Esopo se abatió sobre la cigarra? ¿También caerá sobre los demagogos que hoy estimulan y esperan aprovechar electoralmente nuestra reciente conversión el destino que Esopo adjudicó a su desdichada cigarra?

¿A favor de la cigarra?

Contemos ahora una fábula de Esopo modificada. Resulta que, mientras la cigarra sufría por su imprevisión y las hormigas se reían de ella, se precipitó en pleno invierno un diluvio de soja que, aparte de inundar los hormigueros, puso delante de la cigarra un extenso campo de alimentos. Acto seguido, en tanto que las hormigas veían diluirse sus ahorros, la cigarra comió y se puso otra vez a cantar. Después de ver que la cigarra volvía a cantar y las hormigas empezaban a llorar, ¿cambiaron los simbólicos animales su actitud anterior? Digamos que celebraron entre ellos un ardiente debate: el mismo que celebran hoy los argentinos.

Hay quienes dicen que no deberíamos entusiasmarnos demasiado con lo que ocurre hoy en la Argentina porque el milagro de la soja, al igual que el milagro del petróleo en Venezuela, se revelará tarde o temprano como un episodio excepcional, no duradero, de modo tal que, pasada esta frívola euforia, la milenaria moraleja de Esopo se sostendrá porque, a la larga, una Argentina que privilegia la demanda contra la inversión y la demagogia contra la responsabilidad sufrirá las consecuencias y, aunque no las sufra por algunos años, seguirá siendo verdad que, de haber sostenido sus valores tradicionales, habría crecido más sólidamente que hoy. La Argentina del populismo kirchnerista sobrevive con aparente holgura gracias a la fábula de la cigarra modificada, pero otros países como Chile, Brasil y Uruguay, que no se han dejado encandilar por su espejismo porque siguen atenidos a la ortodoxia de las hormigas, terminarán inexorablemente por aventajarnos.

Contra ellos, el consumismo y la demagogia prevalecientes sostienen que lo de la soja es definitivo o durará al menos por muchos años y que, por consiguiente, nos será posible seguir gastando a cuenta.

Sabemos que a Kirchner se le está acabando el superávit que alimentó su ventaja para estas elecciones. Pero también es posible que, a partir del 1° de noviembre, al agotamiento de la "caja" que alimentó su poder lo suceda simplemente un fuerte aumento de las retenciones a las exportaciones de soja y de otros cereales y, con él, un refuerzo del empinado papel de "caballo del comisario" del que ha gozado hasta ahora, con lo cual el oficialismo podría prevalecer por largo tiempo a través de las reelecciones alternativas del presidente y de su esposa cada cuatro años. Sobre esta apuesta se asienta el modelo político kirchnerista. El Esopo de las hormigas quedaría, en tal caso, refutado.

¿A cuál de los dos Esopo adheriremos entonces? ¿Al Esopo clásico o al Esopo modificado? En favor del primero milita la interminable biblioteca que inspiró a los países desarrollados. En favor del segundo milita, en cambio, una sospecha que nunca abandonó del todo nuestro subconsciente: que, pese a algunos enojos circunstanciales, Dios continúa siendo argentino.

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