El domingo, ¿hubo una elección o una reelección?
Para LA NACION
Sea cual fuere su naturaleza, todas las constituciones giran en torno de una fórmula central: cuándo y cómo se hará la transmisión del poder, entendiéndose habitualmente por "poder" el poder "ejecutivo" que ejerce, en los Estados Unidos y en las naciones latinoamericanas, un presidente.
Desde 1853 hasta 1994, la fórmula de la transmisión del poder en la Argentina estableció que el presidente duraría 6 años en sus funciones y que no podría ser reelegido en forma consecutiva sino después de una espera de otros seis años.
La razón que llevó a Juan Bautista Alberdi a redactar esta cláusula fue que, si se quiere que la carrera por la presidencia sea pareja, hay que impedir que participe de ella el presidente en ejercicio, es decir, el "caballo del comisario".
Salvo durante interrupciones militares o efímeras reformas constitucionales, la fórmula de Alberdi prevaleció durante 141 años hasta 1994, a raíz del Pacto de Olivos entre el presidente Carlos Menem y el ex presidente Raúl Alfonsín.
Se dictó en aquel momento una reforma constitucional en virtud de la cual los jefes del Poder Ejecutivo durarían cuatro años en el cargo, dos años menos que antes, pero obtendrían en compensación la posibilidad de una única reelección consecutiva por cuatro años más, a cuyo término deberían esperar otro período de cuatro años fuera de la Casa Rosada.
Fue así como el presidente Carlos Menem debió dejar el poder en 1999 por haber cumplido en forma consecutiva un plazo de seis años que correspondía a la Constitución de 1853 y otro de cuatro años que correspondía a la reforma de 1994, pero ya no pudo participar de la elección presidencial de 1999 aunque podría volver a intentarlo cuatro años más tarde, algo que hizo sin éxito en 2003.
¿Reforma invisible?
El 10 de diciembre de este año termina el primer período presidencial de Néstor Kirchner. Cuando se convocó a la elección de anteayer, el Presidente tenía el derecho constitucional de intentar la única reelección consecutiva que permite la Constitución de 1994. Renunció a ese derecho en favor de su esposa, a quien ungió por sí y ante sí como la candidata destinada a sucederlo.
Esta decisión plantea un delicado problema constitucional. Si el presidente Néstor Kirchner y su sucesora hubieran declarado que el período 2007-2011 que se abrirá en diciembre sería considerado una segunda presidencia respecto del iniciado en 2003, en 2011 se abriría una nueva instancia de la cual tanto él como ella quedarían excluidos como lo fue Carlos Menem en 1999. Pero no lo declararon.
¿Quiere decir que en 2011 tanto él como ella serían otra vez reelegibles y de nuevo en 2015 y así sucesivamente, con lo cual quedaría implícitamente derogada la cláusula constitucional de 1994 que prohíbe las reelecciones consecutivas?
Y si así fuera, ¿no nos encontraríamos ante una reforma constitucional implícita, invisible, a resultas de la cual la prohibición constitucional de las reelecciones consecutivas ya no regiría para los cónyuges?
¿Fue éste acaso el espíritu contrario a las reelecciones indefinidas que tuvieron en mente los constituyentes de 1994?
¿Era la intención de ellos, acaso, que la Argentina dejara de ser una república para convertirse en una dinastía?
Polémica en puertas
Si la señora de Kirchner fuera una dirigente claramente independiente y diferente de su esposo, alguien podría afirmar con visos de razonabilidad que no continuará la línea de gestión del presidente saliente.
La evidencia apunta, empero, en sentido contrario. No ha habido un solo pasaje en sus escasos discursos de campaña que haya planteado la posibilidad de una renovación.
En todos los actos de campaña la señora de Kirchner fue acompañada y respaldada no sólo por el Presidente sino también por todo su gabinete nacional. El que se inaugurará de aquí a cuarenta días, ¿será entonces otro gobierno o el mismo?
Tres hipótesis caben aquí. Una es que la presidenta entrante será, en los hechos, la delegada del presidente saliente. ¿Cristina al gobierno y Néstor al poder?
La segunda es que desde 2003 no gobernaron en realidad una sino dos personas totalmente identificadas. Más que una presidencia de uno, una "diarquía" de dos, como lo hacían en la antigua Esparta dos reyes coincidentes.
"¿Diarquía?"
Si alguna de estas dos hipótesis resulta ser la correcta a partir de diciembre, lo que ha habido el domingo pasado sólo en las formas es una "elección", pero es, en los hechos, una "reelección" y si la intención de los miembros de la "diarquía" es continuar en 2011 y más allá, el país se asomará más temprano que tarde a una intensa polémica constitucional.
La única hipótesis que excluye este panorama sería que Cristina Kirchner, después de haber mostrado una plena identificación con su esposo, se revelara finalmente como "otra" presidenta, iniciando una real renovación de metas y de estilos.
Si esto ocurriere, de algún modo la tesis sobre la identidad de los períodos de 2003-2007 y de 2007-2011 quedaría desmentida.
En tal caso, el conflicto dejaría de ser institucional para convertirse en político. Esta tercera hipótesis, sin embargo, es improbable.