Las lecciones de los maestros involuntarios
Al hablar frente al Congreso de Filosofía que se realizó en San Juan el 12 de este mes, la senadora Cristina Kirchner se llamó a sí misma "hegeliana". La flamante candidata presidencial sabrá entonces que, según el alemán Guillermo Federico Hegel (1770-1831), la historia sigue una ley dialéctica en virtud de la cual sus etapas se superan sucesivamente una a la otra mediante el recurso creativo de la negación.
A una época que encarnó una tesis sobre la realidad siempre ha seguido, según Hegel, otra que encarnó su antítesis, a la espera de una síntesis capaz de englobarlas a las dos. Pero esta "síntesis" se convertiría a su vez en una nueva "tesis" destinada a ser refutada por una nueva "antítesis", y así sucesivamente hasta alcanzar la "síntesis final", en cuyo seno se acabará la historia.
Para Hegel, esta síntesis final de la dialéctica de la historia se encarnaba en la Alemania de su tiempo. Para Carlos Marx (1818-1883), su discípulo de izquierda, la culminación de la historia traería consigo, en cambio, el triunfo universal del proletariado. Cuando escribió El fin de la historia y el último hombre en 1992, el hegeliano norteamericano Francis Fukuyama supuso a su vez que el fin de la historia ya no era ni la Alemania de Hegel ni la Unión Soviética de Marx, sino el triunfo de las democracias capitalistas en 1989, cuando los Estados Unidos le ganaron la Guerra Fría a la Unión Soviética.
Lo que ha dado al hegelianismo su atractivo es que, al destacar que cada época nace en contradicción con la anterior, acuerda a la etapa que declina el carácter de maestra involuntaria de la que, superándola, la seguirá.
Reduciendo esta concepción grandiosa a nuestra política doméstica, podríamos anotar que el kirchnerismo ha sido el discípulo rebelde del menemismo, lo cual es fácil de comprobar cuando se advierte que Néstor y Cristina, que después del discurso de La Plata ya aparecen como los dos representantes exclusivos del kirchnerismo, se han autodefinido en oposición frontal al legado de Menem en los más diversos terrenos, desde el económico hasta el militar pasando por el internacional. Lo que podría no haber advertido todavía el matrimonio kirchnerista es que también a él le llegará, en cabeza de sus sucesores, un nuevo "no" a su propio "no". Néstor y Cristina serán entonces, como Menem lo fue respecto de ellos, los maestros involuntarios de sus sucesores.
Los errores de Néstor
Este despliegue del próximo "no" al "no" kirchnerista abarcará diversos campos. El primero de ellos es político e institucional : el "no" a la hegemonía kirchnerista, en busca de una república pluralista.
Si se mira con atención, se verá que los diversos referentes del "no kirchnerismo", de Lavagna a Carrió, de Macri a López Murphy y a quien finalmente surja como el líder del peronismo no kirchnerista que irrumpió en la asamblea fundacional de San Luis, coinciden en la necesidad de reemplazar el monopolio político de Néstor y Cristina por una república abierta a las opiniones y a las ideas, para encontrar en un ambiente de libertad las coincidencias que nos permitan a los argentinos crecer en el largo plazo, por décadas y no por años, con la mira puesta en un gran proyecto nacional de desarrollo como lo hicieron los firmantes de los Pactos de la Moncloa en la España de 1977 y como es imposible imaginar siquiera en el seno de la hegemonía kirchnerista.
El segundo campo que aparece en contradicción con los Kirchner es el empeño de lograr un adecuado clima de inversiones gracias al cual los capitales nacionales y extranjeros que nos andan faltando se sientan estimulados para acudir en masa a la industria, al campo y a nuestra menguada infraestructura energética. En un clima así, la Argentina volverá a crecer conectada con el mundo moderno en vez de darle las espaldas como ahora detrás de una visión localista y xenófoba.
Porque está claro que, aislada del mundo como ahora está, la Argentina no alcanzará el desarrollo y la modernización que los países exitosos están logrando tanto fuera como dentro de América latina. En nuestra región, tendríamos que mirar lo que están haciendo Brasil, México, Chile y Uruguay en vez de encandilarnos con el retrovisor venezolano.
El error de Cristina
Sería larga la lista de las enseñanzas que el "maestro" Kirchner nos ha transmitido con sus errores porque después de todo gobierna hace más de cuatro años. Al lanzar su candidatura presidencial en La Plata, Cristina nos transmitió a su vez dos lecciones insoslayables. La primera, que quien manda en la Argentina kirchnerista no es una persona sino dos. Después de La Plata, ya no quedan dudas de que nos gobierna un matrimonio, un binomio político cuyo único diálogo profundo e insustituible es el que sostienen, en secreto, sus dos integrantes.
La segunda lección de Cristina provino de su definición de la palabra continuidad . El cambio que Kirchner ha iniciado y ella profundizará, nos dijo la candidata, es la continuidad. En una primera aproximación, la inquietud de la senadora se justifica, porque si algo habrá que evitar en el futuro es la serie de giros bruscos de rumbo que asoló nuestra historia y el último de los cuales lo protagonizaron, precisamente, ella y su marido.
Pero el error de Cristina no consiste en su reclamo sino en su noción de la continuidad. Según ella, en efecto, la continuidad que debemos buscar equivaldría a la indefinida permanencia de los Kirchner en el poder. Pero ésta no sería la verdadera continuidad, sino su opuesto. La verdadera continuidad es la que han encarnado países como España, Chile o Brasil, porque en estos países lo que continuó fueron las "políticas de Estado" que llevan al desarrollo "a pesar" del periódico reemplazo de los líderes que las fueron sosteniendo sucesivamente. El Reino Unido no es "continuo" porque Tony Blair se haya eternizado sino porque, habiendo sido reemplazado por Gordon Brown, las grandes líneas de la democracia británica continuarán y así ocurriría también mañana si a los laboristas los reemplazaran los conservadores. La falsa continuidad es en cambio la que se quiere asegurar con la permanencia indefinida de un coronel en Venezuela o de un matrimonio en la Argentina.
La verdadera continuidad consiste en que sucesivas generaciones de líderes se sucedan en dirección de un mismo rumbo y no en que el mismo rumbo sea la consecuencia forzada de una permanencia.
Cristina se confundió. Es verdad que hay que lograr la continuidad de las políticas que llevan al desarrollo. Pero ello se consigue solamente en el interior de la democracia republicana, a través de los reemplazos sucesivos de los protagonistas y no mediante su permanencia ilimitada en el poder.
Esto no sería la continuidad sino una dictadura vitalicia. A ella aspira Chávez. A ella no debe aspirar una Argentina que termine por recoger las valiosas lecciones involuntarias que le está ofreciendo, hoy, la pareja del poder. Es que no todo en el error es negativo porque también el error enseña, y esto a tal punto que nada hay más valioso en la Argentina de hoy que el fecundo error del matrimonio Kirchner.