La palabra "obsecuencia" está ligada al latín sequere , "seguir? a alguien", pero seguirlo hasta un punto tal que el seguidor se convierte, por elección propia, en un esclavo voluntario de aquel a quien ha escogido como jefe. El Diccionario define al obsecuente como aquel "que se rinde" ante un líder de una manera absoluta e incondicional, como aquel que está "sumiso" a otro sin que, después de habérsele sometido, le quede resto alguno de dignidad. Es difícil que el obsecuente no se presente ante nuestros ojos como un ser moralmente cuestionable. La obsecuencia admite dos expresiones alternativas: una la del fanático al que le han lavado el cerebro y otra la del oportunistaque hace como si fuera un fanáticopero en el fondo está dispuesto a abandonar el barco a la primera ocasión.
Cristina Kirchner aparece rodeada, en este sentido, por una verdadera corte de obsecuentes que disputan entre ellos, como si participaran de un torneo, la medalla de oro, o si no pueden la de plata, de los favoritos. La palabra corte viene al caso porque este tipo de adhesiones no corresponde a una república sino a una monarquía en cuyo seno los cortesanos pugnan por obtener el favor del rey o de la reina, sin timidez y sin vergüenza. Funcionarios como Aníbal Fernández, Héctor Timerman y Amado Boudou pugnan, con un entusiasmo digno de mejor causa, por ser "amados" por la Presidenta. ¿Diríamos de ellos que han escogido la no envidiable condición de los "cortesanos"? La pregunta parece adecuada no bien se advierten los rasgos monárquicos, o dinásticos, que han caracterizado al kirchnerismo desde 2003 hasta la fecha.
Esta semana nos trajo dos novedades a este respecto. Una, cuando la diputada Diana Conti y el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, quien hoy ocupa el puesto que alguna vez honró Jorge Luis Borges, consiguieron ponerse al frente en la carrera de los cortesanos. Después de confesar su admiración sin límites por Cristina, a la que le deseó nada menos que fuera "eterna", Conti se anticipó a todos los demás cortesanos al desearle no sólo la reelección en 2011 sino también la re-reelección en 2015, aunque esté constitucionalmente vedada. González, por su parte, objetó que al premio Nobel Mario Vargas Llosa, un crítico sin tapujos del gobierno argentino, se le haya ofrecido inaugurar la Feria del Libro prevista para el 20 de abril.
Pero la segunda novedad llegó cuando la Presidenta retó tanto a Conti como a González por su celo excesivo, poniendo por delante de la obsecuencia mediante la cual ambos aspiraban a ser más papistas que el papa, una señal elogiable de moderación. ¿Cómo interpretar esta aparente contradicción entre la señora de Kirchner y sus más ardientes aplaudidores?
¿Sólo gestos o un giro?A las reconvenciones a Corti y a González, la Presidenta sumó otros gestos que apuntaban en la misma dirección. Uno fue la decisión de contener con la policía y la ley los cortes de rutas que intentaron los vendedores ambulantes. Otro, el anuncio de que el Gobierno intentará privatizar al menos parcialmente a Aerolíneas Argentinas y Austral, hoy rehenes de los sindicatos aeronáuticos. A ellos habría que agregar la influencia que la Presidenta desplegó junto con Macri y con Scioli para impedir que las huelgas docentes perturbaran más de la cuenta la iniciación de las clases, y la influencia que no desplegó para cerrar el cerco que sus asesores de izquierda habían montado contra el ministro de Seguridad de Scioli, Ricardo Casal, lo cual le permitió afirmar, además, algo escandaloso para los activistas "antipoliciales" y "antisciolistas" como León Arslanian: que ella, si bien no es partidaria de la "mano dura", tampoco es "garantista". Hubo reiteradas advertencias a la CGT de Moyano, en fin, para que "no se pase" cuando promueve la recomposición de los salarios y la "acción directa" y cuando defiende a los sindicalistas involucrados en denuncias de corrupción porque esta acción podría vulnerar la frontera que separa la "solidaridad" de la pura y simple "complicidad" con los acusados.
Todos estos gestos de Cristina, ¿sólo son islotes perdidos en medio de la corriente izquierdista en la que siempre navegó o indican, al contrario, que ha empezado a moverse hacia el centro? Los escépticos sobre la supuesta renovación ideológica de la Presidenta hacen notar que entre sus recientes dichos no omitió demostrar una vez más su animadversión al campo, al que acusó de eludir sus obligaciones impositivas, una acusación injusta porque ignora el enorme impacto fiscal de la retención del 35 por ciento a las exportaciones agropecuarias en función de la cual ese famoso "yuyito" que según ella es la soja sigue engrosando como ninguna otra fuente tributaria las arcas fiscales. La oposición y los críticos independientes también hicieron notar que, en su reciente mensaje al Congreso, la Presidenta continuó eludiendo el espinoso tema de la inflación, lo que obligó a Moyano y los suyos a reconocer que en esta materia no los guían los vergonzosos índices del Indec sino las elocuentes góndolas de los supermercados.
El "bueno" y el "malo"Para identificar la estrategia de Cristina habría que suponer que, en este crucial 2011, a ella la guían las consideraciones electorales en busca de esa reelección que busca sin admitir aún, empero, que la está buscando. A su izquierda cuenta con la adhesión militante de la corte de incondicionales que integran Carlos Zannini, ministros como Fernández, Timerman y Boudou, periodistas como Horacio Verbisky, Víctor Hugo Morales y Sergio Spolsky, las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, y los jóvenes ahora funcionarios de La Cámpora. Pero la adhesión de este núcleo radicalizado, ¿le alcanzaría acaso para ganar la reelección? Consciente de la insuficiencia electoral de su secta ideológica, la Presidenta ha empezado a buscar apoyos en la reacia clase media. Algunos de los "gestos" que hemos enunciado responderían por ello a su intención de ampliar la cosecha oficialista entre los votantes de clase media.
Gracias a esta estrategia, la Presidenta ha empezado a replicar el método que usan los interrogadores policiales frente a un sospechoso, cuando un policía hace de "bueno" y otro hace de "malo". Tomemos un ejemplo. Cuando se dedicó a exaltar la "eternidad" de Cristina, Conti hizo de "mala" frente a la sociedad por su obsecuencia, pero también le permitió a la Presidenta hacer de "buena" reprendiéndola. Este movimiento de pinzas vino a subrayar de un lado la moderación de Cristina y a permitir del otro que la insólita actuación de Conti enviara al país, de paso, este mensaje indirecto: que, como 2011 ya está asegurado, sólo resta apuntar a 2015.
Se nos dirá que este método es maquiavélico. Lo que tiene de positivo, en cualquier forma, es que lleva al Gobierno a alejarse de la irracionalidad de los militantes para abrir un nuevo campo donde impera, al contrario, la racionalidad que, según Max Weber, existe cada vez que alguien busca el medio idóneo para alcanzar el fin que persigue. Si lo comparamos con la búsqueda idealista del bien común, este método sigue siendo un "mal", pero es en todo caso un "mal menor" que la irracionalidad ideológica.
De seguir con este método del "policía malo" y el "policía bueno", Cristina se estaría acercando a la estrategia electoral "normal" que siguen los restantes candidatos. Este método, que al fin podría tener éxito o no, permitiría al menos ubicar a Cristina ya no en el ilusorio "cielo" de los fanatismos, sino en la modesta "tierra" donde habitan los demás mortales.