Domingo 27 de marzo de 2011 | Publicado en edición impresa
EN la historia de las ideas políticas se llama pensadores malditos a
aquellos que se atrevieron a decir con crudeza lo que otros callaban.
Desde el punto de vista de estos pensadores, ellos fueron los únicos
sinceros, aunque fueran desagradables, porque revelaron los pliegues
más oscuros de la naturaleza humana, mientras que los demás pensadores
fueron apenas "biempensantes" porque sólo deseaban pasar por
"políticamente correctos" para no herir los sentimientos de su época.
"Pensadores malditos" fueron por ejemplo el florentino Maquiavelo
(1469-1527), el inglés Thomas Hobbes (1588-1679) y el alemán Carl
Schmitt (1888-1985). Este último, en vez de aceptar la versión
"biempensante" de que la vida política persigue el "bien común" de los
ciudadanos, una noción que venía desde Aristóteles, sostuvo que la
vida política, lejos de buscar esta idílica armonía consiste en la
lucha sin cuartel entre enemigos irreconciliables, cuyo único
propósito común es destruirse los unos a los otros en busca del poder
total.
Lo notable es que Carl Schmitt siempre fue considerado un pensador "de
derecha", próximo a los orígenes del nazismo y el fascismo, hasta que
una pareja de pensadores contemporáneos, el argentino Ernesto Laclau y
su esposa belga, Chantal Mouffe, habilitaron el pensamiento de Schmitt
al servicio de la izquierda a través de lo que se dio en llamar el
"posmarxismo", sosteniendo que la relación amigo-enemigo también
caracteriza a los que luchan por o contra el socialismo. Se dice que
el pensamiento de Laclau-Mouffe ha influido notablemente en la
presidenta Cristina Kirchner y el círculo que la rodea, algo que
coincide con su énfasis visible en las "relaciones de enemistad".
Pero aquí no nos interesa tanto rastrear el origen ideológico de
Cristina y Néstor Kirchner como aplicar a la situación argentina la
premisa "schmittiana" de que, hasta que no se encuentra el enemigo
contra el cual combaten los protagonistas, no se entiende del todo lo
que está pasando. Esta premisa es particularmente útil para describir
la compleja relación que hoy vincula al kirchnerismo, venido de la
izquierda, con Hugo Moyano, que proviene del "fascismo" sindical.
El enemigo íntimo
Según Schmitt, las relaciones de enemistad definen no sólo el combate
que libran un campo contra el otro sino también los vínculos
aparentemente amistosos "dentro" de cada campo. Quien me define no es
mi amigo sino mi enemigo porque, al oponerse a mí, marca mi estrategia
y mi destino. Cuando se enfrentan dos enemigos declarados, basta con
describirlos para saber qué pasa. ¿Cómo describir empero una situación
en la que el enemigo manifiesto se ha vuelto tan débil que invita a
ser ignorado, como hoy le ocurre a la oposición? Como una situación en
la que los propios "amigos", sintiéndose vencedores, empiezan a
sospechar unos de otros. Así ha ocurrido muchas veces en la historia.
Sólo cuando repelieron el desafío de Cartago encarnado en el temible
general Aníbal Barca, prevaleciendo sobre él al final de las terribles
Guerras Púnicas, los ejércitos romanos se volvieron unos contra otros
porque necesitaban, según la visión de Schmitt, un nuevo pescuezo para
degollar. A las Guerras Púnicas siguió entonces una larga y
sanguinaria guerra civil que desembocaría en la muerte de la república
romana y el nacimiento autoritario del imperio. Fue sólo cuando la
alianza entre la Unión Soviética y las potencias occidentales dejó
fuera del juego a Hitler y sus secuaces que comenzó la Guerra Fría
entre los flamantes vencedores.
¿Está pasando algo similar en la Argentina? La oposición al
kirchnerismo está demostrando tal debilidad, tal dispersión, que las
tensiones de la vida política empiezan a discurrir entre sus propios
vencedores, entre Cristina Kirchner y sus incondicionales de un lado y
Moyano y los suyos del otro. Los amigos de ayer, ¿lo seguirán siendo a
partir de hoy, mientras afilan sus espadas para ver quién se queda con
el poder?
La lucha entre los antiguos amigos es más difícil de rastrear que la
lucha entre los enemigos declarados porque tanto en el bando
cristinista como en el bando moyanista las antiguas muestras de
amistad han empezado a convivir con incipientes muestras de
hostilidad. Moyano continúa declarando que apoya a Cristina, pero hace
una semana la amenazó con una manifestación masiva frente al balcón de
la Casa Rosada, que, si se hubiera concretado, habría sido
interpretada como un insolente desafío. Amenazó pero no concretó su
amenaza, después de las sigilosas gestiones de Julio De Vido. La
relación de amistad-enemistad entre Hugo y Cristina está marcada, así,
por la ambigüedad. Esta ambigüedad, ¿podrá sostenerse por mucho
tiempo?
Moyano confesó que lo que quiere es más poder. ¿Está en condiciones la
Presidenta de satisfacer este deseo? Es difícil admitirlo porque,
siendo Moyano el dirigente más repudiado por la clase media, al
kirchnerismo gobernante le sería casi imposible franquear su ambición
sin comprometer las cifras por ahora favorables que acompañan a la
aspiración reeleccionista de la Presidenta.
¿Un populismo exitoso?
Al día siguiente de la derrota kirchnerista en las elecciones del 28
de junio de 2009, hubo la doble tentación de sobrestimar a la
oposición y subestimar al oficialismo. Dueña al parecer del nuevo
Congreso, el fiasco de la oposición fue desaprovechar la oportunidad
que se le había creado. ¿Podrá recrear a partir de hoy esta
posibilidad, por ahora frustrada? Aquí la última palabra no ha sido
pronunciada aún porque, a medida que se acerque la elección
presidencial del 23 de octubre, si a los opositores no los une el amor
podría acercarlos al menos el espanto ante la arremetida kirchnerista.
Pero también sobrevoló el análisis político otro factor coadyuvante:
la subestimación del kirchnerismo. La fórmula kirchnerista es, como ha
sido otras veces en nuestro pasado, el populismo , entendiéndose por
tal la alegre distribución de los recursos entre una vasta clientela
necesitada sin atender a la inversión, es decir, al futuro. Esta
fórmula siempre desembocó al cabo de pocos años en crisis económicas.
Pero esto no está ocurriendo ahora gracias a otro acontecimiento
capital: el alza de los precios internacionales, particularmente de la
soja. La demagogia populista, que había tenido hasta ahora patas
cortas , hoy goza de patas, si no "largas", por lo menos "no tan
cortas" debido a la nueva situación internacional. Alguna vez el
economista Juan Carlos de Pablo dijo que "los argentinos hacemos las
cosas mal y después nos asombramos cuando salen mal". Hoy, su certera
frase se ha dado vuelta hasta convertirse en la paradoja de que al
kirchnerismo, habiendo hecho las cosas mal, le está yendo bien.
A la larga, el modelo kirchnerista está condenado a morir, pero a la
corta lo ha puesto a la cabeza de las encuestas electorales. ¿Por
cuánto tiempo? Lord Keynes dijo alguna vez que "en el largo plazo,
estaremos todos muertos". Para el kirchnerismo la frase de Keynes
podría servir al menos hasta el 23 de octubre. Al contrario del
kirchnerismo en la Argentina, países como Uruguay, Brasil y Chile han
privilegiado el largo plazo y la inversión para aumentar decisivamente
el peso de la clase media. Pero este objetivo, beneficiando al país y
a los pobres, diluiría fatalmente el poder kirchnerista. Luis XV dijo
alguna vez: "Después de mí, el diluvio". En vida de él, gozó como
nadie del poder. Después de él estalló la Revolución Francesa, pero él
ya no estaba para pagar sus culpas. Desde una óptica perversa, tuvo
razón.