El mundo flota como puede en un mar demasiado enfurecido. No hay que hacer más olas. En esa posición casi fetal quedaron todas las sociedades conocidas, incluida la argentina. Los Kirchner son como marineros en tierra: no saben vivir entre cosas estables. La inestabilidad del mundo mundial, como le gusta decir a Felipe González, los ha sacado, en lo inmediato al menos, de la ratonera política en la que habían caído el 17 de julio, cuando fueron derrotados en el Senado. La gente común les ha sacado de encima los ojos y la obsesión. No han ganado ninguna dosis de simpatía popular, pero han conquistado cierto sosiego político que no conocían desde diciembre.
Hay ejemplos. El escándalo de la valija de Antonini Wilson y las revelaciones de Miami pasaron de la primera página a rincones más ocultos de los diarios, ocupados estos por el derrumbe global en un abismo sin fondo. ¿Para qué tenía el propio Gobierno que devolver ese caso a la expectativa pública protestando ante el gobierno norteamericano? Dejémoslos. El problema de aquella valija está en la Argentina y no en otro lugar. Todo lo demás son alardes de presuntas víctimas y de escenográficas ofensas.
Otro caso. El campo ha concluido una protesta de seis días. Tiene los mismos problemas que tenía el día de la victoria de julio, sólo que agravados. Le valió de muy poco. Esta vez, el ruralismo no pudo convocar la masiva adhesión de los centros urbanos del país y se agotó en una remota queja entre propios. Los centros urbanos ya le dieron aquel triunfo y ahora están urgidos por su propio destino. Los Kirchner no les han ganado a los campesinos, pero éstos no pudieron volver a ponerlos contra las cuerdas. Es lo que pasó, guste o no.
Cristina Kirchner calló o habló sólo para tomar nota de que ella también baila y bailará al ritmo de jazz. Era hora. El realismo es una buena noticia, aunque se trate de un realismo tardío. De paso, la crisis financiera internacional le permitió empezar una negociación con los holdouts , que el Gobierno rechazó con pertinacia durante más de cinco años. Ahora falta saber si la misma crisis les permitirá a los bancos cumplir con la promesa de que aportarían, además de la refinanciación de los bonos en default, unos 2500 millones de dólares frescos. Esa plata fresca fue precisamente lo que desorbitó de avidez los ojos de los Kirchner. La propuesta fue hecha en enero; era otro mundo.
La gente asustada no sale de compras. Ni siquiera sale a mirar vidrieras. Aun cuando fuere por esas malas razones, la retracción del consumo está bajando los índices de inflación, que era otra trampa en la que el Gobierno se había metido solo. Permitió que la demanda superara a la oferta para exaltar las encuestas. Esa ecuación trastornada de la economía termina siempre en inflación. Guillermo Moreno ya no da para más. Ya usó todas las malas palabras del vocabulario frente a los empresarios y ya destruyó el Indec. Lo aguardan su casa y la ferretería que creó hasta que Kirchner lo elevó a zar de la economía. La economía necesita ahora más sofisticación.
Esa es la política y el corto plazo. Otra cosa son la economía y la política en el mediano plazo, más breve que mediano, en verdad. A los argentinos les gusta echarle la culpa a Brasil cuando les va mal y nunca le agradecen cuando les va bien. Brasil tiene reservas como para aguantar el vendaval (más de 200.000 millones de dólares), pero su economía está en un mundo de locas economías. El mercado le devaluó el real, que es la moneda nacional brasileña. El dólar es en Brasil sólo una moneda para el comercio exterior.
El dólar es, en cambio, la moneda nacional de los argentinos. El peso se usa sólo para la diversión en tiempos de bienestar colectivo. El epicentro del cataclismo financiero internacional está en los Estados Unidos, pero los argentinos salieron corriendo a comprar dólares. La diferencia no es poca cosa. Brasil tiene más margen que la Argentina para moverse con el precio del dólar. Aquí, el dólar desestabiliza en el acto los precios y excita a los dirigentes gremiales. Por eso, el Banco Central debió salir a serenar la expectativa social por el dólar.
Sea como fuere, Brasil no es el culpable del infortunio argentino. Es el mundo el que ha mutado de la certeza a la perplejidad. Brasil también se ha contraído, y se contraerá, en el consumo interno y en las importaciones. La crisis mundial ha puesto en jaque las alianzas políticas y comerciales más pintadas del universo, como la propia Unión Europea. ¿Cómo harán esos procesos de integración para hacer frente al huracán financiero que clama por liderazgos políticos? No hay respuestas, por ahora.
Pero es obvio que al Mercosur no le puede ir mejor que a la Unión Europa. Los pasos de aquél son titubeantes si se los compara con el Viejo Continente, con la integración entre países más avanzada que haya conocido la humanidad. La pregunta sobre cómo harán tales alianzas para salir enteras del colapso internacional estaba sin resolver cuando a un funcionario imprudente de la Cancillería argentina, Eduardo Sigal, se le ocurrió ofender al gobierno de Uruguay y meterse en sus cuestiones internas. Sigal tiene candidato propio en la carrera presidencial uruguaya y no le gustan algunas decisiones soberanas de Tabaré Vázquez. ¿Era necesaria su opinión cuando nunca opinó, ni bien ni mal?
En las actuales condiciones internacionales y regionales, Sigal, que es el responsable de las relaciones con América latina y el Mercosur, merece el despido de la administración. La diplomacia tiene que volver a la diplomacia. Los amigos pueden sobrevivir cuando se quedan mudos o cuando las circunstancias son más benévolas.
El Gobierno pregona que la Argentina tiene relaciones comerciales con 140 países. Es cierto. Sin embargo, importan más los porcentajes que los números que no dicen nada. El 85 por ciento del comercio exterior argentino se resuelve con Brasil, Europa, los Estados Unidos y China. Brasil y China van camino de una seria desaceleración económica. Los Estados Unidos y Europa ya están en una recesión de hecho de sus economías y algunos analistas presagian la miseria de la depresión, que es una categoría aún peor que la recesión.
Los Kirchner están saliendo de la encerrona política local entre tantas desgracias mundiales. Pero los espera un año electoral con el cinturón muy ajustado. El superávit del 3 por ciento previsto en el presupuesto de 2009 se ha volatilizado de hecho en estos días por obra de la vertical caída del precio de la soja. El Gobierno les reza ahora a los santos buenos para que haya un efecto rebote y el viejo "yuyo" vuelva a valer lo que valía. Si la soja se revalorizara y el precio local del dólar también, los Kirchner podrían volver a soñar con el superávit que prometieron.
Por ahora, están subiendo drásticamente las tarifas de los servicios públicos sin que se note en los medios de comunicación, que es lo único que les preocupa. También han paralizado sin avisar las obras públicas. Menos subsidios y más promesas incumplidas. Hace ocho meses que ningún contratista cobra nada. Los Kirchner han salido del infierno para entrar en la inopia. La experiencia del poder sin plata es absolutamente desconocida para los que mandan aquí. Todos los gobernantes, incluidos los nuestros, parecen estar corriendo detrás de una curva cerrada, que sólo conduce a la próxima curva.