Entrevista:O Estado inteligente

domingo, agosto 10, 2008

Los Kirchner chocan con sus límites Por Joaquín Morales Solá


6 de agosto de 2008

"Cuando se ataca al campo se ataca a la Argentina", se jactó Luciano Miguens en la Exposición Rural de Palermo. ¿Vanidad? ¿Realismo? Casi cinco meses después de abierto el conflicto entre el Gobierno y el campo, aún sin resolver, lo cierto es que los líderes rurales lograron conquistas políticas e institucionales imposibles de imaginar hasta febrero último. La Argentina de los Kirchner es decididamente otra, tal vez más equilibrada y menos hegemónica, después del fallido enfrentamiento oficial con el campesinado.

El otrora imbatible Néstor Kirchner anduvo durante estos meses de derrota en derrota. Aun cuando siempre es bueno que el poder reconozca que también tiene límites, la más importante contribución del campo a la política fue, sin embargo, la reconstrucción de una institución, el Poder Legislativo, que venía arrastrando la desconfianza o el ninguno social. Desde los sobornos en el Senado en tiempos del gobierno de la Alianza hasta el mote de "escribanía" que le endilgaron al Congreso últimamente, la institución parlamentaria no hacía más que descender en la consideración pública.

La mirada política se ha detenido demasiado en el voto del vicepresidente, Julio Cobos, como si la decisión de éste hubiera forzado una situación contraria a la naturaleza. No es cierto, aunque el voto vicepresidencial logró, en efecto, expresar una opinión mayoritaria del Congreso y de vastos sectores sociales. Cobos debió desempatar luego de la deserción de muchos senadores peronistas y de un triunfo muy ajustado del oficialismo en la Cámara de Diputados. En ambos cuerpos, el kirchnerismo se ufanaba antes de tener mayoría y quórum propios; en el Senado, estaba, incluso, a un voto de contar con los dos tercios. El Congreso se había sublevado, en definitiva, antes de que lo hiciera Cobos.

Con todo, para llegar a esos números parlamentarios fue necesario que se quebrara la hegemonía del kirchnerismo al mando de los peronistas. Los Kirchner fueron siempre aceptados como un mal necesario por el peronismo. Mal necesario porque los herederos de Perón pueden resignarse hasta tolerar la herejía, pero jamás la pérdida del poder.

Era evidente, no obstante, que el matrimonio presidencial no tocaba la melodía política que le gusta al grueso del peronismo, más conservador y políticamente más clásico desde 1983. El último Perón, el viejo contemporizador de los años 70, le sirvió como paraguas protector a ese pensamiento subyacente en amplios sectores del peronismo actual. Pero Kirchner fue el líder indiscutido mientras contaba con tres capitales cruciales para cualquier peronista que se precie: formidables recursos del Estado, una cuota enorme de poder político y la bendición de encuestas venerables.

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La coalición de hecho entre los productores rurales y los centros urbanos le vació las encuestas a Kirchner. Empezó entonces su declinación como líder desconfiado pero aceptado por el peronismo. Esa nueva realidad, el resquebrajamiento de la autoridad omnímoda del ex presidente sobre el justicialismo, es el hecho nuevo de la política argentina. Los que tomaron distancia del matrimonio presidencial son figuras históricamente más respetadas que Kirchner por la estructura nacional del peronismo: Carlos Reutemann, José Manuel de la Sota, Felipe Solá, Jorge Busti o, incluso, el propio Eduardo Duhalde.

Se trata en algunos casos, además, de referentes políticos de tres de los cuatro grandes distritos electorales del país (Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba). El cuarto distrito, la Capital Federal, nunca fue tierra para profetas peronistas. Kirchner se ha quedado con algunos barones del conurbano bonaerense, no con todos, y con las provincias más pequeñas y más pobres del norte argentino.

En la competencia permanente de los Kirchner con las entidades rurales (competencia que siempre perdieron si se las mide según los actos y contraactos), otra conquista ha sido la primera conferencia del prensa presidencial en la era kirchnerista. Módica y limitada (la imposibilidad de repreguntas impidió que la Presidenta respondiera con mayores precisiones y que se fuera por la ramas cada vez que quiso), ese diálogo novedoso entre Cristina Kirchner y el periodismo no dejó de ser un buen precedente.

La conferencia de prensa existió, de todos modos, no como una aceptación presidencial del papel que le toca a la prensa en una democracia, sino como una necesidad de ganarles a los dirigentes rurales la primera página de los diarios y los espacios de la televisión. No pudo ser una mera coincidencia que la conferencia de prensa se haya convocado justo el mismo día, y con pocos horas de diferencia, en que se realizaría la inauguración oficial de la exposición rural.

El campo y su conflicto le dieron también una oportunidad al radicalismo para reconstruirse después del colapso de principios de siglo. Tras abrir la posibilidad de cierta pluralidad en el peronismo, los dirigentes rurales le dieron al radicalismo la oportunidad y un dirigente para que lo ayude en su rescate. Es Cobos.

Cobos anda hablando con sus viejos correligionarios radicales para encontrarle una forma a su regreso al viejo partido. El vicepresidente atesora una carta de Duhalde en la que éste lo entusiasma con la idea de que contribuya a la reconstrucción del radicalismo. Los radicales de pura cepa son más duros en público que en privado con Cobos, pero no se privan, ciertamente, de hablar con él en privado. Más allá de las palabras amables que pronuncia en público, el vicepresidente está seguro de que su experiencia concertadora con los Kirchner ha llegado a su fin.

Los líderes rurales han demostrado tener más condiciones políticas que los gobernantes argentinos. Aquellos aprendieron que las situaciones cambian y que las actitudes de los hombres también deben cambiar en tiempos de mutaciones. Los ruralistas esquivan las diferencias que existen entre ellos para seguir juntos, mientras la Presidenta y su esposo nunca aceptaron la nueva realidad ni, por lo tanto, la necesidad de cambiar modos, políticas y funcionarios.

El campo ha conseguido muchas cosas, en efecto, menos resolver sus propios problemas. A esos problemas rurales, el kirchnerismo le aplicará una de las pocas cosas que le quedan después de tantas capitulaciones: la capacidad de vengarse.

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