Cuando la presidenta Kirchner anunció súbitamente que el Gobierno pagará de un solo golpe toda la deuda con el Club de París, obtuvo dos tipos de reacciones. Los gobiernos de los países acreedores involucrados en el Club (Alemania, Japón, Holanda, Italia, España, los Estados Unidos y trece países más) se limitaron a declarar que la decisión argentina les parecía "en sí misma positiva", que es lo que declara naturalmente todo aquel que recibe un pago, especialmente si no lo esperaba. La reacción de los mercados fue, en cambio, inicialmente negativa porque, tal como lo registró el viernes último la sección económica de LA NACION, el anuncio de la Presidenta "no hizo más que incrementar el recelo con que evalúan el devenir y las perspectivas de la economía argentina".
Como prueba de ello, la tasa de riesgo de nuestro país se incrementó de inmediato en 15 puntos más, en línea con el alto interés que la Argentina le pagó recientemente a Venezuela y muy por encima del riesgo país de países latinoamericanos considerados "normales", como Brasil, Chile, Perú y Uruguay.
Si el Gobierno esperaba que al sacrificar espontáneamente unos siete mil millones de las reservas del Banco Central, la mitad de sus "reservas disponibles", obtendría un "shock de confianza" en los mercados internacionales, la reacción inicial de esos mercados debe haberlo decepcionado. Estamos entonces frente a una paradoja que habría que aclarar. ¿Cómo es posible que el prestigio de un deudor baje en vez de subir después de haber efectuado un fuerte pago?
Cuando Domingo Cavallo ingresó en 2001 como un refuerzo de última instancia en el declinante gobierno de De la Rúa, se esperaba una reacción positiva de los mercados internacionales pero también ocurrió lo contrario. ¿Qué pasa entonces con nuestros gobiernos en el mundo? ¿Somos una nación incomprendida?
En el caso de De la Rúa-Cavallo, lo que se advirtió después fue que la Argentina estaba terriblemente endeudada y que los mercados, fríos como son, ya anticipaban el forzoso default que declararíamos poco después. ¿Qué es lo que pasa ahora para explicar, a siete años de distancia, esta renovación del pesimismo? Hoy tenemos reservas que por entonces no teníamos. ¿Hay que detectar algo así como una persistente mala actitud internacional con respecto a la Argentina?
Dos lenguajesCuando el ministro Juan Carlos Pugliese recibió a los empresarios en demanda de ayuda en las agitadas postrimerías del gobierno de Alfonsín, y cuando éstos no reaccionaron como él esperaba, pronunció una tajante frase que aún resuena en nuestros oídos. "Les hablé con el corazón -comentó- y me contestaron con el bolsillo." En aquellas circunstancias, ¿se produjo entonces, como hoy, el desencuentro entre dos lenguajes mutuamente intraducibles, una "miniBabel"?
Quizá podamos explicar el nuevo desencuentro de hoy entre un gobierno argentino y el mundo de las finanzas internacionales con la ayuda de una metáfora extraída de la actividad privada. Supongamos que un comité de bancos le ofrece a un importante deudor un plan de pagos en cuotas con bajo interés con la única condición de que le muestre sus balances, pero que el deudor, en vez de sentarse a discutir el plan, decide pagarle de golpe toda su deuda, negándole la auditoría que el comité pretendía, mientras también decide tomar otro crédito incomparablemente más caro de un tercer acreedor que, porque dice ser su amigo, lo exime de toda rendición de cuentas. Con tal de cobrar el comité acepta, por supuesto, la inusual iniciativa, ¿pero qué piensan mientras tanto los otros acreedores y los potenciales inversores que contemplan la escena? ¿Aumenta o disminuye su confianza en el deudor?
Quizás ellos juzguen que su deudor, en definitiva, es caprichoso. Y si es caprichoso, ¿quién les puede asegurar que, si en el futuro se repite otra circunstancia comparable, esta vez el deudor no repetirá su capricho en sentido contrario y que, en lugar de pagarles más de lo que les debía como en la primera oportunidad, en la segunda oportunidad decida no pagarles?
Agréguese a nuestra metáfora que el deudor no es asesorado por un directorio de notables con peso propio, sino por un conjunto de colaboradores que siempre suscriben sus decisiones, sean ellas cuales sean. ¿Qué garantías de racionalidad les quedan entonces a los observadores que miran con preocupación el pago inusual?
Un periodista sagaz se acaba de preguntar qué habría pasado si esta vez, en lugar de anunciar el anómalo pago, la Presidenta hubiera anunciado, por ejemplo, que no piensa pagar. La corte de ministros, gobernadores y legisladores que siempre la rodean solícitos en sus exposiciones públicas, ¿se habría abstenido por eso de vivarla y aplaudirla como siempre lo ha hecho? ¿No habría batido palmas con la misma vehemencia?
La desconfianzaLa desconfianza de los acreedores y los inversores en la Argentina no proviene por lo visto del hecho objetivo de que nuestro Gobierno, esta vez, haya pagado, sino del mecanismo imprevisible de sus decisiones.
Supongamos que el Gobierno, en lugar de pagar de un saque todo lo que debía, se hubiera avenido a negociar con el Club de París sobre la oferta que éste estaba dispuesto a presentarle. Probablemente habría pagado en cuotas, como el Club pretendía, con un interés del 4 por ciento en vez del 15 por ciento que le paga a Chávez. Lo mismo habría podido pasar con la deuda que el entonces presidente Kirchner también le pagó de golpe, en su momento, al Fondo Monetario Internacional.
Si los gobiernos sucesivos de Néstor y de Cristina Kirchner hubieran tomado esta otra vía, sus acreedores actuales y potenciales se habrían dicho, como se lo han dicho frente a tantos otros países en circunstancias comparables: después de todo, estamos frente a un deudor racional. Conversa, negocia, muestra sus balances y sigue las reglas. Es previsible. Por esta vía, el país, es decir, todos nosotros, habría pagado objetivamente menos de lo que le paga a Chávez. Pero la desconfianza de acreedores e inversores no resulta del balance objetivamente favorable que en tal caso habría resultado porque su desconfianza no es objetiva sino subjetiva, porque aquello en lo que no confían no proviene del monto que aún retiene nuestro Banco Central, mucho mayor que el que tenían en su momento Alfonsín o De la Rúa, sino del método discrecional de decisiones que emerge de la sede secreta del poder, un método impenetrable aun para el racional pero subordinado Martín Redrado.
Lo que objetan entonces los mercados internacionales a la Argentina de hoy es, finalmente, el hecho de que nadie sabe ni puede saber lo que los esposos Kirchner decidirán mañana. Lo que los altera, lo que los preocupa, es comprobar que se hallan frente a un gobierno decisionista que no sigue las reglas universales conocidas y que no oye ni consulta ni siquiera a sus más cercanos colaboradores.
Si un acreedor enfrenta a un deudor de cuya racionalidad sospecha, entonces es natural que haga lo que el Club de París acaba de hacer: aceptar y contar el dinero que sorpresivamente ha recibido, mientras su mente se puebla con interrogantes sin respuestas.