La causa por la cual Néstor Kirchner aventajó de entrada tanto a sus rivales como a sus aliados en la carrera por el poder fue que pudo desconcertarlos de continuo con maniobras imprevistas, conservando en sus manos de este modo el vital poder de iniciativa . Maquiavelo aconsejaba al príncipe abrumar a los grandes y al pueblo con una osada sucesión de inesperados proyectos, para mantenerlos pendientes de él. No hay duda de que Kirchner obra de una manera diferente si se lo compara con los actores que lo rodean o lo enfrentan, y logra así reducir a unos y a otros a una actitud expectante, a una suerte de pasividad que condena a sus aliados a la obsecuencia y a sus rivales al vicio fatal del "antikirchnerismo", cuyo infortunio consiste, al igual que el "antiperonismo" de los años cincuenta, en obrar sólo por reacción, como si oponerse a las iniciativas de Kirchner sin plantear "otras" iniciativas ajenas a él fuera su único libreto.
Decimos de alguien que es "insólito" cuando su conducta es tan infrecuente que la tenemos por única. Kirchner actúa de un modo insólito. Pero no sólo su acción, su estilo, son insólitos. El, en sí mismo, lo es. Ya provenga de un peculiar código genético o de una niñez desafortunada, esa persona que llamamos "Kirchner" no es comparable con ninguna otra. Por eso sorprende una y otra vez. Por eso ha gozado hasta ahora del poder de iniciativa. Pero, para oponerse a él con eficacia, no bastaría con reaccionar tardíamente contra cada una de sus transgresiones al buen sentido de aquellas otras personas a las que consideramos "normales" porque Kirchner, simplemente, no es normal. Sigue su exclusiva senda. Esta originalidad no proviene de una estrategia trabajosamente forjada, sino de las entrañas de su propio ser. Mientras alguien no descifre su ADN, mientras alguien no consiga desentrañar las raíces de un carácter que no es negociable, que es irrenunciable porque es más fuerte que su propio portador, el ex presidente continuará siendo el hombre fuerte de la Argentina. De nada valdrá ni siquiera condenarlo por perverso, como hacen los opositores. El único método para neutralizarlo es entenderlo; es recorrer los intrincados pliegues de su código genético para descubrir recién entonces el antídoto que podría anularlo.
El código K
A fuerza de frustraciones y disgustos, podría decirse que tanto la oposición como los observadores independientes han avanzado laboriosamente en esta crucial tarea. Para apoyarla con fundamento, quizá sería útil recordar el famoso libro 1984, en el cual su autor, el inglés George Orwell, descifró el código genético del totalitarismo. Publicado en 1949, cuando el estalinismo avanzaba hacia la dominación de medio mundo, 1984 advirtió que la puerta de entrada del totalitarismo es la tergiversación del lenguaje político, para alentar a los fanáticos y confundir a los ingenuos. Cuando hablaban de "guerra", así, los protagonistas de 1984 la llamaban "paz", cuando hablaban de "opresión" la llamaban "libertad" y cuando hablaban de "discriminación", la llamaban "justicia". El poder absoluto no era según ellos el despliegue de un mando despótico, sino la obra fraterna del Hermano Mayor, que vigilaba celosamente a los ciudadanos, convertidos en súbditos, hasta en la intimidad de sus casas.
Kirchner alberga en su mente, de un modo comparable, su propio diccionario distorsivo. Como tantos otros políticos, busca el poder. Pero en tanto que la lucha por el poder es para los políticos "normales" una competencia enérgica pero en el fondo amistosa, deportiva, casi un juego, porque saben que quienquiera que prevalezca en ella sólo logrará un poder limitado por los demás poderes y atado al vencimiento inexorable de un plazo, esa misma competencia es para Kirchner una verdadera guerra , a todo o nada, en el curso de la cual la victoria, y la derrota, sólo podrían ser absolutas. Lo decían los romanos en sus guerras: "¡Ay de los vencidos!". Por eso Kirchner le puso a su movimiento Frente para la Victoria, como si obtenerla fuera su único y excluyente objetivo sin consideración por ideales como la libertad, el desarrollo o la justicia social que levantaron otros movimientos políticos. Cuando dijo que "la guerra es la continuación de la política por otros medios", Carl von Clausewitz, el mayor de los estrategos de Occidente, suponía que lo que hay que buscar primero es la paz de la política, de la diplomacia, y que sólo en su defecto los ejércitos se pondrían a marchar. Si tuviera que comentar a Clausewitz, Kirchner diría que la política, aun en democracia, "es la continuación de la guerra por otros medios".
¿Ganar o perder?
A partir de estas primeras nociones, para Kirchner "ganar" no es, como para el común de los políticos, prevalecer por un tiempo hasta que se cumplan los plazos o prepararse para negociar con el vencido circunstancial, porque para él "ganar" es someter y "perder" no es, como acaba de hacerlo notar Natalio Botana, asumir "la aceptabilidad de la derrota", sino preparar la venganza . Así lo ha demostrado en sus combates con el campo y con Clarín . Ya se llamen las Fuerzas Armadas, la Iglesia, la prensa independiente o, ahora, la Corte Suprema, los industriales y hasta la clase media, enfrentada según Cristina Kirchner con sus "morochos", todos aquellos que se animen a discrepar con Néstor Kirchner alargan la lista de sus enemigos. En el umbral de esta lista negra ya figuran personajes todavía dubitativos como Daniel Scioli, los intendentes del Gran Buenos Aires y hasta algunos gobernadores que todavía son capaces de arrastrar los votos que la nula simpatía de Kirchner y su crispación interminable amenazan con ahuyentar.
¿Cómo espera ganar Kirchner si suma sin cesar nuevos enemigos? Su política, ¿no es por ello, en el fondo, irracional ? No necesariamente, porque el ex presidente guarda todavía cerca del pecho algunas cartas no desdeñables. Una de ellas es la bonanza económica que resulta del "viento a favor" generado por la irrupción de China y la India en los mercados internacionales. La otra es la posible influencia de poderosos motivadores psicológicos. ¿No contará acaso la indiferencia política de vastos sectores que, al ver que ahora les va bien, podrían preferir que las cosas sigan como van? ¿No pesará también el miedo que provoca en más de un actor político o económico la agresividad del ex presidente? ¿Y no le servirá de nada a éste, además, la codicia de aquellos que lucran o esperan lucrar con la lluvia de subsidios generados por la corrupción oficial? Kirchner aún apuesta a que no sólo la suerte, empujada por el fuerte viento a favor de los precios internacionales, sino también la debilidad humana de aquellos que le temen o que codician los favores de su escandalosa "caja", vuelquen finalmente en su favor las veleidades del destino.
Kirchner no cree en las virtudes humanas, y éste es otro componente vital de su código genético. Aspira, al contrario, a explotar los defectos humanos cuando la cuenta regresiva llegue al punto final. ¿Se equivocará, acaso, de medio a medio? Su sueño es que, aun cuando los argentinos sean más virtuosos de lo que él supone, la oposición no acierte a encaminarlos hacia un desenlace no sólo "anti", sino también "poskirchnerista", republicano. La historia, en cierto modo, nos desafía. La palabra desafío significa que alguien nos quita la fianza, el "afío", porque ha dejado de creer en nosotros. La antítesis del desafío es la confianza . Los argentinos, ¿la mereceremos de aquí a trece meses?
Entrevista:O Estado inteligente
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