La Nacion
Dos automovilistas que corren en pareja vulneran, una tras otra, todas las reglas de la autopista. Exceden los límites de velocidad, se adelantan en las curvas, avanzan por la mano izquierda. Es fácil describir objetivamente lo que están haciendo, ya que ponen en peligro sus vidas y las de los demás. No es fácil determinar subjetivamente , en cambio, por qué hacen lo que están haciendo. Apremiados por la íntima necesidad de llegar antes que los demás a la meta que se han fijado, asumen riesgos extraordinarios, más allá de los que aceptaría cualquier conductor racional. Son, por lo tanto, temerarios . El temerario es aquel que, aunque no quiere morir, no le importa morir si ponerse al borde de la muerte forma parte de una estrategia destinada a ganar como sea la carrera en la que está empeñado. Pero la línea que separa la temeridad del suicidio es tan tenue como el hilo de un cabello. Al trazar su aventurada hoja de ruta, probablemente el conductor extremo haya tenido en cuenta que podía morir. Aun así, ¿no teme morir? Si el riesgo de morir ha sido contemplado por el conductor extremo al lanzarse a la carrera, ¿cuál es la distancia que aún le queda entre no temer morir y querer morir? ¿No será que, habiendo previsto el suicidio como una de las alternativas que le ofrecían las circunstancias, está dispuesto a aceptarla? ¿No será que el conductor extremo, en última instancia, no sólo no teme morir, sino que, en el fondo, quiere morir?
La accidentología ha estudiado minuciosamente los cálculos y las motivaciones que existen detrás del comportamiento de un conductor irracional. Pudo ocurrir, por lo pronto, que no despreciaba la muerte ni la quería, sino que, al adelantarse a otro automóvil, calculó mal la distancia que lo separaba del camión que avanzaba en dirección contraria. Pero también puede ocurrir que su mente exaltada lo haya llevado a despreciar el peligro o, incluso, a amar el peligro porque es adicto a las explosiones de adrenalina como las que suscitan los deportes extremos. ¿Pudo ocurrir, incluso, que en última instancia el conductor "deseaba" la muerte? Los expertos en accidentología han detectado con frecuencia que el supuesto "accidente" no fue más que un embozado intento de suicidio, cuyo autor quería morir, pero también quería evitar que su familia y sus amigos se enteraran de su verdadera intención.
¿Qué buscan los Kirchner?
Estas consideraciones generales sobre lo que pasa con los conductores automovilísticos, ¿se aplican también a los conductores políticos? Teniendo en cuenta que el riesgo de muerte, en su caso, no es la muerte "física", sino la muerte política , ¿se han estado conduciendo los Kirchner de una manera racional? Max Weber consideraba políticamente irracional toda conducta que, o se ha fijado objetivos que son de imposible cumplimiento por inalcanzables, o que, aun cuando fueran alcanzables, el conductor político no acierta a encontrar el camino que lo llevaría hasta ellos. Cuando la irracionalidad irrumpe en el origen mismo de la acción política, ya que lo que se propone en este caso el político es por definición imposible, está condenado de antemano. La irracionalidad es en este caso originaria . Pero también puede ocurrir que la irracionalidad resulte instrumental cuando el político no acierta con el método que lo habría llevado a la victoria no porque ésta sea inviable, sino simplemente porque no lo encuentra. Si el objetivo de los Kirchner fue desde el principio obtener todo el poder por todo el tiempo , como lo prueba su pretensión de obtener una serie ilimitada de reelecciones presidenciales, el matrimonio presidencial está aquejado por una "irracionalidad originaria", ya que ninguna república democrática, como es la nuestra, lo permitiría.
La "irracionalidad originaria" no excluye, empero, la "racionalidad instrumental". Como decía Homero de Ulises, Kirchner es "fecundo en ardides" y nosotros hemos comprobado que carece, además, de escrúpulos. Pero esto al fin tampoco le servirá, debido a su "irracionalidad originaria". Tomemos aquí la metáfora de un atleta que se ha propuesto batir de lejos todos los récords habidos y por haber aspirando, por ejemplo, a correr los cien metros en cinco segundos. Su irracionalidad es, en este caso, originaria. Aunque consiguiera gracias a esta ansiedad extraordinaria correr los cien metros, digamos, en nueve o hasta en ocho segundos, igual fracasaría en su desmedido intento. Kirchner ha acudido a todos los ardides y ha vulnerado todas las reglas. Aun con lo mucho que ha obtenido gracias a su indudable astucia y a su absoluta orfandad moral, cuando compare lo mucho que logró con el infinito poder que pretendía, sentirá el intolerable pinchazo de la frustración.
El contagio
Pirro, aquel general griego que se había propuesto nada menos que abatir a la invencible Roma, es el ejemplo histórico por excelencia del destino que espera a la "irracionalidad originaria". Como su desmedida ambición le daba un impulso extraordinario, venció a los romanos en una sucesión de exitosas batallas pero, por ser su meta final de imposible cumplimiento, cada victoria parcial, en vez de acercarlo a la victoria final, paradójicamente lo alejaba. Por eso después de su última victoria parcial dijo: "Otra victoria como ésta y estaré perdido". ¿No es ésta la historia "pírrica" del propio Kirchner, aunque éste nunca adquiera la sabiduría de Pirro al reconocerla? En el uso abusivo de la "caja" para sobornar a tantos, en el Congreso que antes lo votaba, ante la Justicia, que una y otra vez lo eximía, Kirchner-Pirro ganaba y ganaba. Su última astucia "triunfal" fue birlarle fondos al Banco Central en el mismo momento en que su mujer hablaba ante el Congreso, que debía controlarlos. Pero Kirchner, como Pirro, cada vez que ganaba perdía porque el creciente costo de sus victorias parciales se le volvía acumulativamente incontrolable. Es que cada triunfo innoble genera en los demás la pesada carga de la repugnancia. Y fue así como a cada ola de una victoria inaceptable siguió la contraola de la reacción que la condenaba. El 28 de junio de 2009, el pueblo sumó su sonora reprobación a la condena del campo. Una condena que ha vuelto a repetirse ahora, primero en Diputados y después en el Senado.
La victoria, cuando es injusta, muta en derrota. Esta lección ya la están aprendiendo el pueblo, los legisladores y los jueces. Esto ocurre porque el beneficio mayor que está aportando la pareja presidencial a nuestra vida pública es, aunque no lo quiera, el beneficio del aprendizaje, cuya contrapartida podría ser empero el contagio , ya que el mal mayor que la oposición a los Kirchner podría contraer sería salir a degüello contra ellos, imitándolos en su empeño destructivo. Si así lo hiciera, caería en la última trampa que les tienen preparada los altaneros derrocados, la de facilitar su alejamiento anticipado del poder -ya hay un juicio político contra la Presidenta-, porque ignoraría en tal caso la principal lección que estamos recibiendo: que los mayores beneficiarios de los golpes han sido los propios golpeados porque gracias a los golpes, al quedar inconclusas sus historias, pudieron impedir que sus propias víctimas registraran hasta dónde las habían llevado. Al denunciar una y otra vez que corren el peligro de caer como cayó el reeleccionista Manuel Zelaya en Honduras, ¿no es este destino -al que agregan la esperanza de que el fracaso de sus sucesores ante el atribulado país que les dejan aminore su culpa y les reabra el futuro- el que en el fondo desean los Kirchner?
Entrevista:O Estado inteligente
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