La Nacion
Un régimen político es tanto más estable cuanto menor sea la distancia entre las alternativas que se le presentan. Las elecciones presidenciales recientes en naciones como Uruguay y Chile no fueron dramáticas porque, ganara Mujica o Lacalle en el primero de ellos y Piñera o Frei en el segundo, ya se sabía que, coincidiendo todos los candidatos en la misma filosofía democrática, el horizonte de sus países quedaba libre de acechanzas. Lo mismo promete ocurrir el mes que viene en las elecciones presidenciales de Brasil, en las que la opción entre la favorita Dilma Rousseff, ahijada política de Lula, y José Serra, un opositor situado ligeramente a su derecha, no es perturbadora. Uruguay, Chile y Brasil son países que, por gozar de estabilidad , tranquilizan por igual a los inversores y a los ciudadanos.
¿Ocurre lo mismo entre nosotros? No se lo puede afirmar cuando se advierten los años luz que separan a nuestras propias alternativas. Si gana Kirchner en las próximas elecciones presidenciales, todo indica que la Argentina, al calor de esa victoria, podría encaminarse rápidamente hacia el modelo chavista, y si gana la oposición, sólo entonces podría plantearse entre nosotros una alternativa uruguaya, chilena o brasileña. Mientras que la distancia entre las alternativas que albergan Uruguay, Chile y Brasil es mínima, la distancia entre nuestras alternativas es máxima . La ansiedad que asalta a nuestros inversores y a nuestros ciudadanos es, por lo visto, un signo elocuente de nuestra inestabilidad.
Como lo advierte el premio Nobel Douglass North en Understanding the Process of Economic Change ("Entendiendo el proceso del cambio económico"), Princeton University Press, 2005), el anhelo capital de los hombres y de las naciones ha sido desde siempre reducir la presión de la incertidumbre. ¿Podríamos intentarlo los argentinos a estas alturas de los acontecimientos? Podríamos aliviar al menos la presión de nuestra propia incertidumbre si logramos reducirla a este interrogante central: ¿cuál es el futuro político de Néstor Kirchner?
La curva de la decadencia
Sobre todo en el mundo anglosajón, los analistas les han puesto un nombre a las alteraciones que atraviesan los mercados y la vida política. En el campo económico, llaman "mercados de toros" (bull markets) a esos procesos alcistas en los que, subiendo de continuo, los precios de los bonos y las acciones crean un clima "optimista", en tanto que llaman "mercados de osos" (bear markets) a esos otros procesos bajistas en los que, cayendo de continuo, los papeles generan en las bolsas un clima pesimista. Los dirigentes políticos no están exentos de estas variaciones. Son "toros" si su poder no cesa de crecer. Son "osos" en el caso contrario. Pero la política reserva, para los dirigentes que van mal, otro nombre. Los llama "patos rengos" (lame ducks) cuando a la inversa de los osos, cuyo descenso podría resultar circunstancial, su crisis ya no es pasajera sino terminal.
La expresión "pato rengo" es adecuada porque da a entender que, si ahora es rengo, alguna vez el pato no lo fue; que su renguera, por ser sobreviniente, marca la curva de su decadencia. Esto pasa especialmente cuando está por expirar un plazo constitucional. Desde el momento en que su plazo expiraba y ya no lo podía renovar, Tabaré Vázquez era un "pato rengo" antes de la elección de su sucesor, Mujica. Su "renguera", sin embargo, no fue traumática porque la aceptó de buen grado siguiendo las reglas de la democracia, que, tanto en Uruguay como en Chile y Brasil, prohíbe las reelecciones indefinidas y porque pudo transmitirle el poder a otro candidato de su mismo partido, el Frente Amplio, en cabeza de José Mujica. Esta continuidad se afianzará más aún en el caso de que Rousseff, la escogida por Lula, venza en Brasil. En cuanto a la presidenta de Chile Michelle Bachelet, si bien la sucedió un opositor, Sebastián Piñera, la adscripción de ambos al mismo credo democrático moderó decisivamente los cimbronazos del cambio.
Ninguno de estos elementos de contención gravitan entre nosotros. Si Kirchner llega a prevalecer el año entrante, profundizará su pretensión totalizadora. Si llega a perder, será reemplazado no ya por un continuador o por un rival afín a él, sino por otro sistema político opuesto al que él pretende imponer; en lugar de su despótico hiperpresidencialismo , la restauración del equilibrio constitucional.
Minivictorias y miniderrotas
Entre 2003 y 2008, el "mercado" de Kirchner fue un "mercado de toros" porque sus "acciones" no paraban de subir. Después de la victoria electoral inicial, volvió a ganar en la elección parlamentaria de 2005 y en la elección presidencial de 2007, cuando impuso a su esposa. Gracias al "viento de cola" internacional, que todavía subsiste, la coyuntura económica no cesó de bendecirlo. Pero estas satisfacciones sólo eran para él minivictorias porque la gran victoria del poder total a la cual aspira le quedaba, todavía, demasiado lejos. También empezaron a asomar otras minivictorias, como el control del Congreso a partir de 2005 y 2007, cierta benevolente pasividad de la opinión pública y, además, un silencio de la Corte Suprema reforzado por el dominio oficial del Consejo de la Magistratura, de donde salen los jueces, al que habría que sumarle la aparición de magistrados desvergonzadamente kirchneristas, como Norberto Oyarbide.
Hasta aquí, Kirchner no había obtenido "todo", pero había logrado "algo" en su afanosa búsqueda del poder absoluto. Entonces, a partir de 2008, empezaron las derrotas. Perdió primero contra el campo y el vicepresidente Cobos. Al año siguiente perdió categóricamente contra la oposición en las elecciones parlamentarias de 2009, a consecuencia de lo cual se quedó sin Congreso. Pero Kirchner lanzó una serie de contraofensivas. Creyendo equivocadamente que los votantes se le habían dado vuelta por la influencia de los medios, en vez de suponer, a la inversa, que los medios se habían limitado a reflejar la nueva tendencia del electorado, la emprendió contra el periodismo independiente mediante dos acciones convergentes: el proyecto de la ley de medios para controlar a las radios y los canales de televisión y el ataque a Papel Prensa, para asfixiar a la prensa escrita. Pero ambas contraofensivas están detenidas en la Justicia. Es más: las recientes declaraciones del presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, permiten preguntarse ahora si la presunta pasividad judicial con la cual Kirchner contaba era algo más que una ilusión.
El flujo de la política se ha revertido. ¿Constituyen estas novedades una "gran victoria" para la oposición? Difícilmente, no sólo porque ésta no ha terminado de organizarse, sino también porque Kirchner mismo podría adherir a lo que dijo alguna vez el ex presidente Richard Nixon: "Sólo estás vencido cuando te das por vencido". Lo que tenemos entonces, después de las minivictorias de Kirchner entre 2003 y 2009, son sus miniderrotas entre 2009 y 2010, mientras la incertidumbre sobre el futuro del poder nos sigue acechando. El ex presidente no es todavía un "pato rengo" aunque, después de haber disfrutado de un "mercado de toros", hoy padece un "mercado de osos". Sólo el día en que se convierta en un verdadero "pato rengo" quedará definitivamente superado, pero demorará hasta el último momento en reconocer su derrota porque sólo cuando ella resulte evidente para él y para todos el impiadoso peronismo repetirá, como lo ha hecho otras veces, la cruel sentencia de los romanos: "¡Ay de los vencidos!".
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