El tramo final del modelo kirchnerista
Si entendemos por modelo kirchnerista la concentración absoluta del poder económico y político en manos de Néstor Kirchner, hay razones de peso para creer que ha entrado en su tramo final. No sabemos todavía cuándo ni cómo se va a acabar, pero al menos sabemos dos cosas: que nunca fue sustentable en el largo plazo y que la percepción de su no sustentabilidad ya no pertenece sólo a algunos observadores informados sino a la sociedad en general. Kirchner ha llegado a esta situación sin salida a través de tres callejones convergentes. Uno de ellos es económico . El otro es político . El tercero es comunicacional.
Cuando el ex presidente comenzó su gestión económica hace cinco años, se encontró con dos ventajas extraordinarias. De un lado, la profunda crisis de 2001-2002 había dejado a las fuerzas de la producción agropecuaria e industrial con una formidable capacidad ociosa ya instalada. La devaluación promovida por el presidente Eduardo Duhalde a comienzos de 2002 convirtió al campo otra vez en competitivo después del insostenible tipo de cambio del "uno a uno" que ya se había agotado en los tiempos finales de Menem e impulsó al mismo tiempo a la industria gracias a la protección que le brindaba el nuevo tipo de cambio del "tres a uno" en un mercado interno resucitado. Con la prudente gestión de Roberto Lavagna, el país empezó a crecer a la tasa alucinante del 9 por ciento anual.
Cuando heredó a Lavagna de su antecesor, el nuevo presidente Kirchner tuvo por delante dos opciones. Una era prolongar en forma equilibrada la bonanza que recibía, cimentándola a través de lo que todavía le faltaba: una intensa corriente de nuevas inversiones internas y externas que viniera a reforzar la capacidad instalada en la década de Menem para cuando ésta se colmara, con la idea de generar un proceso ya no de mero crecimiento de corto plazo, de algunos años, sino de verdadero desarrollo aunque con una tasa menos espectacular pero sustentable en el largo plazo de un 5 o un 6 por ciento anual, no por varios años sino por varias décadas.
Este fue el camino que eligieron los presidentes Cardoso y Lula en Brasil, que hoy muestra las primeras señales del desarrollo económico, pero no el que eligió el presidente Kirchner, fascinado como estaba por la cifra mágica del 9 por ciento que parecía prometerle rotundas mayorías rodeado por un núcleo reducido de empresarios en una demostración de manual del llamado "capitalismo de amigos", que no es el verdadero capitalismo porque en tanto éste se abre a todos los capitales en competencia entre ellos, aquél concentra los recursos económicos en un círculo áureo de favoritos.
El segundo callejón
El poder absoluto económico al que aspiraba Néstor Kirchner se vio acompañado por una segunda aspiración al poder absoluto, esta vez de naturaleza política. Para lograrlo, Kirchner apeló a un recurso que sus antecesores habían descuidado: la utilización de la "caja" de un impresionante superávit fiscal, pero no para consolidar las finanzas públicas sino para doblegar la voluntad de gobernadores, legisladores e intendentes en dirección de un poder político incontrastable. En el orden político habría de ahí en adelante sólo dos categorías de dirigentes: los "réprobos", aislados e impotentes, y los "elegidos", que recibirían las dádivas de la concentración económica kirchnerista con la única contrapartida de la obsecuencia.
Pero este modelo de dominación política absoluta se encontró finalmente con dos obstáculos insuperables. En el terreno económico, el estatismo kirchnerista chocó con el muro de una inflación que ya ha devorado los beneficios del "tres a uno". En el terreno político se topó además con la creciente rebeldía de muchos venidos de los más diversos lugares, cuyo rasgo común es que no aceptan la sumisión.
Esta resistencia estalló en las últimas semanas en un ámbito que el Gobierno no esperaba: entre la gente supuestamente "mansa" del campo y del interior. Urgido por las necesidades de una caja cada día más abrumada por las promesas desbordantes de los subsidios que eran la cara económica del sometimiento político, el Gobierno resolvió ordeñar una vez más al campo sin advertir que la confiscación de sus recursos, que es el verdadero fundamento de la "caja", había pasado el límite de lo tolerable. Porque el campo no sólo empezó a resistir el "apriete" fiscal. Lo que el Gobierno no percibió a tiempo fue que el campo, además de rechazar las crecientes exacciones, acepta aún menos que se lo "compense" con subsidios que garantizarían su subordinación política porque en tal caso, al igual que los pobres del Gran Buenos Aires y de las zonas marginales todavía sin voz propia, la gente del campo ya no recibiría sus ingresos por la venta legítima de sus productos sino por haberse transformado en una nueva y vasta clientela política.
El tercer callejón
Cuando el Gobierno advirtió que el modelo de dominación económica y política que se había trazado ya no le cerraba, apeló a un discurso encaminado a "tapar" su fracaso mediante el falseamiento de la comunicación. Comenzó entonces un intento que Elisa Carrió calificó de deliberadamente "esquizofrénico" porque, en su transcurso, los dichos se contradecían cada día más con los hechos. Si no se podía controlar la inflación, todavía se podría controlar los índices oficiales de la inflación. ¿Costaba eximir al Gobierno de su responsabilidad por la crisis que se avecinaba? Siempre se podría demonizar al campo como el autor de todos los males, desde el desabastecimiento hasta la caída de la demanda y hasta de los incendios. El campo pasó a sumarse así a la legión de los réprobos, y empezó a acompañar a los militares, a la Iglesia y hasta al periodismo en la lista de los condenados sistemáticamente por la manipulación oficial, una lista que podría extenderse a la propia Corte Suprema si insiste en defender su independencia, como lo hizo en el caso Patti.
En el mundo de los Kirchner ya no hay lugar para terceras posiciones porque, con una serie de discursos inoportunos, la Presidenta se ha sumado briosamente a la campaña. Al quedarse por su parte sin un mínimo margen de maniobra, el propio ministro Martín Lousteau agravó aún más el clima imperante cuando propuso, en un documento inaceptable para Kirchner, que el Gobierno diera algunas señales de realismo.
La desinformación que alimentaba el Gobierno culminó cuando se puso a defender su voracidad frente a la gente del campo en nombre de la distribución de los ingresos en favor de los que menos tienen. Pero aquí hay dos gruesos errores. En el campo teórico, por lo pronto, la distribución no puede reemplazar al verdadero motor del desarrollo, que no consiste en repartir la riqueza que ya está sino en crear la que no está, una prioridad que debe darse con un ojo solidario puesto en los que no pueden competir, pero no de una manera retórica sino real porque lo que estamos viendo es que la inflación y el capitalismo de amigos, lejos de distribuir al menos la riqueza que está, la están concentrando escandalosamente. Al apelar de este modo al doble discurso, lo que Kirchner está logrando es diseminar entre los argentinos el potente virus de la incredulidad. Este, el más oscuro de todos, es el tercer callejón.