La peor crisis en seis años
Se trata de la peor crisis política y social de los últimos seis años. Eso es lo que sucede ahora, aunque consiste, también, en la crisis más innecesaria e inexplicable de la historia. Pocos, pero serios, problemas económicos están siendo mal gestionados; el poder que manda está en otro lugar, y el gabinete oscila entre la parálisis y la sorpresa.
El viernes, cuando se produjo un previsible cambio de ministros de Economía, el Banco Central debió hacer su apuesta más fuerte de los años recientes para defender el valor del peso. Una embrionaria, pero sostenida, fuga de capitales fue percibida por banqueros privados.
La crisis es consecuencia de una mala gestión administrativa, política y económica durante los años del kirchnerismo. Pero tiene una explicación: los Kirchner se niegan a aceptar la aparición de ráfagas menos benévolas de la economía, porque ellos han construido un inmenso poder sobre los exclusivos cimientos de la bonanza económica y de la abundancia de recursos fiscales.
La falta de gestión política está convirtiendo al matrimonio presidencial en huérfano en el momento de la mala hora. La vieja prosperidad económica ocultó la falta de gestión económica en los últimos años o los errores que se cometieron en la conducción de la economía. La mala gestión administrativa es el resultado natural de un poder excesivamente concentrado en una sola persona. La antesala del trono se transformó en una playa de estacionamiento de todas las ideas, de las buenas y de las malas.
Vastos sectores sociales creen vivir las vísperas de una crisis parecida a la de principios de siglo. Ninguna variable económica o política de aquellos tiempos de naufragios existe ahora. Hay superávit donde había déficit y todavía hay un mundo amable en contraste con el mundo hostil de otrora. El problema político de los Kirchner es el exceso de poder y no la falta de él, como sucedía hace seis o siete años. Sin embargo, la mala administración de problemas potencialmente graves, como la inflación o el conflicto con el campo, podría derivar en una crisis política y social de homéricas magnitudes.
Gobernadores y legisladores del oficialismo comienzan ya a tomar distancia de un poder que ni siquiera los atiende. Lo hacen con disimulo, susurrando sus desavenencias, como dejando inscripto el momento en que se rompió el encanto. El peronismo no se mueve sólo al ritmo del poder o de los recursos; la principal variable de su adhesión son las encuestas, porque ellas le señalan la fortaleza y la durabilidad de los reinados, siempre temporales.
La unanimidad de los economistas está escribiendo la misma receta para enfrentar la inflación, el primer problema político de los Kirchner. Los Kirchner han decidido hacer en soledad su propio camino y se niegan a reconocer que existe inflación. Es la terquedad contra la economía.
Desde Roberto Lavagna hasta Carlos Melconian, o desde Martín Redrado hasta Mario Blejer, dicen más o menos lo mismo. Hay que controlar los derroches fiscales (sobre todo, los enormes subsidios cruzados en manos de Julio De Vido y Ricardo Jaime), hay que seducir a la inversión para aumentar la oferta y hay que reducir la demanda a la oferta actual, mientras aquel proceso esté en marcha. Una demanda por encima de la oferta es una distorsión de la economía. Eso sucede, además, cuando la inversión no es suficiente. No se necesita ser noventista ni neoliberal para sostener esas conclusiones. Son viejas e inevitables normas de la economía.
Uno más uno son dos. Enfriar o calentar la economía es un debate ideológico. Pero la economía no se resuelve con ideología, dijo un kirchnerista que frecuenta la residencia presidencial. ¿Lo escuchan? ¿Escucha Néstor Kirchner a los que desentonan con sus conceptos sólidos como bloques? El ex presidente prefiere, por ahora, escucharse a sí mismo.
Lousteau se fue cuando se cansó de leer en los diarios la nómina de sus eventuales reemplazantes. Tuvo sólo dos, en rigor: Redrado y Blejer. Melconian recibió un sondeo de parte de De Vido, pero el ungimiento de ese economista hubiera significado una derrota ideológica del régimen. Lavagna también participó de encuentros en los que se evaluó su regreso al Ministerio de Economía, pero ese retorno hubiera sido una derrota política del Gobierno. Ambos economistas hubieran significado, en fin, la imagen de un gobierno vencido por ejércitos inexistentes.
Redrado y Blejer tuvieron un solo problema: ellos habrían sido ministros de Economía dentro de un gobierno que ya tiene un ministro de Economía, que es Néstor Kirchner. Nunca nadie le dijo nada, pero el Gobierno se habría visto obligado a gastar muchos argumentos para trasladarlo al presidente del Banco Central: Redrado tiene estabilidad jurídica hasta 2010 en uno de los cargos más importantes de la economía. ¿Por qué se iría a una cartera que ya eyectó a tres ministros en dos años?
Carlos Fernández es un fiscalista; es decir, tiene aptitudes para ser un buen secretario de Finanzas, que es lo que necesitaba Kirchner. El ex presiente ya tiene un secretario de Comercio, Moreno, y un secretario del gasto público, que es De Vido. El equipo económico está completo. ¿Podrá ese grupo de hombres enfrentar los desafíos económicos que edificaron la monumental crisis política?
El peor enemigo de Néstor Kirchner es Néstor Kirchner. No sólo le dio la espalda a la inflación, y por lo tanto a la mayoría de la opinión social de los argentinos; también dejó sus huellas en la tarea, consciente o inconsciente, de debilitar al gobierno de su esposa. Hizo todavía algo más: azuzó al sector agropecuario para que éste rompiera la negociación.
El ex presidente no quiere un acuerdo con el campo; lo quiere a éste derrotado y humillado, que son las condiciones de sus victorias. Kirchner dijo discursos en los que hizo acusaciones que nunca podrá probar. Los focos de fuego en los campos, según el defensor del pueblo, Eduardo Mondino, se iniciaron en tierras fiscales de la provincia de Entre Ríos. ¿Dónde está la culpa de las entidades agropecuarias en los incendios que hundieron en el humo a muchos argentinos?
Dos veces habló Kirchner en apenas 48 horas. No hace nada, evidentemente, para defender la instalación presidencial de su esposa. Las "palomas" de la administración se maravillaron por un solo dato de esas recitaciones de la guerra: por primera vez, dicen, Kirchner aceptó que hay inflación en la Argentina. Culpó a los productores rurales de la inflación, estigmatización con la que no coinciden los moderados, pero no les importa. Por fin aceptó que hay suba de precios. Ahora podremos ir al médico , ironizó uno de ellos.
Los dirigentes rurales les escapan a las trampas del ex presidente. Fueron a la Casa de Gobierno, para la asunción del nuevo Fernández, en el mismo momento en que Kirchner los volvía a vapulear desde una tribuna mendocina. Es un jefe partidario hablando en un comité , devalúan los ruralistas. Hasta aprovecharán la designación de un nuevo ministro para extender el período de tregua, que vencía el próximo viernes. Kirchner no quería respetar esa fecha porque la consideraba una intimación inaceptable. Muy bien. Los productores no tenemos por qué trazarle una "línea de la muerte" a ningún gobierno, pero avancemos en la negociación. Necesitamos una carta para jugar en el frente interno , dijeron los productores.
No tienen ninguna carta hasta ahora. Moreno boicoteó el acuerdo por la carne, el único que se había conseguido. Cristina Kirchner rechazó sin contraoferta alguna una propuesta por el conflicto de los lecheros. Sólo hay algunos avances en la cuestión del trigo, avances técnicos que no han sido bendecidos aún por la instancia política. Si hubiera paro de productores, no habrá cortes de ruta. Los ruralistas se notificaron de la simpatía social que los rodea por la protesta, pero también del rechazo social que producen los cortes de rutas.
La inflación es alta. Nadie sabe cuál es. La credibilidad del Indec está rota y Moreno sigue en el cargo. ¿Podrá construir quien destruyó? El campo está enervado por más juego de cintura que hagan sus dirigentes. Las encuestas muestran números cada vez peores para el Gobierno. La cima debería maniobrar para evitar la convergencia de esos tres factores en una crisis más grande y profunda que la que ya existe. Maniobrar significa retroceder a veces. ¿Está preparado Kirchner para retroceder, aunque fuera una sola vez en su vida?