Varias figuras del Gobierno han ocupado la escena en estos últimos días. Algunas de ellas, por haber asumido nuevas posiciones dentro del elenco oficial, han generado ciertas expectativas. Podríamos mencionar, para el caso, tanto al nuevo ministro de Economía Amado Boudou como al nuevo jefe de Gabinete Aníbal Fernández. Pero concentrar la atención en ellos como si fueran los que van a diseñar la nueva estrategia del Gobierno sería tan discutible como asignar el papel principal en una película a los actores de reparto. Si bien asumió un protagonismo mediático más fuerte que sus ministros en las dos semanas que siguieron a las elecciones del 28 de junio, primero en la conferencia de prensa del día siguiente, después sobrevolando Honduras junto con los presidentes Correa, del Ecuador, y Lugo, del Paraguay, y, finalmente, en el llamamiento al diálogo que pronunció desde Tucumán en el Día de la Independencia, también sería un error asignar a la señora de Kirchner un papel protagónico en lo que está ocurriendo ahora en el seno del Gobierno. Aunque más encumbrada y más notoria, ella también es una actriz de reparto en esta pieza dramática cuyo único protagonista se llama Néstor Kirchner.
La pregunta por lo que hará el Gobierno luego de la derrota de hace dos semanas estaría mal formulada si partiera del supuesto de considerar a éste como un ente colectivo, compuesto por la Presidenta, sus ministros y asesores. Lo que hoy llamamos "gobierno", por lo contrario, es un ente unipersonal . No lleva un nombre común sino un nombre propio. Si viviéramos en la Francia de los siglos XVII y XVIII, Kirchner podría decir, como Luis XIV, que "el Estado soy yo". Pero no lo dice. Que no lo diga, sin embargo, no quiere decir que no lo sea. Si queremos preguntar qué hará el Gobierno de ahora en adelante, pues sólo nos queda averiguar qué hará Kirchner porque él es el patrón indiscutido de todos los que lo rodean, que en vano se entretienen y nos entretienen con gestos y discursos laterales, a la espera de lo que el jefe termine por dictarles. Y si Boudou emite ahora señales en dirección de lo que el pueblo votó el día 28, esto vale solamente como una indicación de lo que estaría madurando quien lo manda y condiciona.
El "menú Boudou" Todo esto no quiere decir que las intenciones que ahora se le asignan al nuevo ministro de Economía no enciendan el interés de los observadores porque, en la medida en que estuvieran acercándose de veras a lo que pide la oposición, desde el fin de los superpoderes hasta el comienzo del diálogo con el campo, la reforma del Indec y el alejamiento de Guillermo Moreno, las medidas que dejó trasuntar Boudou, lo que ha dado en llamarse el menú Boudou , implicarían nada menos que un drástico giro del propio Kirchner. Como la conjetura de que la Presidenta y su ministro le hayan torcido el brazo al ex presidente es casi impensable, ¿nos hallamos quizás ante la aparición de un "nuevo Kirchner" como consecuencia de su derrota? Si es inconcebible que Boudou haya sido el verdadero autor del menú que lleva su nombre, ¿tendríamos que considerar entonces la hipótesis de que Kirchner esté empezando a reconocer lo que pasó el 28 de junio, es decir, su propia derrota ?
Quienes han seguido de cerca la metodología política de Kirchner desde la gobernación de Santa Cruz hasta la presidencia de la Nación y después, cuando digitó a su propia esposa para sucederlo, encuentran que esta hipótesis es a lo mejor demasiado buena para ser verdadera. Ciertos rasgos del carácter del ex presidente, para ellos, están demasiado arraigados como para ser ignorados. La relación entre Kirchner y sus interlocutores siempre fue, para él, una "pulseada" interpersonal con sólo dos salidas: el sometimiento incondicional del "vencido" o su expulsión del núcleo del poder. Kirchner no bautizó por nada a su movimiento "Frente para la Victoria ". ¿Su única ideología es, por lo visto, la imperiosa necesidad de vencer? Si algo parece inviable para este tipo de caracteres, es el reconocimiento de una derrota. Pero esto es lo que la aparición del "menú Boudou", justamente, implica.
Todos sabemos que Kirchner sufrió su primera derrota a mediados de 2008, cuando tanto el campo como el vicepresidente Cobos se le sublevaron. Esta fue la primera ocasión en que lo visitó con una propuesta el ángel de la humildad. ¿Pero cómo le respondió en ese momento Kirchner? Lejos de reconocer que había perdido y actuar en consecuencia, dobló la apuesta en busca de la revancha, sin importarle que a su derrota inicial pudieran seguir, de un lado, la catástrofe económica del campo y del interior que lo habían vencido y del otro una segunda derrota, esta vez electoral, cuando el pasado 28 de junio tres de cada cuatro argentinos le votaron en contra.
Tendríamos que reconocer por lo tanto que éste y otros antecedentes similares avalan la posición de los escépticos. Maquiavelo sostenía que a un príncipe acostumbrado a vencer mediante determinado método le es casi imposible pasarse al método contrario cuando gira el viento de las circunstancias. Un Kirchner aparentemente "distinto", se preguntan, ¿podría convertirse ahora en una realidad, o los gestos positivos que transmite a través de sus subordinados no son más que una maniobra dilatoria para aliviar la presión mientras madura su revancha?
La "herejía" de la necesidad No debe asombrarnos entonces que la gran mayoría de los encuestados desconfíe de las señales conciliatorias que podría enviar Kirchner a través de sus subordinados. Es que, como en la fábula del pastorcito mentiroso, se les hace difícil creerle. Algunos insisten, sin embargo, en seguirles la corriente a las señales positivas que se emiten desde el poder por dos razones. La primera es que, si este nuevo globo de ensayo que ha lanzado Kirchner por interpósitas personas prueba al fin ser una nueva finta como aquellas a las que nos tiene acostumbrados, sería necesario que el que eche un balde de agua fría sobre las tenues expectativas populares que ha despertado no sea otro que él mismo, para que no se pueda acusar a sus opositores de mala voluntad. Pero a esta razón si se quiere "táctica" se agrega otra de fondo. Dice el refrán que "la necesidad tiene cara de hereje". Para un hombre que ha hecho del triunfalismo agresivo su marca de conducta, sería por cierto "herético" volcarse ahora al diálogo. Pero para evaluar por completo su futuro comportamiento, también habría que anticipar las consecuencias que podrían acarrearle empecinarse en la búsqueda de una venganza que podría precipitarlo nada menos que en el abismo de la ingobernabilidad. El sombrío recuerdo de 2001, después de todo, no nos queda tan lejos.
Con el Congreso en contra, con las grandes provincias en la oposición, con la mayoría de los argentinos del otro lado de la cerca, ¿podría acaso Kirchner seguir mandando como lo ha hecho hasta ahora? Si se empeña en contrariar pese a eso la voluntad del pueblo y de los partidos políticos, incluso del suyo, ¿en qué condiciones podría llegar a 2011? ¿Es imaginable una Argentina en tales condiciones de confrontación durante los dos años y medio de mandato que le quedan a la Presidenta?
Muchas veces, en política, no se puede elegir un "bien" sino, a lo sumo, un "mal menor".¿Qué sería peor entonces para Kirchner? ¿Retirarse en orden de la pretensión hegemónica que albergó hasta ahora o morir políticamente con las botas puestas? Estas son sus dos únicas opciones. Cuando las pespectivas se vuelven tan estrechas, tan sombrías, ¿no sería preferible hasta para Kirchner acogerse a la áspera herejía de la necesidad?