Entre 1930 y 1983, la Argentina vivió un período pendular cuyos extremos fueron la democracia y la autocracia. Ahora que los regímenes militares han desaparecido, ¿quiere decir que hemos instalado definitivamente la democracia? El analista político Michael Signer se permite dudarlo. En su reciente libro El Demagogo. La lucha por salvar la democracia de sus peores enemigos (Demagogue. The Fight to Save Democracy From its Worst Enemies, Palgrave Macmillan, 2009), Signer sostiene que la democracia tiene dos clases de enemigos: unos son sus enemigos "externos", como fueron entre nosotros los golpes militares, y otros son sus enemigos "internos", porque nacen dentro de ella. A la cabeza de estos enemigos internos, Signer coloca a los demagogos .
Ya cuando Aristóteles propuso su famosa clasificación de las formas de gobierno, incluyó en contra de la forma pura de la democracia la forma impura de la demagogia. Pero a la inversa de la autocracia, que ya desde su nacimiento reconoce ser antidemocrática, Signer observa que la demagogia nace dentro de la democracia y busca confundirse con ella como si fuera un virus maligno.
Que la democracia haya triunfado entre nosotros a partir de Alfonsín contra sus enemigos externos, no quiere decir que se haya vuelto invulnerable porque en sus propias entrañas acecha un enemigo cuyo origen es, paradójicamente, democrático. Una democracia saludable es aquella que no se sobrepone solamente a sus enemigos de afuera, sino también a esos enemigos de adentro que, habiendo nacido en su interior, la acechan para corromperla. El principal enemigo de las democracias de hoy, ahora que ellas se han impuesto a enemigos externos como el facismo, el militarismo y el comunismo, es según Signer el demagogo porque, si ellas lo descuidan por creerse seguras, podría atacarlas por sorpresa como el dengue a esta sociedad que lo había olvidado.
No existe tal cosa entonces como una "democracia segura". La democracia es vulnerable a la demagogia que ella misma puede engendrar como nuestro organismo es capaz de generar tejidos cancerosos. A la vista de lo ocurre hoy en el mundo, las nuevas democracias que no tienen todavía una larga experiencia son las más expuestas a esta amenaza latente. Esto es particularmente cierto tanto en la Rusia de Putin como en América latina, donde países como Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Honduras y la Argentina están sufriendo los ataques de los demagogos sin haber llegado todavía a padecer la tiranía aunque ella, como la Cuba de los Castro lo demuestra, es la meta final de los demagogos.
La seducción del puebloSigner, siguiendo a Aristóteles, compara la acción de los demagogos con la de los cortesanos porque, mientras éstos tratan de seducir al rey mediante la adulación para desviarlo después hacia sus propios fines, los demagogos intentan seducir al "rey" de la democracia, que es el pueblo, halagándolo mediante falsos elogios y promesas para ponerlo finalmente en sus manos. Una vez que el pueblo se les ha rendido como un rey vanidoso a sus cortesanos, lo demás es relativamente fácil porque, como los demagogos van obteniendo en el transcurso de su progreso político cuotas crecientes de poder en dirección de lo único que les importa, que es la totalidad del poder, si el pueblo termina por reconocer demasiado tarde que ha sido engañado, cuando quiere reaccionar ya está en cadenas. Es en ese momento preciso que la intención tiránica del demagogo queda al descubierto. Ya el pueblo cubano no puede rebelarse contra los Castro. Podría decirse que los Castro al fin se quitaron sus máscaras, pero la verdad es que han dejado de necesitarlas.
Chávez se halla, en este sentido, en un tramo intermedio entre la demagogia y la tiranía. Un poco más atrás de él lo siguen otros gobiernos latinoamericanos también infectados por el virus demagógico. Cuando Chávez perdió el plebiscito mediante el cual pretendía eternizarse en el poder, a fines de 2007, la democracia venezolana conservaba esperanzas. Pero ahora que Chávez ha ganado su segundo plebiscito en febrero de este año, ¿las conserva todavía? El presidente venezolano ha empezado a encarcelar a sus opositores. Según Signer, esto es lógico porque, debido a que su sed de poder es insaciable, el signo que finalmente revela el verdadero carácter de los demagogos es su inclinación por la violencia mediante la cual aterran a los disidentes. Los bolivianos, los ecuatorianos, los nicaragüenses, los hondureños, ¿están todavía a tiempo de experimentar en cabeza ajena?
De Chávez a KirchnerEl ascenso de los demagogos hasta la cima del poder no es de todos modos instantáneo. Como su clave es engañar al pueblo, su ruta es tortuosa. Chávez lleva ya diez años de poder. Kirchner lleva sólo seis. ¿Es por eso que está "atrasado" en la búsqueda de ese poder total que ansía al igual que su precursor venezolano? ¿O está encontrando en la Argentina, además, dificultades más importantes que las que enfrenta el demagogo-dictador caribeño?
En la medida que esas dificultades más importantes se dan entre nosotros, podrían provenir de que el pueblo argentino contiene una mayor proporción de clase media que el pueblo venezolano. Chávez perdió y ganó un plebiscito en busca de la reelección indefinida. Kirchner, en cambio, sólo se atrevió a ensayar este mismo camino en forma indirecta cuando apoyó el afán reeleccionista del gobernador Rovira en Misiones, pero el pueblo misionero le dijo que no. Kirchner ha tenido que resignarse entonces sólo a adelantar las elecciones parlamentarias de este año, presentándolas, eso sí, como si fueran un plebiscito. Su ruta, por lo visto, es más trabajosa que la de Chávez.
Aquí viene a cuento una observación de Signer cuando anota que la suerte de los demagogos depende de que en el pueblo prevalezca, como en las naciones desarrolladas, la clase media, entendiendo como tal a aquella cuyo nivel económico y educativo es suficiente como para desenmascarar a los demagogos. Así lo observó el propio Aristóteles cuando hizo notar que las democracias son estables solamente allí donde predomina la clase media.
Nuestro problema es que a estos efectos no tenemos un solo pueblo sino dos, uno humilde por sus escasos ingresos y su insuficiente nivel de educación, que habita sobre todo en el segundo cordón del Gran Buenos Aires y en algunas provincias norteñas como el dramático Chaco, y el otro expresivo de la clase media que habita en la Capital Federal, el primer cordón del conurbano y el interior de la provincia de Buenos Aires, en las ciudades de Rosario, Córdoba, Mendoza, Mar del Plata, La Plata y otras y en áreas predominantemente rurales como, por ejemplo, el sur de Santa Fe.
Por eso, Kirchner se concentra, casi desesperadamente, en el conurbano. La paradoja es que a los habitantes de las zonas más pobres lo que menos les conviene es el kirchnerismo porque la intención de sus gobernadores e intendentes es mantenerlos en la pobreza ya que, si accedieran a la clase media, dejarían de votarlos. Pero la meta social de los demagogos es reforzar la pobreza y la ignorancia, a las que no conciben como una instancia dramática que el país debiera superar cuanto antes sino como una reserva electoral, con sus calles de tierra y sus cloacas a cielo abierto, a la que necesitan seguir explotando. Allí donde el pueblo asciende, los demagogos descienden. Allí donde el pueblo desciende, los demagogos ascienden. Esta es la injusta contradicción que exhibe la política argentina, a sólo 70 días de las elecciones.