Un grupo de funcionarios y legisladores aguardaba ayer que la Presidenta anuncie hoy ante el pleno del Congreso la estatización del comercio de granos. La dirigencia rural lo creía probable. Otro conjunto de funcionarios confiaba en que las versiones sobre esa eventual medida formen parte sólo de los tradicionales y gastados métodos del kirchnerismo para presionar sobre distintos sectores de la sociedad. Un daño ya está hecho con la exclusiva circulación de versiones que nunca fueron desmentidas. Pero un daño mayor, y tal vez irremediable, se produciría si Cristina Kirchner le pegara hoy al campo el empellón final hacia un nuevo y más duro combate. La Argentina parece vacilar, otra vez, en el borde de la cornisa.
¡Si supieran que estamos preparando la estatización del comercio de granos! Carlos Garetto, presidente de Coninagro, les aseguró a sus pares en la Comisión de Enlace que oyó esa expresión de boca de la ministra de la Producción, Débora Giorgi. Se la deslizó al oído del secretario de Agricultura, Carlos Cheppi, mientras Eduardo Buzzi hablaba sobre los problemas de la comercialización de granos durante la reunión de todos ellos el martes pasado. Pero el tema nunca fue expuesto de manera formal en ese encuentro. Garetto había quedado casualmente sentado, alrededor de una mesa oval, más cerca de Georgi y de Cheppi que los otros presidentes.
En la noche del jueves último, Néstor Kirchner, Julio De Vido, Carlos Zannini y Ricardo Echegaray trabajaron juntos hasta muy tarde en Olivos. Nadie sabe qué urdían. Pero la presencia de Echegaray, el hombre que le propinó la venganza al campo estorbando las exportaciones agropecuarias, sembró la suspicacia sobre la posibilidad de que hayan estado dándole forma a la estatización del comercio de granos.
Kirchner venía voraz, como siempre, por unos 1500 millones de dólares de soja guardados en silos. El Gobierno estima, para peor, que serían 3000 millones de dólares. El ex presidente no puede dormir pensando que unos 1000 millones de dólares caerían en el acto dentro de sus alforjas. Los productores guardan esas cosechas porque les confían poco a los bancos y porque, en última instancia, esperan un nuevo nivel de retenciones.
La voracidad se juntó con la bronca cuando vio a los principales líderes agropecuarios en el Congreso, rodeados por toda la oposición al kirchnerismo. Era una audiencia abierta a la que el oficialismo no fue porque no quiso. Pero Kirchner es así: no hace ni deja hacer, salvo cuando se trata de su voluntad. Fue entonces cuando ordenó la ofensiva, mediática por ahora, para manotearle al campo el comercio de sus productos. La versión por sí sola ya es rupturista. ¿Cómo se continúa con el diálogo cuando los productores sienten que tienen un revólver en la cabeza? ¿Cómo, cuando se ha destruido el clima de la negociación? Kirchner es un caso extraño: seguramente ve la fosa que se cava él mismo, pero sigue trabajando en ella de sol a sol. ¿Por qué? Alguien que posó de malo durante seis años tiene que ser más malo en la caída, porque, si no, cualquiera se le animará , teoriza un conocedor de Kirchner.
Detrás de la escena, ninguno se regodea con la idea de un acuerdo. Gobierno y ruralistas sólo están jugando con tiempos distintos. Los líderes del campo esperan a que transcurra marzo. Entonces, los chacareros se habrán quedado sin un peso, muchos empleados del comercio y la industria del interior podrían ser despedidos (ya se habrán agotado las actuales instancias de vacaciones y suspensiones) y los ánimos estarán predispuestos para otra sublevación. Es probable que los propios centros urbanos hayan recibido entonces los primeros síntomas palpables de la recesión que ya está en el interior. Los líderes rurales van al diálogo, pero esperan a marzo. ¿Por qué no imaginan un espacio de acuerdos? Porque el G obierno tendría que aceptar que debe poner patas para arriba su actual política agropecuaria. Imposible, dijo uno de ellos.
El Gobierno conoce la cancha donde se juega el partido. Está apurando el enfrentamiento que los ruralistas quieren postergar. La versión sobre la estatización de la comercialización de granos es el camino para apurar el combate final. Si esa versión se convirtiera hoy en información, la administración no habrá hecho otra cosa que acelerar aún más los tiempos de la batalla. Los Kirchner mascullan un argumento: si hasta el Citibank fue parcialmente estatizado en tiempos en los que el Estado vuelve raudamente, ¿por qué la Argentina no podría hacer su aporte a la nueva marea mundial?
Hay una diferencia que Kirchner nunca aceptará: en el mundo son estatizados los que claman por ser estatizados, porque la opción que les queda es la desaparición. No es el caso de los productores rurales argentinos, que vienen rechazando la codicia del Estado porque éste se ha propuesto, y se propone, quedarse con buena parte de su renta.
La decisión de estatizar el comercio de granos podría ser una mecha encendida en un polvorín. Una cosa será estatizar el comercio y otra cosa será obligar a los productores a entregarles sus mercaderías al Estado. Es probable que no lo hagan. Quemarán las cosechas antes de entregárselas a Kirchner , ha dicho uno de los cuatro líderes rurales. La mancha se extiende: AEA, la poderosa central de dueños de empresas, anunció ayer su oposición a cualquier intervención oficial en el mercado de granos.
Cristina Kirchner podría echar mano a un decreto de necesidad y urgencia para esa eventual estatización, pero también el decreto deberá ser aprobado por el Congreso. No habrá necesidad de desempate en el Senado. Esa decisión será rechazada antes por la Cámara de Diputados y los Kirchner lo saben , asegura un diputado que todavía cree en el kirchnerismo.
Si en julio pasado, tras el voto no positivo de Julio Cobos, el matrimonio presidencial estuvo dispuesto a abandonar el poder durante interminables horas, ¿qué harían los Kirchner ante una derrota aún más estridente? Si se fueran, ¿no quedarían ante la historia como líderes que buscaron la puerta de la deserción en los malos momentos, luego de haber disfrutado de los buenos?
Una parte del Gobierno preparaba en las últimas horas el combate contra el campo. Otra parte seguía profundizando la hostilidad a Cobos. Luego de proyectar, vanamente, mandarlo fuera del país para que hoy Cristina no tenga que saludarlo, el Gobierno decidió quitarle la onda televisiva al canal de cable Senado TV. Sospecha que lo maneja Cobos y que las imágenes del vicepresidente serán tan frecuentes como las de la Presidenta. Decidió, en cambio, poner toda la transmisión en manos de Canal 7, que recibe órdenes directas de la Casa Rosada para borrar a Cobos. Ninguna televisión privada podrá ingresar en el recinto del Congreso y todas deberán conformarse con las imágenes del canal oficial.
Ese es el periodismo que agrada a los Kirchner, al servicio del régimen como sólo antes se vio en los países dentro de la órbita soviética. El mundo se liberó de esas censuras, pero probablemente no la Argentina. Esa arcaica concepción, imposible de perdurar en el actual mundo de las telecomunicaciones, explica también la permanente alusión peyorativa de la Presidenta a los medios de comunicación. Su desprecio al periodismo independiente supera ya el de su marido.
La tragedia es también una forma de entender la vida. El escándalo por las declaraciones del jefe de la CIA, Leon Panetta, sobre eventuales riesgos institucionales en la Argentina, tiene su explicación: el Gobierno se olvidó de la diplomacia y sólo confía en el drama del espectáculo callejero. ¿No habría sido más eficaz un discreto llamado a la administración de Obama para informarle sobre probables efectos negativos de esas declaraciones y pedir una rectificación? Hubiera sido más efectivo, pero habría carecido del teatro, de la épica y del melodrama, que son la única oferta de los que mandan.