El peronismo se subleva. Carlos Reutemann sinceró su ambición presidencial. Mauricio Macri sólo espera un guiño del peronismo para dar rienda suelta a su inmovilizado deseo de ser presidente. Felipe Solá está convencido de que será candidato presidencial si logra batir a Kirchner en las elecciones legislativas de este año. Los no peronistas, Elisa Carrió y Julio Cobos, creen que el futuro será de ellos. ¿Néstor Kirchner se ha resignado al papel de líder en retirada que parece depararle el decurso de la política?
No se ha resignado. Sólo sucede que su concepción de la política lo conduce al control de todo más que a la construcción de algo. ¿Qué hicieron Alberto Abad y Claudio Moroni para merecer el despido de la AFIP, de la conducción nacional de la recaudación pública, en apenas siete meses? Quizá fueron demasiado respetuosos de los límites de la ley. No hicieron nada más que eso. Pero fue suficiente para que Kirchner no les tuviera confianza nunca. De hecho, Abad mereció la desconfianza eterna del ex presidente cuando el entonces titular de la AFIP no se ensañó contra dos empresarios periodísticos detestados por Kirchner. Entonces, comenzó el proceso de su despido.
Es necesario conocer lo que sucedió con Abad para entrever lo que ocurrirá con Ricardo Echegaray, flamante jefe de la AFIP. Cuando Abad llegó al máximo cargo de la recaudación fiscal, las claves para acceder a una información crucial del Estado estaban en manos de la SIDE, de la Policía Federal, de la Prefectura, de la Gendarmería y de la UIF, la Unidad de Investigaciones Financieras, un organismo que depende del Ministerio de Justicia y que sirve para averiguar sobre presuntos hechos de lavado de dinero. Abad ordenó que se cambiaran las claves y que las nuevas no fueran entregadas a nadie.
El principio que prevaleció entonces fue que no se debía violar la ley que preserva el secreto fiscal, que a su vez protege a los ciudadanos que se desnudan voluntariamente ante el Estado con su declaración patrimonial. El Estado no puede, o no debería, violar la ley del secreto cuando, al mismo tiempo, les exige a los ciudadanos que cumplan con la ley y declaren su patrimonio. El único organismo que reclamó por la decisión de Abad fue la UIF, pero el ex jefe de la AFIP la despachó con un concepto claro: esa oficina debía llevar sus sospechas a un juez para que éste ordenara levantar el secreto fiscal.
Llegamos, así, a Echegaray. Ex militante de la Ucedé y del cavallismo, el nuevo jefe de la AFIP es, según la descripción de un funcionario que lo conoce, una máquina de obedecer . Es la condición que reclama Kirchner. No importa la ideología, aunque él haya hecho un altar de su presunta ideología, sino la vocación de acatar de sus funcionarios.
Ni siquiera le importa mucho la opinión de su esposa, la Presidenta, ni la del jefe de Gabinete. Sergio Massa y el ministro de Economía, Carlos Fernández, ya habían firmado el decreto de designación de Moroni para un nuevo período de cuatro años (el anterior mandato se cumplió el 10 de diciembre pasado) cuando Néstor Kirchner frenó la decisión en el aire. El poderoso secretario presidencial, Carlos Zannini (el único que accede a la intimidad del matrimonio que gobierna), le pidió la renuncia a Moroni, antes de que la Presidenta firmara el decreto que habían refrendado ya dos de sus ministros más importantes.
Una confusión indujo a suponer a algunos que la designación de Echegaray debía pasar por el acuerdo del Senado. No es así. El único funcionario económico del gobierno que requiere el acuerdo senatorial es el presidente del Banco Central. El titular de la AFIP es designado sólo por el Poder Ejecutivo, pero cuenta con estabilidad legal durante cuatro años. Estabilidad que los Kirchner no respetaron, porque Abad se fue siete meses antes de la conclusión de su mandato en diciembre pasado. Moroni estaba completando el período de Abad.
Una lectura apropiada del hecho corresponde a la decadencia ostensible de la dinastía gobernante. Echegaray era sólo un director de Aduana en Santa Cruz cuando los Kirchner accedieron al poder nacional. Cinco años y medio después, aquel oscuro burócrata aduanero fue ungido como el mayor jerarca de la recaudación fiscal del país. Tiene acceso a la información más reservada, y hasta íntima, de todos los argentinos. Los pergaminos de Echegaray son, en efecto, los de la obediencia ciega, que la puso de manifiesto en su trato con los productores rurales luego de que éstos derrotaran a Néstor Kirchner. Martirizó a los ruralistas desde la oficina que controla las exportaciones agropecuarias.
Se está cumpliendo el ciclo histórico de toda estirpe gobernante. Primero se rodea de gente valiosa, y después, cuando comienza la decadencia, sólo llama a los propios y a los fieles. Por último, ya en la etapa final del ocaso, recurre simplemente a los que quedan. Guillermo Moreno es otro ejemplo, porque era un economista marginal de un peronismo residual. Ahora es el mandamás de la economía kirchnerista.
Sin embargo, la dirigencia política y económica no debería subestimar el momento construido por Kirchner. El ex presidente cuenta con los recursos suficientes como para tener la información y el control de todo lo que sucede en la política y en la economía. Si yo fuera empresario, me cuidaría mucho después de la designación de Echegaray , advirtió un veterano funcionario de la AFIP. ¿Y si fuera político, o periodista, o dueño de medios periodísticos? Igual. Todos tienen que cuidarse , aconseja el viejo funcionario.
Repasemos el sistema de control. Desde que está Kirchner, nada se sabe de la SIDE, salvo que provee constantemente de información al ex presidente sobre la vida y la obra de todos los argentinos que le importan. La información es recogida por la SIDE o por la Policía Federal de todas las formas posibles, incluso a través de escuchas telefónicas. Kirchner es un hombre voraz que reclama detalles y sucesos, sobre formas de vida y sobre relaciones políticas y personales, de todos los dirigentes o personas que están lejos de él.
Otro canal de información se lo abrió el propio Moreno. El secretario de Comercio Interior, devenido en un arquitecto devaluado de una economía depreciada, hurga permanentemente en la vida interna de las empresas. Ha reclamado, y obtenido, la información sobre la formación de los precios privados, enterrando cualquier noción de una economía libre. Frente a él, algunos empresarios sufren el síndrome de Estocolmo , el de los rehenes que se enamoran de sus propios captores. En efecto, hay empresarios que se pavonean exhibiendo las llamadas agresivas de Moreno. A él le entregan información sobre otros empresarios o hasta de los movimientos internos en las organizaciones empresariales.
Quedaba la AFIP, donde todos los argentinos terminan desvestidos, para completar el círculo perfecto de la información. Echegaray llegó a su máximo cargo de la mano de Rudy Ulloa Igor, un hombre que sólo cuenta con la confianza incomparable de Kirchner. Cada uno es dueño de sus afectos. Eso no está en discusión. Sin embargo, no hay un ejemplo más patético de la decadencia del kirchnerismo que imaginar a Rudy Ulloa Igor formando un gabinete nacional.
Pero ésas son las personas que le gustan a Kirchner: fieles hasta la sumisión y fríos a la hora de ejecutar venganzas y escarmientos.
La designación de Echegaray ha sido directamente una provocación al sistema político, que Kirchner no debió hacerla ni en sus épocas de gloria. Mucho menos debió cometerla cuando camina por el sendero inclinado que desciende ya de la cima. Todo se puede hacer en un arrebato de poder, pero algo es inevitable: ningún sistema político de la democracia se pudo asentar nunca sólo en la información, en el desquite y en el rencor.