Hace un año, cuando arreciaba el conflicto entre el Gobierno y el campo, los Kirchner justificaron una y otra vez la posición oficial diciendo que ella apuntaba a "defender la mesa de los argentinos" presionando hacia abajo los precios de la carne, el pan y la leche, que han sido desde antiguo la base de nuestra dieta alimentaria. Pero ahora se anuncia que en los próximos meses nuestro país, después de haber sido por décadas uno de los principales exportadores de trigo y el principal exportador de carnes del planeta, tendrá que importar estos vitales artículos de consumo del exterior y volverse dependiente de otros países como el gigantesco Brasil, que hasta ayer comía nuestro pan, y el pequeño Uruguay, cuyas exportaciones cárneas nos han superado. ¿Qué ha pasado entonces? ¿Era ésta la mejor manera de asegurar "la mesa de los argentinos"?
Lo que ha pasado es que la política oficial en materia alimentaria se ha basado en un abuso propagandístico y en un error ideológico. El abuso propagandístico quedó al descubierto cuando se supo que el Gobierno buscaba aumentar sus recursos fiscales llevando las retenciones a las exportaciones de soja mediante la famosa resolución 125 a un nivel confiscatorio que, si hubiera prosperado en el Congreso, habría llegado hasta el 90 por ciento. Al perecer por los controles oficiales la rentabilidad del trigo, la carne y la leche, que sí alimentan a nuestro pueblo, el campo se refugió en la soja, pero el proyecto de la resolución 125 dejó al descubierto el propósito fiscalista que lo inspiraba porque la soja, que se exporta casi íntegramente, no forma parte de la mesa de los argentinos.
Sin el aumento de las retenciones a la soja, que quedó "sólo" en el 35 por ciento, la voracidad fiscal de un gobierno que se estaba quedando sin recursos por el aumento desproporcionado del gasto público necesario para alimentar la insaciable "caja" mediante la cual manipula a gobernadores e intendentes quedó demostrada cuando, ya sin los inmensos recursos rurales que pretendía, el kirchnerismo se atrevió a confiscar los ahorros jubilatorios depositados en las AFJP. Nada de todo esto estaba ligado a la mesa de los argentinos. El abuso propagandístico consistió en que el Gobierno quiso quedarse con los recursos del campo en nombre del pueblo, con propósitos que no tenían nada que ver con el consumo del pueblo.
El "juego de suma cero"El "abuso propagandístico" es el nombre más piadoso que podemos ponerle a la mentira, pero el segundo factor que determinó el fracaso de la política agropecuaria oficial es objetable, más que por razones morales, por razones ideológicas en virtud de las cuales los Kirchner han aceptado premisas erróneas acerca del funcionamiento de la economía moderna.
La raíz de este error reside en suponer que la economía es un "juego de suma cero" en el cual si alguien gana es porque otro pierde. Si se piensa en cambio que la economía moderna es, a partir de un desarrollo económico bien encaminado, un "juego de suma positiva" gracias al cual todos los que participan de él pueden ganar, se llega al enfoque opuesto. Demos el ejemplo del comercio. Si alguien concurre a una concesionaria para comprar un automóvil, tanto el comprador como el vendedor pueden ganar. El vendedor, porque quiere percibir el dinero que le falta a cambio del automóvil que le sobra y el comprador porque desea el automóvil que no tiene más que el dinero que tiene. Si la transacción es honesta, ambos ganan.
A partir de esta comprobación, la actitud del Estado cambia de cuajo. Al que ha ganado en cualquier actividad, le queda un sobrante. Si el Estado desea estimularlo para que reinvierta ese sobrante en el país, le dará la seguridad jurídica de que su ganancia no le será expropiada. Como consecuencia, el ganador reinvertirá su ganancia, sumándose al círculo virtuoso de las ganancias y las reinversiones.
Si el Estado piensa al contrario que el que logró la ganancia lo hizo a expensas de otro porque cuando alguien gana, alguien pierde, lo expropiará al ganador, pero la expropiación dará lugar, en vez de a la inversión multiplicadora de aquel a quien le han respetado su ganancia, al desaliento de los inversores y a la fuga de los capitales. Que la Argentina de hoy sea un país expulsor y no acumulador de capitales es una demostración palpable de que allí donde prevalece la ideología del juego de suma cero lo que hace el candidato a reinvertir lo que ganó es huir hacia otras latitudes.
Esta es la mentalidad que presidió el conflicto del Gobierno con el campo, que había obtenido buenas ganancias de 2002 en adelante. ¿Qué hizo entonces el Gobierno? Pretendió expropiarlo mediante altísimas retenciones.
El resultado fue el conflicto más grave de la era Kirchner, la derrota del Gobierno y el empobrecimiento no sólo del campo, sino también de las ciudades, particularmente de los que menos tienen, cuyo número, a pesar de las fantasías del Indec, está en aumento. Pero la mejor manera de favorecer a los sectores no rurales habría sido que el campo, alentado por sus nuevas ganancias, hubiera podido seguir reinvirtiendo. Con la mayor producción consiguiente, al fin los alimentos habrían llegado a menor precio a la mesa de los argentinos en función de una oferta cada año mayor y, hasta que ello ocurriera, el propio campo estaba dispuesto a derivar subsidios hacia los que menos tienen. Pero ahora que la producción cayó verticalmente y habrá que importar lo que hemos dejado de producir, ¿les podremos pedir a nuestros hermanos brasileños y uruguayos que atiendan a nuestros pobres?
"Piensa mal?"En su clásico ensayo sobre el criterio que debe presidir nuestros juicios prácticos, titulado precisamente El criterio, el gran pensador español Jaime Balmes procuró refutar el refrán popular que reza "Piensa mal y no errarás". Los seres humanos, sostuvo, somos a veces mejores de lo que pensamos, pero en esta cuestión de la verdad y el error, cuando interviene una ideología el problema se complica. Sea de derecha o de izquierda, toda ideología se presenta cual si fuera una descripción neutral de la realidad.
El primero en objetar esta pretensión fue Carlos Marx al señalar que detrás de toda ideología acecha, consciente o inconsciente, un interés inconfesable.
Si alguien cree en el juego de suma cero y esto lo impulsa a quitarles sus ganancias a los que las han obtenido correctamente, precipitando como consecuencia el desaliento y la desinversión, ¿lo declararemos en tal caso inocente de los resultados? Los gobiernos populistas de nuestra región, incluido el nuestro, expropian a los que ganan en nombre de los pobres. Pero los pobres, en sus países, no hacen más que aumentar. ¿Los eximiremos de toda culpa porque, por error, no saben lo que hacen o, desobedeciendo a Balmes, "pensaremos mal"?
Es mejor, por supuesto, perjudicar a los pobres por error que por conveniencia. Pero ¿cómo juzgar una actitud que, además de perjudicar a los pobres económicamente, obtiene de ellos, a cambio, una enorme ganancia electoral? ¿Dónde queda en tal caso la presunción de inocencia? Los populistas latinoamericanos y argentinos desalientan las inversiones y fomentan el estancamiento económico, pero como contrapartida extienden la red del clientelismo entre los sectores más humildes, volviéndolos dependientes de la dádiva oficial. ¿Ignorarán acaso los populistas que el fruto político de su error económico es formidable? A más pobres, más votos. A más clase media, menos votos. Ante esta fórmula que se despliega ante nosotros como si fuera un teorema, ¿qué habría pensado Balmes?