Entrevista:O Estado inteligente

domingo, abril 11, 2010

JOAQUÍN MORALES SOLÁ Políticos dispuestos a jugar con fuego

La Nacion
UN gobierno resucitado? El país está mal, aunque algunas impresiones digan todo lo contrario. La economía parece recuperarse, pero ninguna economía es viable con una inflación que se mide ya con números más cercanos al 30 por ciento anual. La crisis política salpica al peronismo, cuyos dirigentes empiezan a sospechar que se despedirán del poder si se tomaran de la mano de los Kirchner. El conflicto institucional afecta a la oposición, porque creó expectativas sociales que no puede cumplir cuando ya está cerca el primer aniversario de la derrota del kirchnerismo. El Gobierno incuba, así, enormes riesgos políticos, económicos e institucionales.
El matrimonio Kirchner gobierna con dinero y con información. El poder ha usado siempre esos recursos para protegerse de los adversarios. Pero nadie lo ha hecho aquí, desde 1983, con la furiosa intensidad del kirchnerismo. El peor error de la oposición no son sus fracturas (éstas existen desde los fragmentados resultados electorales de junio pasado), sino su escasa vocación para controlar algunos sectores clave del Estado. Vamos al ejemplo menos mentado y, quizás, el más decisivo: los servicios de inteligencia.
Existe una comisión parlamentaria bicameral de seguimiento de los servicios de inteligencia, que nunca se puso en marcha desde diciembre pasado. Los teléfonos de cualquier persona pública son escrutados por el espionaje oficial. Nadie se escandaliza. Todas esas personas saben que sus vidas pasan por los escáneres del fisgoneo gubernamental. Nadie se enoja. Es una especie deformada de la banalidad del mal , porque la barbaridad excepcional se convierte, por la persistente burocracia, en una práctica corriente.
Sólo en la semana que pasó un grupo de diputados opositores tomó nota de esa ausencia. El presidente de los diputados, Eduardo Fellner, no designó nunca a los diputados que integrarán esa comisión, indispensable para saber en qué gastan el tiempo y el dinero los servicios de inteligencia. La oposición le ha dado un plazo de pocos días a Fellner antes de llevar la cuestión al recinto de la Cámara. Si la comisión terminara integrada por una mayoría opositora, los Kirchner se verían obligados a cuidar, por lo menos, las apariencias. La comisión está jurídicamente habilitada para requerir toda la información necesaria a esas agencias estatales de espías.
La preocupación de los opositores surgió cuando descubrieron la precisión quirúrgica del oficialismo para conocer las debilidades de cada legislador no kirchnerista. ¿Alguno necesita un cargo para un familiar o un amigo? El nombramiento llega en el acto. ¿Otro anda con urgencias personales de dinero? Alguien se apresura con la propuesta de una ayuda oportuna. ¿Hay alguien que necesita esconder parte de su pasado? Siempre hay un comedido para hacer la promesa del secreto (o la amenaza de la filtración).
La cooptación (y ciertas prácticas corruptas) pueden comprobarse con los resultados: ningún oficialista se pasó a la oposición, pero ya son varios opositores los que se fugaron al oficialismo.
Hay que decir las cosas tal como son: la oposición no tiene el control del Senado. Carlos Menem decidió rifar cualquier sentido de la institucionalidad que debería primar en un ex presidente. Un día está enojado porque no se lo trata como él cree que debe ser tratado; otro día está sospechosamente enfermo, y en otra oportunidad prefiere asistir a la fiesta de cumpleaños de su nieto y dejar al Senado sin quórum. Menem no le hace a nadie esa clase de favores a cambio de nada. ¿Promesas oficiales ante la multitud de causas judiciales que involucran al ex presidente? Es probable.
Pero tampoco Menem es el único culpable. Cuando Menem se sienta en su banca, Roxana Latorre se levanta de la suya. Latorre, increíblemente considerada una senadora opositora, ha hecho declaraciones contra la oposición más graves que los más deslenguados voceros oficialistas. Y cuando se sientan Menem y Latorre siempre le queda al oficialismo la última y más importante carta en el Senado: la de Carlos Verna, un perpetuo excursionista en la oposición y en el oficialismo.
La oposición ha perdido el Senado, pero esa cámara no fue ganada por el Gobierno. Peor: dos senadores que cumplieron con el oficialismo hasta ahora, el neuquino Horacio Lores y el misionero Luis Viana, ya le anticiparon al Gobierno que ellos darán quórum en las próximas sesiones del Senado. Nuestra situación es insostenible en el tiempo , aceptó un senador oficialista.
Es insostenible en la Cámara de Diputados también. Los diputados opositores que demoraron el quórum en la última sesión quedaron demasiado expuestos públicamente como para continuar con esa práctica. Siete de los once diputados de la izquierda llegaron llamativamente tarde al recinto. Tres radicales no estuvieron. Una diputada de Felipe Solá se perdió sin causa. Varios legisladores del bloque de Graciela Camaño se derrumbaron ante la duda entre ser oficialistas y opositores. Algunos monobloques desaparecieron en el desierto de la nada. El problema está entre los desconocidos; los líderes se han acercado notablemente desde diferencias históricas que perduran.
El Gobierno usó hasta el extremo esas desidias, vacilaciones y parsimonias. Juega con fuego. Siembra la venganza: ¿qué sucederá el día en que el Senado y Diputados puedan funcionar con una mayoría opositora? Es probable que el martes, los diputados aprueben la nulidad absoluta del decreto de necesidad y urgencia que le permitió a Cristina Kirchner hacerse de las reservas nacionales. Al ser una nulidad (y no sólo un rechazo) el proyecto debería pasar también por el Senado. Pero ya la sola media sanción de semejante decisión podría sacarle parte de la tranquilidad que el oficialismo muestra desde que puede hacer uso de las reservas.
Algunas encuestas han señalado un pequeño crecimiento de los Kirchner en la consideración pública (siempre alrededor de un módico 28 por ciento). Un encuestador serio y respetado por el peronismo les hizo llegar a varios dirigentes de ese partido su última medición: el peronismo perdería las elecciones presidenciales con cualquiera de sus probables candidatos actuales en una segunda vuelta. Al que peor le iría sería, precisamente, a Néstor Kirchner.
Otra encuesta, de Carlos Fara, concluyó que el Gobierno es reprobado, con índices de entre el 60 y más del 70 por ciento, en temas como seguridad, inflación, corrupción y desocupación. Son los problemas cotidianos de la gente común. Esa medición señala que el 61 por ciento de los encuestados cree que la Argentina va por mal camino. Un gobierno puede registrar una leve mejoría, pero jamás se curará de la impopularidad con esos convencimientos sociales.
No hay equipo económico para combatir la inflación y tampoco hay una política contra ese flagelo. Guillermo Moreno tiene dos índices de inflación. Uno se conoce. Al otro lo llama Ipccm, el desbordado índice de precios al consumidor de clase media. Este índice no le importa. No se puede hablar de cuestiones monetarias referidas a la inflación porque eso es ortodoxia en un gobierno de heterodoxos. Tampoco se puede mencionar el desenfrenado gasto público porque eso significaría una adscripción a las ideas liberales. Habría solución, entonces, si la sola voluntad fuera una solución.
Ortodoxia contra heterodoxia. Y al revés, también. En ese combate, minorías políticas atenazan a una mayoría social indiferente y escéptica. Una de esas minorías intuye a los Kirchner como demonios que merecen ser exorcizados de la peor manera de la vida pública argentina. Otra minoría fanática se convenció con alegría de que el país vive una situación prerrevolucionaria bajo el liderazgo de un matrimonio de confesos millonarios. Ese conflicto anda por la calle, peligrosamente suelto.

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