Entrevista:O Estado inteligente

domingo, junho 06, 2010

MARIANO GRONDONA Desde el 28 de junio hasta el 25 de mayo

La lucha por el poder entre el kirchnerismo y la oposición, que culminará dentro de diecisiete meses, podría ser visualizada como una pelea de box que incluye a tres protagonistas: Néstor Kirchner, aquellos que lo desafían y el árbitro que al fin le levantará la mano al vencedor, es decir, el pueblo . Si bien este combate conoció su instancia más reciente en la celebración del Bicentenario, ya lleva siete años de vigencia. En el primer round, que se estiró desde 2003 hasta 2007, Kirchner, que venía casi de la nada, ocupó el centro de la escena revelando al mismo tiempo que aspiraba a un poder no republicano, sin límites ni plazos. Esta pretensión de máxima suscitó las primeras resistencias de una oposición que empezaba a desperezarse. Quizá por eso en 2007 la candidatura presidencial de Cristina Kirchner para suceder a su marido surgió detrás de una consigna tan engañosa como eficaz: que la rectificación en busca de la República y contra la hegemonía que muchos reclamaban empezaría a partir de ella porque, según rezaba la propaganda oficial en la campaña electoral, "el cambio recién empieza". Fue con esta consigna que los Kirchner también ganaron el segundo round, cuando la Presidenta resultó elegida con el 46 por ciento de los votos.

El tercero y el cuarto round no les fueron, en cambio, favorables. Su primera derrota se manifestó durante 2008, con la exitosa resistencia del campo. El árbitro popular, ¿comenzaba entonces a darles la espalda? Esta sospecha se afianzó en las elecciones parlamentarias del 28 de junio de 2009, cuando el kirchnerismo bajó del 46 al 25 por ciento de los votos mientras los opositores, sumados, superaban la valla del 70 por ciento. La euforia de los combatientes cambió entonces de signo, y le tocó a la oposición suponer que el horizonte de la victoria se le acercaba.

Si la masiva celebración del Bicentenario hace diez días fue, en cierto sentido, el quinto round de la pugna por el poder, ¿a cuál de los combatientes se lo atribuiremos? En términos relativos, si se tiene en cuenta que el Gobierno venía de dos derrotas consecutivas, podría afirmarse que en cierto modo ganó este round porque pudo aventar, aprovechándose del entusiasmo transpartidario del pueblo, la sensación hasta ese momento dominante de que estaba vencido. "Los muertos que vos matáis gozan de buen salud" pudieron decir por ello (como habría dicho el poeta Zorrilla) los Kirchner después de los festejos. Los opositores, que estaban experimentando un agudo desgaste por la fragmentación que aún subsiste entre ellos, también perdieron en términos relativos porque el knock out que presentían no se produjo. Hoy, pocos días después del Bicentenario, Kirchner ha demostrado no sólo que continúa en la pelea, sino también que sus ansias de poder siguen intactas. El matrimonio presidencial ha ganado, por lo visto, el quinto round de la pelea.

La cuenta final

Pero estar ganando el combate por tres rounds a dos no es definitivo porque otros rounds, de resultado incierto, mediarán entre hoy y el último domingo de octubre de 2011, cuando el árbitro y los jurados entreguen sus tarjetas. Santo Tomás escribió alguna vez que "el fin, que es lo primero en la intención, es lo último en la realización". ¿Cómo conciben nuestros griegos y troyanos, entonces, la cuenta definitiva de las tarjetas? El objetivo final de los Kirchner, en tal sentido, es doble: en primer lugar, que el ex presidente alcance en octubre de 2011 el 40 por ciento de los votos emitidos porque, de no llegar a esta cifra, seguramente serían vencidos en la segunda vuelta por quienquiera que los confrontase; en segundo lugar, que ningún opositor consiga por su parte en la primera vuelta ese 30 por ciento que lo habilitaría para concurrir a la segunda vuelta. Si estas dos condiciones se cumplieran, los Kirchner inaugurarían en diciembre del año próximo su tercer mandato consecutivo. En cuanto a los opositores, será necesario que alguno de ellos sobrepase en la primera vuelta la valla del 30 por ciento como condición necesaria para competir contra los Kirchner en la segunda vuelta, en un round final que le concedería en tal caso al principal opositor, casi necesariamente, la victoria.

Tanto a Kirchner como a sus rivales, estas metas respectivas del 40 y el 30 por ciento aún les quedan lejos. A Kirchner porque, teniendo hoy el 30 por ciento de los votos, los diez puntos que le faltan serán difíciles de remontar pese al aumento espectacular del gasto público en el que está incurriendo en desmedro de lo que más necesitará el país en los próximos años: un despliegue formidable de las inversiones públicas y privadas, para continuar creciendo. A la oposición porque, aun cuando siguiera sumando el 70 por ciento de los votos que obtuvo en 2009, la división de esta alta cifra por tres o por cuatro que hasta ahora se vislumbra podría dejar a cada uno de sus candidatos presidenciales por debajo del "piso" del 30 por ciento que alguno de ellos necesitaría para asegurarse un lugar en la segunda vuelta.

El papel del pueblo

En una democracia plena, como la que todavía no tenemos, rigen dos principios. El primero, la limitación en el tiempo de los mandatos presidenciales para evitar el riesgo de mandatos vitalicios como los de Chávez y sus seguidores en América latina. De obtener la victoria el año próximo, los Kirchner se sumarían a esta cohorte. El segundo principio es que la competencia por el poder se realice en un clima de consenso democrático y republicano. Este es el tipo de democracia del que gozan hoy países como Brasil, México, Chile, Uruguay y Colombia, que son la avanzada en nuestra región de un desarrollo político, económico y social semejante al de Europa, Oceanía y América del Norte.

¿A quién le corresponderá en nuestro país, en todo caso, determinar a cuál de estos dos grandes bloques nos sumaremos los argentinos? A ese único árbitro de las democracias que, sean ellas perfectas o imperfectas, es el pueblo. Cuando cese la lucha en medio de la cual nos hallamos hoy, el pueblo pronunciará su veredicto. Sólo entonces leeremos sus tarjetas. Sólo entonces sabremos si nuestro país encarnará una democracia republicana consolidada o si se reunirá con las dictaduras en ciernes de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua. De lo cual se deduce que el combate al que estamos asistiendo no culminará simplemente en la consagración de un hombre, sino de un sistema .

En Chile, que ganara Frei o, como lo hizo, Piñera, no afectaba el sistema democrático en el cual, de veinte años a esta parte, nuestro vecino se ha instalado. Tampoco el triunfo de Mujica sobre Lacalle en Uruguay, o la victoria eventual de Santos sobre Mockus en Colombia, o la pulseada entre los sucesores de Calderón y el candidato que designe el PRI en México, o el duelo electoral entre Dilma Rousseff, a la que prefiere Lula, y el opositor José Serra en Brasil, afectará al sistema de estas naciones. Todas ellas ya han arribado al puerto acogedor de las democracias estables. ¿Será entonces el nuestro un duelo como el de Chávez y los suyos para confirmar la dictadura? La elección que preparamos los argentinos, el último round de nuestro combate, también pesará, como el fiel de una balanza, sobre el destino de América latina. Porque, si bien por nuestro propio desdesarrollo de las últimas décadas ya no contamos como antes ni en el mundo ni en la región, el destino nos ha confiado, todavía, la inmensa tarea de pronunciar una palabra que podría resultar decisiva para la historia de nuestra América.

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