Súbitamente, síntomas de desgaste habían empezado a acosar al Gobierno. La vasta y prolongada protesta del campo figuró, por cierto, a la cabeza de ellos. Pero no fue el único. Por primera vez en la gestión de los Kirchner, hubo cacerolazos en diversas ciudades. La inflación de marzo, por su parte, trepó a un inquietante nivel del 30 por ciento anual. Gobernadores como el cordobés Juan Carlos Schiaretti y el chubutense Mario Das Neves amenazaron con "sacar los pies del plato" de la disciplina kirchnerista. Por fuera del mundo estrictamente político, la Corte Suprema dio una fuerte señal de independencia al devolverle su banca a Luis Patti.
Fue en medio de un clima de tensión inclinado al pesimismo que Cristina Kirchner conversó por tres horas, el viernes por la tarde, con los dirigentes rurales. Si bien sólo mañana, en la reunión que los dirigentes sostendrán con Alberto Fernández, se verá si se ha iniciado de veras un período de convergencia entre el Gobierno y el campo, la pregunta que sobrevuela esta nueva expectativa va más allá de la amplia temática agropecuaria para centrarse en torno de una duda de alcance existencial: ¿puede cambiar, está por cambiar, el sistema kirchnerista de poder?
La pregunta es esencial porque, en tanto que otros presidentes latinoamericanos como Lula, Bachelet o Tabaré son simplemente hombres o mujeres del poder -esto es, gobernantes sometidos a reglas y plazos constitucionales que los exceden y que no pretenden cambiar-, Néstor Kirchner ha pretendido ser él mismo un sistema de poder situado por encima de las reglas y los plazos constitucionales que condicionan en América latina y en el resto del mundo a los presidentes republicanos.
Un "sistema" supone, según el diccionario, un conjunto de reglas o principios entrelazados entre ellos. ¿Cómo definiríamos entonces al sistema kirchnerista de poder? Como el poder absoluto de un hombre, entendiéndose por "absoluto" que pretende estar "absuelto" de limitaciones constitucionales y temporales, como serían un Congreso y un Poder Judicial efectivamente independientes, gobernadores verdaderamente autónomos y un plazo de vigencia blindado contra las reelecciones indefinidas. Desde el momento en que fue el propio Kirchner quien nominó a su esposa para sucederlo, el sistema kirchnerista de poder implica que sólo ella es su asociada y que los demás funcionarios que los rodean son desechables. Para usar una analogía ajedrecística, Néstor es el rey y Cristina, la reina, mientras todos los demás son peones sacrificables. ¿Nos hallamos entonces no sólo frente a un poder absoluto, sino, además, "dinástico"? Un rápido ascenso de Máximo Kirchner a la cabeza de su organización La Cámpora en la jerarquía kirchnerista se acercaría a esta conjetura.
¿Cómo ha conseguido Kirchner, en todo caso, obtener la obediencia incondicional de sus seguidores? Recurriendo a dos sentimientos políticamente eficaces aunque moralmente objetables: el temor y la codicia. El ex presidente tiene una manera de dirigirse a los que actúan cerca de él que inspira temor. Cuanto más cerca de él se encuentra un dirigente, más le teme; sólo lejos de él renace una sensación de libertad. Pero si sus temibles arranques de mal humor funcionan como un "castigo" para los díscolos potenciales, quienes se pliegan incondicionalmente a él también pueden esperar el "premio" de abundantes remesas. Por eso a Kirchner le es imprescindible un generoso superávit fiscal. Sin "caja", no habría kirchnerismo.
La fantasía
En una célebre conversación con Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges le dijo que la ambición de controlar todo el poder por todo el tiempo, antes que perversa, es pueril, por responder a una fantasía sobrehumana. Siguiendo esta línea de razonamiento, lo primero que habría que decir entonces es que el sistema de poder al que ha aspirado Kirchner no es sustentable.
Pero una cosa es sostener que un sistema de poder no es sustentable y otra es demostrar que su declinación ya ha comenzado. Hay, sin duda, signos de desgaste. Uno ha sido, por lo pronto, la rebelión del campo. Otro es la inflación ya casi desbordante. La fuente de la inflación ha sido la desmesura del gasto público que Kirchner necesitaba para alimentar su insaciable "caja" y que aumentó sólo en 2007 en un 60 por ciento. Pero el Gobierno necesita desesperadamente mantener y hasta aumentar el superávit para lubricar su política de acumulación de poder. El desmesurado aumento de las retenciones que anunció el ministro Lousteau respondió, en definitiva, a esta aguda ansiedad fiscalista. La fantasía, empero, se va a acabar. Lo que no sabemos todavía es cuándo y cómo se va a acabar.
El giro
La negociación entre el Gobierno y el campo que empieza mañana responderá en cierto modo a estas inquietudes. El campo viene de decirle "basta" a la creciente presión fiscal del Gobierno. ¿Cuándo dirán "basta" otros sectores, como, por ejemplo, los jubilados, nuevamente postergados? ¿Hasta cuándo podrá competir la industria con un dólar que, según los expertos, habiendo perdido la ventaja comparativa de la devaluación de 2002, se ha vuelto equivalente al fatídico "uno a uno" de 2001? Ante una inflación real del 30 por ciento ¿se resignarán los sindicatos al 20 por ciento que consiguió Moyano? Detrás de una fantasía política de dominación sin límites ni plazos y sin poder renunciar al superávit de la "caja", el Gobierno está forzando su presión sobre el ingreso de los demás sectores y no sólo del campo. ¿Cómo hará para responder financieramente a sus crecientes necesidades de dominación en un país en el que ha despojado de sus ingresos fiscales a las provincias y en el que ha desalentado sistemáticamente a los inversores internos y externos, acuciados a su vez por la crisis del capitalismo internacional?
Cuando la presidenta recibió a los representantes del campo de buen modo y ya sin agredirlos, ¿estaban entonces los Kirchner pensando en girar? ¿Pero qué es "girar"? ¿Cambiar algunos rasgos secundarios del sistema de poder o cambiar el propio sistema de poder?
Decía el cardenal Richelieu, en su famoso Testamento político, que la diferencia entre un político del montón y un estadista es que éste, pero no aquél, ve venir los problemas a tiempo. El tiempo final del sistema del poder absoluto kirchnerista se ha empezado a anunciar. Si el cambio de actitud que reveló la Presidenta cuando recibió cordialmente a los ruralistas el último viernes no es sólo una finta, sino que responde a la comprensión del nuevo tiempo político que se avecina, asistiremos a negociaciones fructíferas pero no sólo con el sector agropecuario, porque en tal caso el Gobierno habrá comprendido la verdadera dimensión del problema que lo acecha para dialogar con el campo y con los demás sectores políticos y sociales a los que había ignorado, en busca de la normalización republicana. Si éste es el caso, los Kirchner todavía pueden salvarse y salvarnos. En caso contrario, la Argentina agregará una frustración más a las incesantes contradicciones de su desarrollo. La cita entre el Gobierno y el campo no dará ocasión por ello sólo a una discusión sobre impuestos y reintegros. Podría ser, además, la apertura de una nueva oportunidad republicana.
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domingo, abril 13, 2008
El rumbo del sistema kirchnerista Por Mariano Grondona
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