domingo, março 25, 2007

Morales Solá Kirchner desafía a los EE.UU. y Brasil a la vez




Domingo 25 de marzo de 2007
 
Joaquín Morales Solá

Kirchner desafía a los EE.UU. y Brasil a la vez

 
 
 
 

Un lujo que la Argentina no se dio nunca fue el de promover fricciones simultáneas con los Estados Unidos y con Brasil. Kirchner se lo dio. Washington también se dio el suyo: pocas veces antes protestó contra un gobierno haciéndoselo saber a su embajador en público, cara a cara. Nicholas Burns, el diplomático norteamericano de más confianza de Condoleezza Rice, hizo exactamente eso con el embajador argentino, José Octavio Bordón. Debió ser el momento más incómodo que Bordón pasó en su vida.

¿Ignoraba el gobierno argentino que el acto de Chávez en Buenos Aires, coincidente con la visita de Bush a Uruguay, molestaría de tal manera a los Estados Unidos? Esa ignorancia es difícil, sino imposible. Fueron muy claros los mensajes washingtonianos previos sobre el malestar eventual ante los anuncios del acto de Ferro. Consternación por el anuncio , fue la fórmula que repitieron.

Kirchner sabía, definitivamente, lo que hacía. Quizá por eso gran parte de su gabinete estuvo en contra del acto de Chávez y le advirtió al Presidente de su oposición. Muchos de los decisivos funcionarios que se opusieron debieron luego, sin embargo, defender en público la decisión de Kirchner. Así es el mundo kirchnerista, sin matices.

¿Por qué lo hizo? Una versión oficial indica que Kirchner entendió la gira latinoamericana de Bush como un intento de dividir a los países del Mercosur. Bush estaba en Uruguay cuando sucedió la provocación de Chávez. Desgraciadamente, la Argentina y Uruguay no necesitan de Bush para estar divididos. Lo están, y las razones pueden encontrarse sólo en el sur de América.

Kirchner suele decir que su relación con Chávez es de agradecimiento por los favores que éste le hizo a la Argentina durante la crisis energética de 2005, que, por otra parte, nunca se reconoció oficialmente. Describe también al gobierno de Chávez como "cívico-militar", una fórmula que el argentino desdeña, y lo entrevé inspirado en ideologías y programas del primer Perón. Han pasado 60 años , suele concluir.

Otras versiones indican, sin embargo, que Kirchner le ha dado un matiz ideológico distinto a su gobierno en los últimos tiempos y que el acercamiento a Chávez responde a coincidencias políticas profundas. Roberto Lavagna ha sostenido en público esa tesis. El ex ministro argumenta que el entorno ideológico que lo rodea ahora ya no es el mismo que antes.

La afición por Chávez no tiene, de todos modos, muchas explicaciones en un presidente tan pendiente de las encuestas de opinión pública. Los dos líderes extranjeros más valorados por los argentinos, según una reciente medición del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales, son Michelle Bachelet y Rodríguez Zapatero, con índices parejos y muy altos de simpatía social. Con sus luces y sus sombras, ninguno de esos dos líderes tiene nada que ver con las políticas y los modos de Chávez.

Las consecuencias con los Estados Unidos son fácilmente predecibles, han dicho importantes funcionarios en Washington. Ninguna oficina norteamericana moverá un dedo en adelante, por ejemplo, para ayudar a la Argentina en la renegociación de su deuda en default con el Club de París. Ese problema es muy especial, casi único. Kirchner quiere una refinanciación parecida a la que logró con el gobierno de España, pero sin pasar por un programa con el Fondo Monetario. Tal excepción necesita el apoyo de Alemania, Francia y los Estados Unidos. Ninguno está de acuerdo con la propuesta argentina.

Felisa Miceli nunca frecuentó, al revés de todos los otros ministros de Economía, a los responsables económicos de las principales potencias del mundo. Ante esa ausencia de interlocutores, el gobierno argentino intentó vanamente una gestión de Tom Shannon, una paloma del Departamento de Estado, ante el decisivo Departamento del Tesoro. Pero, al final, los actos de Kirchner terminan por debilitar a los sectores más moderados y dialoguistas de Washington. Shannon no militará más en esas filas y Burns expresó también una decepción personal, porque él creyó en Kirchner.

El gobierno norteamericano no promoverá inversiones de sus empresarios en la Argentina. Esa es otra conclusión, aunque siempre cabe la decisión particular de las corporaciones. Burns se había interesado por aumentar las inversiones norteamericanas en la Argentina cundo estuvo en Buenos Aires, en febrero último. Según los primeros datos sobre inversión extranjera en América latina en el año 2006, la Argentina podría resultar quinta, luego de Brasil, México, Chile y Colombia. Las explicaciones hay que buscarlas en la política y no en la hasta ahora rebosante economía.

El presidente de Petrobras, José Gabrielli, se refirió de algún modo a esas cuestiones políticas cuando cuestionó las decisiones sobre tarifas y controles, y condicionó las inversiones. ¿Novedad? Ninguna, pero el Gobierno explotó de furia. Julio De Vido le habló cortésmente al embajador brasileño, Mauro Vieira. Vieira es un diplomático fogueado en la prestigiosa cancillería brasileña y en el acto se dedicó a poner paños fríos entre el gobierno argentino y la petrolera de su país. Lo logró.

Una ayuda importante que recibió el diplomático fue la nula repercusión que tuvo en Brasil el conflicto entre Gabrielli y De Vido. Nada. Ningún diario de Brasil habló de ello. Ningún funcionario de Brasilia se enteró de nada. Petrobras es una empresa emblemática de la sociedad brasileña, pero el gobierno de Lula entendió que se estaba metiendo, sin quererlo, en la política electoral argentina. Brasil confía en que los números de la economía, incluidos los de las tarifas, comenzarán a sincerarse después de los comicios de octubre. ¿Para qué pelear un combate inútil?, dedujeron.

Sea como sea, no deja de ser extraño que el Gobierno reaccione con tanta rabia ante la declaración de un ejecutivo, que luego debe rendir cuentas a sus accionistas. El Estado brasileño tiene la parte más importante del paquete accionario de Petrobras, pero la mayoría está en manos de accionistas privados. Kirchner ha defendido el derecho a expresarse de Chávez por su vociferación de Ferro. ¿Por qué le negaría a un brasileño el derecho a exponer sus opiniones? Los empresarios del extranjero actúan y hablan como se habla y se actúa en el mundo, que cada vez se parece menos a la Argentina.

El mundo desconfía. La máxima conducción del Gobierno debió salir por segunda vez en dos semanas a aclarar que no proyecta despojar a Repsol de YPF. Esas versiones no surgen de la ficción; un sector de la segunda línea del Ministerio de Planificación las está fogoneando. El gobierno español, uno de los pocos que tratan de comprender a Kirchner, se estremeció una vez más.

Alberto Fernández trató de apagar el fuego. El funcionario le aseguró al embajador español, Rafael Estrella, que su gobierno jamás le daría ese manotazo a Repsol. Estrella es un político que no quiere ser el embajador de las empresas de su país, pero lo que se discute no son las tarifas, sino la propiedad. Algo más grave, sin duda.

YPF no está en venta y, por lo tanto, cualquier intento de compra sería hostil , ha dicho el jefe de Gabinete. ¿Kirchner le haría eso a Rodríguez Zapatero? En tal caso, el presidente argentino les entregaría la cabeza del líder español a sus opositores y nunca más volvería a entrar en Madrid. Por ahora, y por un largo tiempo, no volverá a entrar en Washington.

Por Joaquín Morales Solá