La Nacion
Cuando Roma era joven, entró en conflicto con la vecina ciudad de
Alba. Para evitar una sangrienta guerra entre ellas, las dos ciudades
acordaron que las representaran tres guerreros por cada una, en un
duelo mortal. La elección de Roma recayó en los hermanos Horacios, en
tanto que Alba eligió a los hermanos Curacios. El primer choque entre
los combatientes dejó a dos Horacios muertos, mientras los hermanos
Curacios sufrían lesiones diversas, aunque ninguna de ellas mortal. Al
quedar solo, el Horacio sobreviviente empezó a huir, perseguido por
los tres Curacios. Su estrategia era astuta porque, como los Curacios
presentaban disminuciones físicas de distinto alcance, se fueron
distanciando unos de otros en el curso de la persecución. Cuando los
Curacios se habían dispersado lo suficiente, Horacio, dándose vuelta,
los enfrentó y los mató de a uno, ofreciéndole a Roma su victoria.
Haya conocido o no esta antigua leyenda, Néstor Kirchner ha empezado a
reproducir la estrategia de Horacio. Solitario en su duelo por el
poder, tiene enfrente a tres modernos Curacios: Mauricio Macri, quien
ya se lanzó en procura de la presidencia; el candidato que surja de la
interna radical entre Ricardo Alfonsín y Julio Cobos, y quien resulte
al fin el candidato del peronismo federal. Sumados, nuestros Curacios
son más que nuestro Horacio. Pero, como corren con diversos ritmos,
podrían ser vencidos uno por vez.
Y así es como Kirchner ha concentrado su primer despliegue de energía
contra Macri. Lo ha hecho al promover el procesamiento del jefe de
gobierno de la ciudad de Buenos Aires con la complicidad de aquellos
jueces que todavía le responden, comenzando con el juez Norberto
Oyarbide y siguiendo con los miembros de la Cámara Federal Jorge
Ballestero, Eduardo Freiler y Eduardo Farah, quienes acaban de
confirmar el procesamiento que dictó Oyarbide contra Macri, al que
sólo le queda ahora recurrir a la Cámara de Casación, última instancia
en materia criminal, para no tener que enfrentar un juicio oral por
las escuchas ilegales que se le imputan. Aun si Macri pudiera
prevalecer en esta instancia, pasaría un buen tiempo a la defensiva y
esto es a lo que en definitiva aspira el ex presidente: no tanto a
encarcelar a Macri, algo imposible aunque le gustaría, sino a
desgastarlo por el mayor tiempo posible para que no llegue en buenas
condiciones a la confrontación final.
Más, pero desunidos
Desde el momento en que cada uno de ellos, llevado por su narcisismo,
buscaba ser reconocido como el principal vencedor de la contienda, la
falla capital de los Curacios fue no coordinar sus acciones. Si
hubieran decidido luchar juntos, habrían vencido. Del mismo modo,
nuestros opositores no persiguen uno sino dos objetivos: un objetivo
que les es común es derrotar a Kirchner, pero cada uno de ellos busca
además derrotarlo a su manera y en su propio beneficio. Esto se vio en
las reacciones divergentes de los opositores al conocerse la
confirmación del juicio a Macri. En la Legislatura porteña, así, en
tanto que los diputados macristas cerraban filas en torno de su líder,
otros diputados pedían investigarlo pese a no ser kirchneristas. Lo
mismo había ocurrido cuando parte de la oposición apoyó al Gobierno,
que proponía en el Congreso la expropiación de los fondos de los
jubilados en beneficio de la Anses, a lo mejor sin advertir que su
opción ideológica en favor de la estatización de esos fondos sería
utilizada por el kirchnerismo para ampliar decisivamente el poder de
la "caja" con olvido de los jubilados, esos eternos postergados. Lo
mismo acaba de ocurrir también cuando Kirchner dividió otra vez a la
oposición al apropiarse de la bandera del matrimonio gay y obtuvo una
estrecha victoria en el Senado gracias a votos tan "opositores" como
los de Sanz, Morales y otros senadores no kirchneristas. ¿Cuál es
entonces la intención principal de los opositores, vencer a Kirchner o
competir entre ellos?
Al no mostrarse desgarrado, en cambio, por opciones ideológicas o
morales, Kirchner tiene a su favor la unidad de propósitos, ya que sin
dejarse seducir por ningún principio, únicamente busca ampliar su
poder, como sea, en dirección de 2011. Parece cumplirse de este modo
la negra profecía que concibió el autor "maquiavelista" Gaetano Mosca
al decir que no creía en la democracia, que consagra solemnemente el
predominio de la mayoría sobre la minoría, porque en ella una "minoría
organizada" prevalece sobre una "mayoría desorganizada". Habiendo
sometido a sus partidarios a una férrea disciplina detrás de su
obsesión por el poder, Kirchner, pese a ser minoritario, obtiene
entonces una victoria tras otra a costa de la mayoría opositora, y el
único remedio que le queda a ésta contra él parece ser, de un lado,
reunirse en torno de banderas comunes como lo es hoy la de apoyar la
meta del 82 por ciento a la que aspiran los jubilados, quitándole la
iniciativa al Gobierno, y, del otro, que la sociedad, escandalizada
por la desaprensión del kirchnerismo, termine condenándolo otra vez
como el 28 de junio de 2009.
¿A quiénes ayuda Dios?
Quizá Kirchner tampoco leyó a Mosca, pero aunque no lo hubiera leído
parece seguirlo al pie de la letra. Dice un cínico refrán que "Dios
ayuda a los malos cuando son más que los buenos". Tomando a Mosca,
hasta podría decirse que "Dios ayuda a los malos cuando, a pesar de
ser menos, están mejor organizados que los buenos". Consciente o
inconscientemente, ¿sigue Kirchner esta inquietante consigna? ¿Es
posible que haya pensado que la sucesión de pequeñas victorias que va
obteniendo frente a una oposición no coordinada comunica la impresión
de que es invencible porque sólo un luchador sin reglas ni escrúpulos
como él es capaz de domar el potro sin frenos de la dispersa
Argentina?
Si al fin logra su propósito, podría ocurrir que después de las
elecciones, ante la perturbadora visión de un país empujado ya sin
trabas al chavismo, los opositores cayeran finalmente en la cuenta de
las consecuencias catastróficas de su desunión. Pero, entonces, como
ya ocurrió en Venezuela, sería demasiado tarde. ¿De qué valdrían en
tal caso las lamentaciones?
Según una aleccionadora fábula, una familia de liebres, al verse
acometida por una jauría de perros, se puso a discutir si sus
atacantes eran o no eran galgos sin advertir que, fuera cual fuere su
naturaleza, los agresores se les estaban viniendo encima. Gracias
quizás a su íntimo desprecio por la naturaleza humana, Kirchner ha
percibido antes que nadie lo débiles, lo frágiles que son tanto sus
seguidores como sus contrincantes. Que algunos de ellos son
sobornables y que a otros el miedo los paraliza. Ante la audacia de la
campaña kirchnerista, la única solución que tienen a mano los
opositores es revisar sus prioridades. ¿Quieren resistirla antes que
nada porque los amenaza un peligro común, o siguen soñando no sólo en
resistirla, sino también en prevalecer sobre el resto de los
opositores? Unicamente una verdadera higiene de los conceptos les
permitiría advertir que lo esencial para la república democrática que
aún tenemos será derrotar al hiperpresidencialismo que la amenaza y
que sólo después habría que decidir, como un objetivo secundario, a
quiénes les corresponderá el próximo gobierno. Si los Curacios
hubieran pensado así, habrían derrotado al solitario Horacio, pero, al
menos hasta ahora, mientras nuestro nuevo Horacio ha aprendido la
lección de su remoto predecesor, nuestros nuevos Curacios aún no han
recogido la enseñanza que a pesar de ellos les legaron sus
infortunados antecesores.