En 1956, el dictador egipcio Gamal Abdel Nasser hundió barcos en el Canal de Suez para impedir que lo siguieran controlando Francia y el Reino Unido. Su conducta fue juzgada irracional porque, al bloquear el canal, también afectó gravemente la economía de su propio país. Como una manera de explicar lo inexplicable, el semanario L´ Express echó a rodar, entonces, la fábula del escorpión y la rana. Según se cuenta en ella, un escorpión le pidió a una rana que lo cargara sobre sus espaldas para cruzar el Nilo, ahuyentando su comprensible temor con el argumento de que, si la picara durante la travesía, ambos morirían porque él no sabía nadar. Pero he aquí que, en medio del río, el escorpión picó a la rana. Esta lo increpó, entonces, mientras ambos agonizaban, diciéndole: "Insensato, ¿no ves que ahora tú también morirás?" A lo cual el escorpión respondió "Lo siento, pero está en mi naturaleza".
Una manera de explicar la escalada actual de Kirchner contra los medios de prensa es advertir que la agresión a los que no piensan como él, sean el campo, los opositores o los medios de comunicación, "está en su naturaleza". Pero en el ataque a la prensa que ahora está monitoreando el ex presidente hay un ingrediente más importante que su psicología personal, y es el hecho de que alberga una percepción errónea sobre cómo es en la realidad ese periodismo al cual detesta. Wilfredo Pareto llamó "racionalizaciones" a los argumentos que a veces usan los actores políticos para justificar sus pasiones en vez de exorcizarlas. Lo que importa examinar aquí, por ello, no es tanto el temperamento irascible de Kirchner, sino los argumentos pretendidamente racionales mediante los cuales procura justificar su peculiar estilo ante propios y extraños.
El diagnóstico
En los últimos años, Kirchner sufrió dos derrotas importantes, primero en 2008 a manos del campo y después en 2009 a manos de los votantes. Pero estas derrotas no eran en sí mismas decisivas porque, a partir de un diagnóstico correcto sobre lo que había pasado, el Gobierno podría haber apelado a una oportuna rectificación. La que sí fue decisiva, en cambio, fue la interpretación del propio Kirchner sobre la causa de sus derrotas. Al analizar por qué había perdido en 2008 y en 2009, en efecto, el ex presidente sacó la conclusión de que había sido la víctima de una conspiración de los medios de comunicación. A partir de esta premisa, Kirchner sacó la conclusión de que sólo el control de los medios le impediría sufrir una tercera derrota, esta vez sí decisiva, en los comicios de 2011. Este diagnóstico explica por qué resolvió controlar de ahí en adelante a los medios de comunicación. Tanto la proyectada ley de medios como los ataques recientes contra Clarín y Héctor Magnetto, así como el "juicio público" contra algunos periodistas fogoneado por su aliada incondicional Hebe de Bonafini este jueves, formaron entonces la vanguardia de esta nueva ofensiva cuya meta es recuperar la iniciativa política a dieciocho meses de la elección presidencial.
Si la premisa de la cual parte Kirchner, según la cual los medios de prensa controlan al pueblo, fuera cierta, el razonamiento que lo induce a embestirlos y suplantarlos sería impecable. Pero ¿qué pasaría si el curso real de los acontecimientos fuera inverso, es decir, si los medios, tanto en la crisis del campo como en la campaña electoral que culminó en los comicios del 28 de junio, más que "controlar" los sentimientos populares, lo que hicieron fue "reflejarlos"? Que el pueblo, al advertir lo que ahora pretende pese a ello Kirchner, se alejaría aún más de él. ¿No es esto, precisamente, lo que está ocurriendo? La clave de la estrategia errónea de Kirchner y sus seguidores incondicionales consiste, por lo visto, en elaborar una cadena de razonamientos y resoluciones que sólo serían verdaderos si también lo fuera la premisa que los fundamenta. Si estamos asistiendo, en cambio, al despliegue de una premisa en sí misma incorrecta, cada una de sus aplicaciones ulteriores no haría otra cosa que llevarla hasta sus últimas consecuencias, nefastas para el Gobierno y bienvenidas por la oposición.
Perón dijo alguna vez: "Cuando tuvimos casi todos los medios en contra, ganamos, pero cuando controlamos a casi todos los medios, perdimos". La intuición del caudillo no lo había abandonado. Es que, recurriendo al sentido común, Perón había aprendido de sus errores. Cuando murió, reconciliado con el antiperonismo y abrazado con Balbín, el viejo líder ya sabía lo que había que saber. ¿Será por eso que, a la hora de su muerte, lo despidió emocionado el pueblo argentino? La sabiduría no está al alcance de la soberbia de aquellos que se creen infalibles, sino de aquellos que han bebido, con humildad, el cáliz a veces amargo del aprendizaje.
La realidad
La realidad que rodea el ejercicio del periodismo no es la que imagina Kirchner, sino esta otra: que al hombre contemporáneo, al revés del hombre antiguo, le interesa "todo" lo que sucede en el ancho mundo y aún más allá. A los atenienses les bastaba con conocer lo que pasaba en la estrecha ágora y a unos pocos kilómetros de distancia; no conocían siquiera lo que pasaba en China y, por eso, no existió entre ellos el periodismo. Pero el hombre contemporáneo, ávido de conocer éste y los demás planetas, necesita, para saciar su sed de información, el auxilio de aquellos mediadores que les cuentan y analizan lo que sucede hasta en remotas fronteras. Estos mediadores son los periodistas ¿Qué otra garantía tienen, empero, los consumidores de información, para no ser desinformados, que la "pluralidad" de sus proveedores? Porque es sólo comparando un medio con otro; es sólo sumergiéndose en las corrientas revueltas de la competencia de unos medios con otros, como el lector, el oyente o el televidente pueden acercarse a un conocimiento satisfactorio. El monopolio periodístico, por lo tanto, es la negación lisa y llana del auténtico periodismo. De más está decir que el unicato del Estado, más aún que los múltiples medios privados, es el que puede aproximarse, peligrosamente, al monopolio informativo. Ello no quita que algunos medios atraigan más consumidores que otros. Lo que sí excluye, por su propia naturaleza, es la conspiración universal de los medios.
Basta haber conocido a algún periodista para comprender que muchos de ellos, quizás habitados por un ego demasiado exigente, serían los primeros en rechazar airados todo intento de homogeneización. El periodismo auténtico se aleja, por otra parte, tanto del oficialismo como de la oposición porque, en tanto el oficialismo busca alinearlo incondicionalmente con el Gobierno, la oposición está formada por aquellos que se proponen como "alternativa" del Gobierno. Pero el periodismo no está para sostener ni para reemplazar a los titulares del poder porque su papel es, en democracia, el de un contrapoder , esto es, el de uno de los frenos sociales más efectivos para limitar el poder del Estado, cuya tentación natural es el autoritarismo. Por eso, sus dos herramientas principales son, de un lado, la información , para hacer conocer lo que los poderosos buscan ocultar, y del otro lado la crítica , para revisar desde la independencia lo que dicen y deciden los poderosos. ¿Sería excesivo sostener que, en última instancia, lo que impulsa al periodismo auténtico es, como en tantas otras profesiones y al margen de sus fallas, el fuego incombustible de una vocación ? ¿Sería utópico pretender que los Kirchner de este mundo se rindan ante la evidencia de estas simples verdades?