domingo, fevereiro 28, 2010

JOAQUÍN MORALES SOLÁ La amenaza de un virtual cierre del Congreso

LA NACION

La deserción de un solo senador opositor le permite ahora al oficialismo guillotinar al Senado. La deslealtad de dos o tres diputados de la oposición le habilitaría al oficialismo la posibilidad de inmovilizar la Cámara de Diputados. La Argentina podría convertirse, así las cosas, en una República sin Congreso. El poder no está ya en poder de los Kirchner, pero tampoco está en manos de sus opositores. El poder está vacante , describió con dureza uno de los principales líderes parlamentarios.

Tan vacante está el poder, que el oficialismo comenzó a negociar en las últimas horas con la oposición (sobre todo, con el jefe de los diputados radicales, Oscar Aguad) la redacción de un proyecto de ley que reemplazaría al decreto de necesidad y urgencia de Cristina Kirchner sobre las reservas nacionales. El interlocutor enviado fue el líder del bloque oficialista, Agustín Rossi. El proyecto debe ser del Ejecutivo y no debe disponer de plata contante y sonante , le replicó el radical.

Barajaron distintas formas. Una de ellas fue la creación de una especie de fondo fiduciario que garantizaría el pago de la deuda, pero sin sacar los recursos del Banco Central. Otra forma sería la autorización al Gobierno para que pueda negociar la garantía de otros países sobre el pago de la deuda argentina. Hablaron de Brasil.

Otros bloques opositores creen que, antes que nada, el Gobierno debe derogar el decreto de necesidad y urgencia o éste debe ser rechazado por el Congreso. El camino se bifurca en la oposición, entonces. O nos convertimos en un partido único en el Congreso o moriremos . La frase la lanzó Felipe Solá, no sin cierta desesperación, ante los otros jefes opositores de la Cámara de Diputados. Solá y Elisa Carrió son los que mejor se llevan entre esos caudillos opositores. En cambio, Carrió desconfía de sus viejos correligionarios, los radicales.

Ambos, Carrió y Solá, le temen también al constante zigzagueo de la centroizquierda y, sobre todo, al bloque que conduce el ex arista Eduardo Macaluse. Sin la centroizquierda, la oposición puede contar sólo con 130 diputados, uno más de los necesarios para el imprescindible quórum del miércoles próximo, cuando se reúna la Cámara baja en su primera sesión con la nueva composición. Debería aprobar o rechazar el decreto de necesidad y urgencia que ordenó la transferencia de parte de las reservas nacionales a las cuentas del Ejecutivo. Es posible, no obstante, que Cristina Kirchner anuncie mañana, en el discurso ante el Congreso, su intención de buscar un proyecto de ley.

El presidente de Diputados, el kirchnerista Eduardo Fellner, fue más leal que el senador Miguel Pichetto: ya les anticipó de manera indirecta a los opositores que el quórum es responsabilidad de ellos. Es decir, el oficialismo no bajará al recinto si la oposición no logra sentar en las bancas a los 129 diputados propios. Solá hace gala de un escéptico optimismo y Carrió cree, puesta a elegir, más en las deserciones de última hora que en las lealtades irreversibles. No estoy segura de nada , reconoció. Aguad sostiene que sólo la adhesión de la centroizquierda podría darles seguridad. Sin ella, tengo muchas dudas , se resignó.

Hay líderes de la izquierda entrelazados con sindicatos que, a su vez, responden a los Kirchner. Hay gobernadores (como el cordobés Juan Schiaretti) que a veces está con los opositores y otras veces no está. Hay un choque cultural en la discusión entre los opositores. Así como Carrió y Solá tienen una misma manera de entender la política y el poder (y, por lo tanto, de predecir al kirchnerismo), los radicales prefieren no gastar el prestigio institucionalista de su partido para ganar pequeños combates. ¡No son pequeños! , estalla Carrió. La embrionaria negociación entre Rossi y Aguad podría abrir otra fisura en los opositores.

¿Ha ganado el kirchnerismo? El Gobierno perdería cualquier votación tanto en el Senado como en Diputados, pero tiene el recurso del quórum. De hecho, la reunión abortada en el Senado hubiera significado, aun sin Carlos Menem, la derrota del kirchnerismo por 36 a 35, pero no estaba en la oposición el senador número 37, indispensable para que el cuerpo pueda votar. Lo mismo sucedería en la otra Cámara si la oposición no sentara al diputado opositor número 129. El caso de Menem podría repetirse con otros senadores: el francotirador necesita abatir sólo a un senador opositor.

La pregunta que debe hacerse es qué solución habría para conflictos importantes si el Congreso fuera virtualmente cerrado. La Corte Suprema de Justicia debió rechazar varias presiones de los últimos días (la hicieron el procurador Joaquín Da Rocha y el secretario legal y técnico de la presidencia, Carlos Zannini) para que el tribunal suspendiera los fallos que inmovilizaron las reservas. La Cámara en lo Contencioso Administrativo, que dejó firme esas sentencias, deslizó en su resolución que sólo el máximo tribunal de justicia podía acceder a la suspensión reclamada por el Gobierno.

El Gobierno cayó en el acto sobre la Corte como una cuadrilla de desesperados para que suspendiera temporalmente los fallos que preservaron las reservas. Ninguna de las siete puertas de la Corte se les abrió a los enviados oficiales. La Corte les dijo que no.

La oposición tiene número en el Congreso como para modificar la coparticipación del impuesto al cheque, para reformar el Indec y para cambiar la composición del Consejo de la Magistratura. Varios senadores oficialistas están, incluso, con un pie fuera del kirchnerismo; son cuatro. El cambio del impuesto al cheque sería la primera experiencia de una importante deserción de oficialistas, que no podrán oponerse a un mayor envío de recursos a sus provincias.

Los cambios en el Indec derrumbarían el paraíso artificial en el que se mueven los Kirchner y un nuevo Consejo de la Magistratura debilitaría al Gobierno ante los jueces, que son los que más temores producen entre los que mandan. El quórum es el último y más eficiente recurso que les queda para paralizar a la crucial institución que ya han perdido.

Rastros de la debilidad oficial pueden encontrarse hasta en el discurso. ¿Hubiera criticado Cristina Kirchner a Barack Obama si supiera que es una jefa de Estado considerada por Washington? No. Sabe, consciente o no, que su gobierno importa poco en el mundo. Recientemente, los gobernantes argentinos armaron un escándalo de proporciones porque un subsecretario norteamericano, Arturo Valenzuela, dijo que había escuchado quejas de algunos empresarios sobre la seguridad jurídica en la Argentina. Resulta que ahora una presidenta de la Nación destrató en público al presidente de los Estados Unidos como si esas cosas no tuvieran consecuencias. Las tendrán. Fue el propio Valenzuela el encargado de replicarle a Cristina con el suficiente énfasis como para que aquí se sepa que Washington tomó nota de sus dichos.

La Presidenta habla de un presidente al que alabó y, sin embargo, no dijo nada de la muerte de un prisionero de conciencia en Cuba, Orlando Zapata Tamayo, que perdió la vida en las cárceles del castrismo, entre denunciados tormentos y luego de una larga huelga de hambre. Cuba ni los Castro serán los mismos después de la muerte de Zapata Tamayo; los Kirchner no se notificaron de esa crucial novedad.

Los renovadores Kirchner se aferran como ningún otro al pasado. Al final de siete años de proclamados cambios, la política del peronismo la terminan definiendo Menem, Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde. Con la bandera de los derechos humanos, ellos consienten indirectamente que dos ancianos sigan gobernando Cuba con los métodos de una insoportable tiranía. ¿No son ellos también, al fin y al cabo, los que plantean en su propio país la inviable y vieja posibilidad de una República sin Congreso?