domingo, março 13, 2011

La campaña y las batallas de la Presidenta Por Joaquín Morales Solá

La Nacion

La candidata no formalizó aún su candidatura, pero los ejes de la campaña de Cristina Kirchner ya se perfilan claramente. La resolución de la Justicia sobre el caso del avión norteamericano que aterrizó en Ezeiza, en el marco de un convenio con el gobierno argentino para el entrenamiento de policías federales, respalda la tesis de que se trató de una operación mediática para mostrar a una Presidenta decidida a enfrentarse con la única superpotencia del mundo. La inaudita orden política a la Policía Federal para que desobedeciera el dictamen de un juez, que le mandó poner orden en Villa Soldati, definió, otra vez, al adversario casi obsesivo de Cristina Kirchner: es Mauricio Macri.

Esos trazos esenciales de la campaña y la preparada liturgia oficialista en Huracán, anteayer, muestran también a una Presidenta que aspira a colocarse a la izquierda de un mundo real o imaginario; se propone enfrentarse a todo lo que expresa el pensamiento político centrista o de derecha.

La campaña se define, del mismo modo, por lo que oculta. Muy pocos gobiernos han hecho una campaña electoral de espaldas a las preocupaciones de la sociedad. Cristina está tratando de innovar ahí también. Llueve información diaria sobre asaltos, robos y crímenes que afectan tanto a personas conocidas como desconocidas. El espacio público es, cada vez más, un lugar de peligros y acechanzas, pero nadie del Gobierno habla de esas cosas. Habla de la policía, pero no de lo que la policía debería hacer. Economistas privados, que suplican el anonimato, estiman que la inflación de este año podría trepar a más del 38 por ciento, es decir, el promedio anual del aumento de precios se colocaría a un paso del 40 por ciento. El riesgo del abismo está a la vuelta de la esquina.

¿Qué sucede, entonces, para que la Presidenta lidere aún la intención de voto? Influyen dos elementos. Uno es que los salarios siguen estando, hasta ahora, por encima de la inflación. Los muy altos aumentos salariales que están reclamando ahora los dirigentes sindicales desafían cualquier lógica en una situación de alta inflación. Están, para decirlo con palabras más directas, acercando el papel al fuego. Es una lógica contraria al sentido común, pero es la lógica del Gobierno, que decidió disimular la inflación con un alto consumo. Esa estrategia crea una burbuja económica, condenada a desaparecer como toda burbuja. La pregunta sin respuesta es cómo y cuándo sucederá lo inevitable.

El otro elemento es el contraste entre un gobierno que tiene una candidata, un discurso, una campaña y un grupo homogéneo a su lado, y la imagen de la oposición, que aún está en el proceso de selección de candidatos y de alianzas. El único reproche que le cabe a la oposición es que se dejó llevar por los tiempos que impuso el kirchenrismo, desde que Néstor Kirchner decidió obligar a los otros a definir candidaturas y programas apenas dos meses antes de las elecciones. Menem y Cafiero definieron la candidatura opositora en 1988, un año antes de las elecciones generales; De la Rúa y Graciela Fernández Meijide lo hicieron en 1998, también un año antes de los comicios presidenciales.

La Presidenta está en campaña todos los días, gobierna en función de esa campaña y el kirchnerismo no tiene otro candidato. Esa descripción es absolutamente contraria a la fragmentación que muestra la oposición. El kirchnerismo ha sido derrotado en elecciones, pero siempre gana cuando se propone confundir las reglas del juego.

Sin embargo, algunas cosas comienzan a aclararse. Macri será candidato a presidente contra las versiones que lo situaban otra vez en la duda. Es otro ardid go ebbeliano del gobierno, señaló Macri sobre esos rumores. Macri, que ratificó a La Nacion su candidatura presidencial, terminará aliado al peronismo disidente, con el que ahora pone algunas distancias hasta crecer por mérito propio. El Acuerdo Cívico y Social se recreará como lo fue en el 2009 con el radicalismo, la Coalición Cívica y el socialismo. Elisa Carrió es una negociadora dura y terca, pero no es una suicida y cuenta con precisos sensores políticos. Su reconciliación con el radicalismo llegará seguramente después de arduas tratativas, pero llegará, ineluctable.

La decisión estratégica de confrontar con Macri empujó al Gobierno a otro de sus recurrentes extremos: obligar a la Policía a desobedecer la orden expresa de un juez federal. En este caso, para peor, no se trata de cualquier juez, sino de un delegado directo de la Corte Suprema de Justicia para controlar el saneamiento del Riachuelo. El juez Luis Armella había resuelto que fueran alejadas de la ribera del Riachuelo familias que vivían consumiendo plomo. El gobierno de la Capital les adjudicó 140 viviendas populares que estaban a punto de ser entregadas. Esas viviendas fueron ocupadas el fin de semana por pobladores de otras villas miseria de la zona.

El juez le ordenó a la Policía Federal el inmediato desalojo de los ocupantes, pero el gobierno nacional dispuso que la Policía no obedeciera a la Justicia. El precedente es muy serio por dos razones. La primera: el conflicto social y la inseguridad son manchas que se extienden, imparables, bajo un gobierno que se ufana de la "inclusión". La otra: la Policía es auxiliar de la Justicia y no necesita de la autorización del Gobierno para acatar las resoluciones de los jueces. Los jueces sin policía se convierten en el acto en escritores de literatura, porque carecen de medios prácticos para hacer cumplir sus órdenes. No es la primera vez, ni será la última, que el kirchnerismo desobedezca o haga desobedecer una orden de los jueces y hasta de la Corte Suprema.

La propia Presidenta ordenó, además, que no se desviara un alambrado, que está en terrenos del gobierno federal, para que la administración de Macri no pueda terminar un crucial desvío de la avenida Lugones. La disputa consiste en si están cumplidos, o no, todos los requisitos. Nada, en fin, que dos gobiernos no puedan resolver con una llamada telefónica. La sociedad es, mientras tanto, rehén de los caprichos. Una información señala que Cristina no le perdonó nunca a Macri que haya hecho una fiesta de casamiento cuando ella estaba de luto; Macri se casó un mes después de la muerte de Néstor Kirchner.

La impecable resolución del juez Marcelo Aguinsky sobre el escándalo por el avión militar norteamericano ("no hubo delito", concluyó) retrotrajo las cosas con Washington al 10 de febrero, cuando llegó a Buenos Aires la monumental aeronave. Esto es: devolvió la situación a la diplomacia y a la relación entre los dos países. ¿Cuánta molestia hay en Washington? En rigor, ni siquiera sabemos ya dónde está esa relación, respondió un analista norteamericano.

La Aduana argentina, en cambio, profundizó el enfrentamiento cuando, tras la resolución de Aguinsky, informó que estaba averiguando si algunas armas norteamericanas no estaban destinadas al "mercado negro". ¿El gobierno de Washington intentó vender seis cañones y algunas carabinas en el "mercado negro" argentino de armas? ¿Obama envió aviones militares, que se movieron dentro de un formal convenio binacional, para traficar armas con la ilegalidad? La única conclusión es que Obama tuvo razón cuando decidió no ir a la Argentina en un año electoral. Todo sería usado por el G obierno en su campaña, dijeron en Washington.

La fogosidad de los discursos de Huracán exhibió a un kirchnerismo cerril en combate contra los empresarios, contra los productores rurales y contra el periodismo. Cristina Kirchner se reservó el papel más moderado, aunque no se privó de maltratar a los Estados Unidos. Sus teloneros tuvieron la misión más precisa de señalar a los enemigos. La campaña se hará, de frente o de perfil, con los ejes puestos en las perpetuas batallas que propone el kirchnerismo.