domingo, agosto 31, 2008

El cambio que quieren los Kirchner Por Mariano Grondona

Barack Obama acaba de lanzar su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos con una consigna: "Hay que cambiar ya". El énfasis de Obama en la mágica ilusión del cambio tiene algún sentido porque su triunfo eventual no equivaldría simplemente a la sustitución de los republicanos por los demócratas según la tradicional rotación del bipartidismo norteamericano, sino nada menos que al ingreso en la cima del poder de una nueva generación tan alejada de la dinastía de los Bush, padre e hijo, como de la dinastía de los Clinton, marido y mujer. Joven y carismático, Obama pretende encarnar el poderoso deseo de cambio que hoy experimentan los norteamericanos.

El año pasado, en el transcurso de nuestra propia campaña presidencial, Cristina Kirchner enarboló la mágica palabra que hoy emplea Obama al escoger como lema "El cambio recién empieza". Desde el momento en que Cristina había sido digitada por su marido para sucederlo, la sensación de que con ella algo habría de cambiar era menos evidente que en el caso de Obama. No faltaron, sin embargo, quienes creyeron que, con la nueva presidenta, también vendría no sólo un cambio de estilo, sino también de ministros y de políticas. Esta primera ilusión resultó prontamente frustrada cuando Cristina Kirchner, además de confirmar casi sin cambios el gabinete que heredaba de Néstor Kirchner, insistió en su política internacional chavista, que sigue aislando a la Argentina de las naciones y los capitales de Occidente.

Pero la derrota frente al campo que acompañó los primeros meses de gestión de la nueva presidenta parece haber traído, después de todo, algunos cambios. La Presidenta y su antecesor brindaron por lo pronto sus primeras conferencias de prensa después de cinco años de hermetismo. El hosco Alberto Fernández fue reemplazado por el simpático Sergio Massa a la cabeza del gabinete. En Agricultura, el inocuo Javier de Urquiza fue sustituido por el experto Carlos Cheppi. El confiscatorio aumento de las retenciones a la producción agropecuaria, que fue la piedra del escándalo de la iniciación presidencial de Cristina, fue enviado al Congreso y rechazado por él. Con algunos meses de retraso, ¿se ha iniciado entonces el cambio que la nueva presidenta había prometido en su campaña?

Un cambio "táctico"

No hay duda de que algo está cambiando en el Gobierno desde la derrota frente al campo. Pero este "algo", ¿es estratégico o es táctico ?

El cambio de los Kirchner sería "estratégico" si algo fundamental como el fin que se han propuesto o su propio estilo -es decir, su carácter- se hubiera modificado. ¿Quién se animaría a decir tanto? Si el fin de los Kirchner ha sido desde el comienzo obtener sobre los argentinos un poder total y sin plazos en virtud de reelecciones sucesivas, ¿hay alguna evidencia de que contemplen bajarse del poder en 2011, como le correspondería a cualquier gobernante de espíritu republicano a la manera de Tabaré Vázquez, Lula o Bachelet? ¿Hay algún signo cierto de que, en vez de pretender un pensamiento único en torno al "modelo" ideológico que proclaman, compartan ahora sus diálogos íntimos, hasta ahora secretos, con algún tercero? Al contrario, todo pareciera indicar que los Kirchner, pese a las controversias que han generado en torno de ellos en los últimos meses, con la consabida pérdida de popularidad, siguen iguales a sí mismos.

¿Cómo evaluaremos entonces las pequeñas señales de cambio que, pese a todo, han emitido en los últimos tiempos? Quizá, como cambios "tácticos". Estos aparecen cada vez que un protagonista, sin ceder un ápice en su designio de aplastar a sus rivales, es suficientemente flexible como para "gambetearlos" y confundirlos.

Obsérvese, como botón de muestra, lo que ha hecho Néstor Kirchner en su nuevo papel de presidente del Partido Justicialista. En la primera instancia de su presidencia, jugó con la idea de la transversalidad para relativizar la influencia del peronismo tradicional y de sus referentes históricos, los Duhalde, los Reutemann, los Romero, los Rodríguez Saá. De esta temprana iniciativa surgieron aliados no peronistas, como el cordobés Luis Juez y el mendocino Julio Cobos. Pero la crisis del campo dejó a los Kirchner en clara minoría ante las clases medias rural y urbana. ¿Qué hizo entonces la pareja del poder? Mientras la Presidenta atendía los deberes protocolares intrascendentes, pero insoportables para su marido, que acompañan al cargo, el ex presidente, después de asumir la jefatura del Partido Justicialista, se dedicó a olvidar a todos los K no peronistas y a apretar el control partidario del propio peronismo, llamando para ello a elecciones internas en noviembre, tan próximas que les quitarán tiempo a los peronistas "no K" para presentarle batalla, y conversando además hasta con aquellos que lo habían derrotado en el Congreso.

Siendo los Kirchner eminentemente "cortoplacistas" como son, su absorbente objetivo a partir de ahora será ganar la elección intermedia de octubre de 2009, particularmente en la provincia de Buenos Aires, porque saben que de estas elecciones sólo aparentemente "menores" saldrá el mapa de las elecciones presidenciales de 2011, cuando ella o él debería ser, otra vez, el candidato triunfante. Esta es su meta. Esta es su obsesión. Este es el único "bien común" que tienen en cuenta.

¿Cauce o burbuja?

Sería un grave error suponer que, por haber sufrido la dura derrota que sufrieron, los Kirchner se encaminan inexorablemente hacia el ocaso. Ellos están dispuestos a utilizar todas las armas que les quedan, que no son pocas, para demostrar lo contrario. Todos aquellos que sueñan con acabar con su despótico monopolio entre 2009 y 2011, se equivocarían de medio a medio si, alegremente, los subestimaran. Si tanto los peronistas "no K" como el resto de las fuerzas de la oposición se empeñaran en combatir a los Kirchner dentro del cauce cavado por ellos, librarían la batalla en el terreno elegido por el adversario.

La otra manera de encarar la lucha por el poder que se avecina comenzaría por advertir que hay un curso disponible radicalmente distinto del que encarnan los Kirchner. Porque no es que la ciudadanía tendrá que optar a partir de ahora entre los K y los "no K" que pugnan en el escenario. Lo que ocurre más bien es que, a partir de la rebelión del campo contra el autoritarismo del Estado, se ha abierto en la Argentina otro argumento, otro escenario. Quienes quieran abrir los ojos tendrán que comprender que no es éste o aquel opositor puntual sino la sociedad como tal, con sus clases medias por delante, la que ha despertado. Y no son simplemente los opositores políticos, sino los ciudadanos hambrientos de república frente a la concentración del poder y sedientos de verdad frente a las mentiras del Indec y del poder los que se están movilizando.

Al lado del "argumento K" que hasta ahora se ha desarrollado frente a nosotros, en suma, surge y crece otro argumento, el de una democracia plural y dialoguista a punto de florecer. La lucha ya no será sólo entre banderas partidarias. Será la lucha por un principio frente al cual el poder, que hasta ayer parecía inconmovible, podría demostrar finalmente lo que es en verdad: una burbuja salida de la crisis terminal de 2001, a punto de revelar su inconsistencia.