domingo, agosto 29, 2010

Una derrota en todos los frentes Por Joaquín Morales Solá

Pocas veces, como en los últimos días, un gobierno sufrió una derrota
sin necesitarla. Pocas veces, también, la primera figura del Estado se
entreveró con tanta pompa en una historia trucada que se reveló
mentirosa inmediatamente después. Pocas veces, un gobierno hizo tanto,
en tan poco tiempo, para quebrar su frente interno y para unificar a
sus opositores. Pocas veces, el matrimonio gobernante necesitó una
sola decisión para recoger muchas y pésimas reacciones en los
principales países del mundo. Nunca antes el kirchnerismo había
cosechado tanta nada en sus reclamos de adhesión a los líderes del
empresariado argentino.
¿Qué significa todo eso sino la descripción de una derrota? ¿Por qué
los Kirchner necesitaban una invención sobre Papel Prensa? ¿Por qué,
en fin, decidieron descerrajar la peor amenaza que recibió la prensa
argentina desde el restablecimiento democrático, hace casi tres
décadas? Todas esas preguntas pueden responderse, quizá, con una sola
pregunta: ¿qué se podía esperar de una operación comandada por líderes
políticos que profesan el odio y practicada por Guillermo Moreno,
viejo arquitecto de otras derrotas oficialistas, como la guerra contra
el campo y la destrucción del Indec?
El primer frente que capituló fue el judicial. El testimonio ante el
juez de Isidoro Graiver y la declaración pública de su sobrina, María
Sol Graiver (hija de Lidia Papaleo, la supuesta principal acusadora
contra Papel Prensa), desarticularon en pocas horas el relato
embustero que se dio desde el propio atril presidencial. Isidoro y
María Sol Graiver dijeron que no suscribían la denuncia oficial contra
los dueños privados de Papel Prensa, los diarios La Nacion y Clarín.
Lidia Papaleo misma no pudo sostener luego ante el juez las
acusaciones presidenciales.
Cristina Kirchner llegó al barroco de la manipulación cuando afirmó
que creía más en un presunto off the record de Isidoro Graiver, de
hace tres meses, que en las afirmaciones de éste en una solicitada, en
una declaración voluntaria ante un escribano y en su testimonio ante
el juez. Ministros del Gobierno se convirtieron luego en especialistas
de la familia Graiver con más pergaminos que los Graiver. Fue la
imagen patética de un ejército en retirada, disparando al aire los
últimos proyectiles de una guerra perdida.
Es evidente que los hermanos Papaleo, Lidia y Osvaldo, quedaron de un
lado, y la familia Graiver en la vereda de enfrente. Ninguno de los
hermanos Papaleo tuvo nunca acciones propias en Papel Prensa; Lidia
firmó los documentos de la venta sólo en nombre de su hija, María Sol,
heredera de su padre muerto, David Graiver, jefe del conglomerado
económico. María Sol Graiver informó luego que está absolutamente
distanciada de su madre y de su familia materna desde hace tres años,
aunque la mala relación entre ellos sería más antigua aún.
El ritmo de la ofensiva kirchnerista contra la prensa depende ahora de
los jueces. Podrán demorar la derrota anunciada del kirchnerismo o
resolverla de inmediato. Llama la atención la aparición de una
denuncia voluntaria contra Papel Prensa, de un abogado desconocido, en
el juzgado de Norberto Oyarbide, el juez que mejor ha servido a los
intereses del oficialismo en los últimos tiempos.
La caja que abrió el Gobierno podría desatar otras guerras. David
Graiver controló fondos de los Montoneros y ésta fue la peor
consecuencia para su familia después de su muerte. ¿Cómo se
financiaron los Montoneros? ¿A quiénes solventaron con sus recursos
para que los ayudaran? ¿Cuáles eran las formas de extorsionar de esos
jefes guerrilleros? ¿Dónde fueron a parar los millones de dólares que
recaudaron mediante secuestros? ¿Acaso una investigación cabal y seria
del pasado no llevaría hasta el propio Perón, si se hurgara en los
orígenes de la criminal y paraestatal Triple A?
La diletante mesa de café en que se convirtió el atril presidencial,
cuando Cristina Kirchner sacudió el pasado con más prejuicios que
ignorancia, no reparó en esos baúles prudentemente cerrados por la
actual historia oficial. Fue, eso sí, una disertación para sesentones.
Personajes, circunstancias y anécdotas falsas dichas por la Presidenta
pertenecen a una época que nada les dice a los argentinos de hasta 40
años.
La oposición venía de duros desgajamientos. Kirchner la abroqueló. Los
líderes opositores de la Cámara de Diputados no dudaron en volver a
unirse, porque consideraron que una institución fundamental de la
democracia, como lo es la prensa, estaba en juego. Es cierto que la
más decidida de todos fue Elisa Carrió, pero también es verdad que el
radical Oscar Aguad fue, dentro de su partido, el que vio con más
claridad la gravedad de ese instante.
Los dirigentes del radicalismo tienen un problema interno con Carrió,
que es más grande que cualquier otro problema. No quieren, dicen, ser
llevados por ella con hechos consumados. El propio presidente del
partido, Ernesto Sanz, debió callarlo al senador oficialista Miguel
Pichetto, cuando éste aseguró que Ricardo Alfonsín era solidario con
el Gobierno. No existe una sola persona en el radicalismo que esté de
acuerdo con la acción del Gobierno contra la prensa, le replicó Sanz.
La confusión tenía argumentos. Ricardo Alfonsín y Hermes Binner, pero
sobre todo este último, habían coincidido en declarar la producción de
papel de interés público. Con argumentos tan falsos como los que se
dieron el martes, ese proyecto ingresó el viernes en el Congreso. No
existe ningún país referencial del mundo en el que el papel para
diarios sea un servicio público. El Gobierno sólo debe asegurar la
correcta provisión de papel a un precio de mercado; para eso, le es
suficiente sacarle cualquier arancel a la importación de papel, que es
lo que sucede ahora. Hay muchos países proveedores de papel en el
mundo. Chile es uno de ellos y está geográficamente, incluso, más
cerca de varias provincias argentinas que la planta de Papel Prensa.
¿Terminará el Congreso siendo el mecanismo de intervención de hecho de
Papel Prensa, decisión que el Ejecutivo desistió de tomar en el
momento agónico? No pocos radicales y algunos de sus aliados sólo
aspiran a correr al kirchnerismo por izquierda. A veces, ellos toman
decisiones como si pensaran en un Estado de ángeles noruegos. Pero el
Estado argentino es el Estado de Kirchner, faccioso y personalista.
Los peronistas, desde Duhalde hasta Felipe Solá, no suelen caer en
aquellas confusiones de otros opositores.
Más de 60 dirigentes de la Unión Industrial, que integran la
comúnmente complicada junta directiva nacional, decidieron por
unanimidad, el mismo día del discurso presidencial, que ninguno de
ellos iría a la Casa de Gobierno. La poderosa AEA, integrada sólo por
los dueños de las principales empresas nacionales y extranjeras, tuvo
un trámite más fácil. Un chequeo telefónico terminó en la misma
conclusión: ninguno aceptaría la intensa presión del oficialismo para
que fueran a la Casa de Gobierno. No fue ninguno, por primera vez.
Sabemos que van a agredir a empresas periodísticas. ¿Qué tenemos que
hacer nosotros ahí? ¿No será alguno de nosotros la próxima víctima?,
se despachó en aquella reunión interna de la Unión Industrial el
primer orador. Fue suficiente. Nadie disintió.
Washington dijo públicamente que sigue de cerca el caso de la prensa
argentina y comentó que el conflicto forma parte de la relación
bilateral. Importantes fuentes diplomáticas extranjeras, que no son
norteamericanas, hicieron llegar a los editores de los dos diarios
involucrados, en estricta reserva, mensajes de perplejidad y disgusto
por el sermón presidencial del martes. El diario español El País
escribió el párrafo más duro que se haya escrito sobre los Kirchner:
"[El matrimonio Kirchner]? como las peores dictaduras, podría esta vez
haber manipulado el pasado reciente". En una respuesta más cómica que
digna, la cancillería argentina informó que está preocupada por la
libertad de prensa en los Estados Unidos.
Desde el final del peronismo setentista, en manos de Isabel Perón, no
se veía en democracia una estirpe de oficialistas tan primitiva y
cerril. El matrimonio presidencial había mejorado últimamente en las
encuestas, pero la sociedad le reclamaba, al mismo tiempo, menos
autoritarismo. Los Kirchner tienen el final escrito en el corto plazo
de un año, porque siempre resultan derrotados en su combate contra
ellos mismos.